El periodista y escritor Juan Antonio Cabezas publicó en 1984 "Morir en Oviedo", un libro que hacía el número 55 de su bibliografía y en el que recogía sus propias vivencias entre los años 1934 y 1937. Se trata de unas memorias interesantes que hay que tener en cuenta a la hora de conocer los acontecimientos de nuestra revolución y la Guerra Civil en Asturias.

En uno de los capítulos, titulado "Hacia el consejo de guerra", se ocupó de su aventura tras la caída de la región en manos de los franquistas, cuando tuvo que huir junto a la mayoría de los mandos y los cuadros políticos del "gobiernín" de Asturias, que embarcaron a toda prisa desde la explanada del Musel en Gijón en toda clase de buques siguiendo diferente suerte.

En su caso, lo intentó junto a un pequeño grupo entre los que se encontraba el también periodista Juan Manuel Vega Pico, en el "Montseny", una de las embarcaciones que no pudieron conseguirlo y fueron detenidas en el mar y conducidas hasta Galicia por los vencedores. Allí, fue internado con sus compañeros en el campo de concentración habilitado en tres viejas naves para la salazón del pescado de la playa de A Magdalena, en Cedeira, una hermosa villa de pescadores protegida de los vientos del norte por el cabo de Ortegal.

Sin embargo, aquellos desgraciados no pudieron detenerse a contemplar la belleza del paisaje porque su único pensamiento estaba puesto en su juicio y la posibilidad de ser condenados a muerte. La cárcel de Cedeira se había improvisado con una capacidad de 189 reclusos y desde el otoño de 1937 hasta agosto de 1938 llegó a albergar a 724.

En ella esperaban hacinados las decisiones de una Comisión Clasificadora de Prisioneros y Presentados, que completaba sus labores de identificación, filiación y clasificación ayudada por las siniestras visitas que realizaban falangistas llegados expresamente desde otras regiones para reconocer y delatar a sus paisanos, con el derecho de llevarse a aquellos que quisiesen hacer desaparecer sin tener que esperar ningún trámite.

En el verano de 1938 Juan Antonio Cabezas y Juan Manuel Vega Pico fueron trasladados al campo de El Pasaje-Camposancos -otro lugar donde sufrieron su cautiverio muchos asturianos-, pero antes de llegar hicieron una parada de una noche en la cárcel provincial de Tuy, donde se encontraron con el misterioso personaje que hoy traemos a esta página, tanto para contarles su historia, como para manifestarles la imposibilidad de confirmar su identidad.

Según el testimonio del escritor, la cárcel de Tuy estaba en un viejo edificio de aspecto conventual y en la planta baja se encontraban las celdas donde se albergaban los transeúntes, rodeando un claustro con columnas de piedra, que servía por el día para el paseo de los reclusos. A ellos les correspondió la número 20: "grande, con escasa ventilación y un olor endiablado a una mezcla de comidas agrias y excrementos".

Allí ya estaban otros cuatro hombres demacrados y tendidos en sus camastros, hasta que el guardián cerró la puerta y entonces uno de ellos empezó a hablar con un tono nada tranquilizador: "Camaradas nuevos: Perdonadme que os pregunte:¿vais o venís de Camposancos?" "Vamos", contestó Vega Pico. "Menos mal -continuó-, aún podéis tener una esperanza". Y a continuación dijo: "Me presentaré. Soy Pedro el Loco. El encargado de hacer los honores a los nuevos huéspedes de este 'hotel' conocido por la 'celda de la muerte'".

"Os aseguro que tiene bien puesto el nombre. Sí, camaradas, ésta es la antesala del infierno. O del cielo, si alguno de nosotros muere en gracia de Dios. Que no sólo los franquistas están bautizados. Y a lo mejor los juicios de Dios no coinciden con los del Tribunal N.º 1 de Camposancos, por el que tuve el disgusto de pasar. Por la 'veinte', que es ésta en la que os encontráis, han pasado en las últimas semanas más de un centenar de asturianos, que ya dan malvas, geranios o simples yerbecitas, en los cementerios de Orense, Pontevedra, Tuy, Redondela y algún otro. Los que estamos aquí somos 'desechos de tienta'. Todos pasaron aquí su última noche en el mundo. Éste fue su Huerto de los Olivos, pero sin olivos".

Más adelante, Juan Antonio Cabezas añade que otro de los presos le dijo que "el Loco" era un maestro de Mieres que había llegado con un grupo condenado a la última pena desde Camposancos, pero se había salvado a última hora porque en la lista faltaba su nombre o no coincidían sus apellidos. Se había trastornado la madrugada que iban a sacarle para fusilarle allí mismo, en el cementerio de A Guardia, y su padre, que se llamaba igual y no estaba condenado a muerte, oyó que llamaban a Pedro Martínez y, al ver que su hijo dormía, contestó por él.

Al despertar y saber lo ocurrido, perdió la razón y, aunque ya estaba indultado, pedía a gritos que lo fusilasen. "Cada madrugada, cuando oye abrir la celda porque hay 'saca', empieza a gritar: '¡Asesinasteis a mi padre, que no estaba condenado! ¡Matadme a mí! ¡Yo sí lo estoy! ¿Por qué no me matáis a mí? ¡Cobardes!'. Al final le da un ataque y tienen que subirlo a la enfermería".

Pedro el Loco hizo honor a su nombre aquella misma noche, cuando los guardias se llevaron a sus tres compañeros y los despidió gritando sin miedo: "¡Viva la República!"; sin embargo, cuando a la mañana siguiente vinieron a por ellos para continuar viaje, continuó migando pan en un plato y los despidió sin alterarse con un normal: "¡Suerte, paisanos!".

Juan Antonio Cabezas también contó en el mismo párrafo que, cuando Pedro Martínez supo que los dos transeúntes eran asturianos, les dijo que él también lo era: "De Mieres del Camino ¡Qué buena tierra!". Pero el caso es que no he podido localizarlo entre los maestros que fueron represaliados en Asturias en esos años.

No aparece en los listados que publicó en 2010 Leonardo Borque en su exhaustivo trabajo sobre "La represión violenta contra los maestros republicanos en Asturias", donde incluyó la relación general de maestros y maestras víctimas de represalias. También lo he buscado inútilmente en los consejos de guerra de Camposancos. En ellos hubo 225 condenados a pena de muerte, de los cuales 171 acabaron fusilados y al resto se le conmutó la condena, pero él no figura.

No está tampoco entre los 84 condenados a reclusión perpetua, ni en las listas de los que recibieron otras penas menores, fueron absueltos o fallecieron en prisión. Nada en las listas que se están completando últimamente con los muertos de la Guerra Civil y sus secuelas. Si además tenemos en cuenta que tanto su padre como él se llamaban igual, la ausencia es doblemente extraña, porque no existe nadie con ese nombre. Sólo se le asemeja, Pedro Martín Martín, un anarquista vecino de La Felguera, casado y con dos hijos, que fue capturado cuando huía a bordo del vapor "Gaviota" y fusilado en Camposancos el día 2 de julio de 1938, pero, evidentemente, no puede ser nuestro hombre.

Camposancos fue el más importante de los campos franquistas en Galicia, junto al que ya hemos citado en Cedeira y los de la cercana Isla de San Simón; el de Rianxo, en la ría de Arousa, y el de Muros de San Pedro, también en La Coruña; y ya en Pontevedra las prisiones habilitadas en el Cuartel de Artillería de Figueirido y el Monasterio de Oia.

Estuvo instalado en el Colegio Apóstol Santiago, que tenían los Jesuitas en esa villa, en la desembocadura del río Miño, desde la entrada de los nacionales en A Guarda el 27 de julio de 1936, para encarcelar a los republicanos detenidos en la zona; un año más tarde más tarde pasó a depender de la Inspección de Campos de Concentración y empezó a servir como tal hasta el 31 de agosto de 1941, cuando los presos que quedaban fueron enviados a otros penales.

Tras la caída de Asturias empezaron a llegar a él detenidos asturianos en tal número que el 16 de mayo de 1938 se decidió el traslado del Tribunal Militar Permanente N.º 1 de Gijón, para celebrar allí consejos de guerra con las mismas normas que seguía el de Oviedo: en ocasiones hasta cuatro diarios y sin ninguna posibilidad de una defensa justa.

La esperanza de saber quién fue Pedro el Loco se mantiene al conocer que no se ha podido hallar la documentación de todas estas causas y ni siquiera se sabe con certeza la fecha del último juicio, ya que algunos historiadores apuntan la posibilidad de que tras los intensos meses de junio, julio y agosto se prolongasen, aunque más esporádicamente, porque los jueces militares se mantuvieron allí hasta el 19 de octubre.

Su ficha podría estar entre las perdidas, pero, de cualquier forma, hoy nos sigue sobrecogiendo su historia.