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De Lo Nuestro | Historias Heterodoxas

El caso del feligrés indignado

El sacerdote Benigno Pérez Silva, de la parroquia de San Pedro de Mieres, vio interrumpido su sermón el 3 de mayo de 1970 acusado de marxista

El caso del feligrés indignado

En el año 1970 las Cuencas mineras vivían en una agitación permanente. Por un lado, empezaba a comentarse la posibilidad del desmantelamiento definitivo de la siderurgia en Mieres y, por otro, las pérdidas de Hunosa eran escandalosas. Por primera vez se oía en las calles la palabra prejubilación. Esta situación de crisis, sumada al ansia de libertades que crecía en toda España en paralelo al envejecimiento de Francisco Franco, venía haciendo crecer la conflictividad, de modo que el 24 de enero de 1969 el ministro Manuel Fraga Iribarne había decretado el estado de excepción, con la consecuencia del establecimiento de medidas para desarticular a los sindicatos y partidos ilegales.

En medio de aquella coyuntura, desde 1967 algunos sacerdotes compaginaban la labor parroquial con su trabajo como "curas obreros", e incluso desarrollaban labores sindicales. Entonces, llegó como arzobispo de la diócesis de Oviedo Gabino Díaz Merchán, sustituyendo a Vicente Enrique Tarancón, y no dudó en bajar a un pozo minero durante una huelga para mostrar su solidaridad con las reivindicaciones de los trabajadores. Esto dio el impulso definitivo a un sector de la Iglesia asturiana que se colocó del lado de su pueblo y aprovechó sus homilías para manifestar públicamente su inquietud por el futuro de la zona.

En diciembre de aquel 1969 se había leído en varios templos una carta en solidaridad con una huelga, y el 15 de enero de 1970 se publicó en el Boletín Oficial del Arzobispado un escrito redactado por 40 sacerdotes y 13 seglares en el que, bajo el título "Enjuiciamiento pastoral sobre la actual situación de las Cuencas mineras", se pasaba revista a aquella crisis que crecía de mes en mes. Diez días después se producía una huelga de misas en las parroquias de Barredos y de San Juan Bautista de Mieres, de la que era responsable Nicanor López Brugos, uno de aquellos sacerdotes que en los años difíciles supieron estar a la altura de las circunstancias, junto a Baldomero Pérez Méndez, "Cholo", y los ya fallecidos José María Díaz Bardales y Benigno Pérez Silva. La anécdota que hoy les traigo la protagonizó este último en su parroquia de San Pedro Apóstol.

La memoria de Benigno Pérez Silva ha sido homenajeada este año de varias formas: repitiendo lo sucedido en el barrio en La Calzada con Bardales, ya tiene también su propia efigie, obra de José Manuel Félix Magdalena, y hace unas semanas se ha reeditado su libro "Buscando la Iglesia del futuro", publicado originalmente en 1984, que ahora se completa con escritos de algunas firmas de prestigio, y hasta el popular grafitero César Frey, "El Séptimo Crío", se ha pasado al lienzo por una vez para dibujarle un magnífico retrato.

Pues bien, en este libro, que siempre me ha llamado la atención por su originalidad, el sacerdote quiso mezclar las informaciones sobre la historia de Mieres con cuestiones pastorales, informes sobre la situación de su parroquia y alguna de sus vivencias personales como párroco. Entre ellas la que hoy vamos a recordar, porque en su momento se publicó en "ABC" y pudo ser conocida por los lectores de muchos pueblos de España.

En octubre de 1960, don Benigno acababa de retornar a su parroquia después de un periplo de cuatro años divulgando el Concilio Vaticano II por todo el país en el Plan de Renovación Conciliar, que promovía el llamado Movimiento por un Mundo Mejor, y llegó con el ánimo de poner en práctica junto a sus feligreses lo que venía predicando: crear una comunidad cristiana de grupos comunitarios de base.

El Concilio había sido un revulsivo para los católicos de la época, porque intentó que la Iglesia se adaptase a los nuevos tiempos de la modernidad, por ello gustó a los más progresistas y disgustó a aquellos que no entendían la necesidad de cambiar nada ni aceptaron las novedades implantadas en la iglesia de San Pedro, que ahora son habituales en muchos templos. Por ejemplo, mantener tres encuentros con los padres antes de celebrar bautizos; suprimir el lujo en los arreglos de las bodas; dar la comunión a los novios solo si éstos la pedían; reducir el carácter festivo de las primeras comuniones, que dejaron de celebrarse el mismo día, aumentando además su carácter religioso con una preparación intensa; establecer la confesión comunitaria, y separar los entierros de los funerales.

Todos estos cambios tuvieron su reflejo en las misas diarias, que cambiaron la solemnidad por un acto más sencillo y doméstico para crear un ambiente de amistad entre párroco y parroquianos.

Y en este contexto llegó el domingo 3 de mayo, donde, para cumplir esta premisa, Benigno Pérez Silva se refirió desde su púlpito a la cuestión social y a la necesidad del reparto de la riqueza, que debía mejorar la situación de la clase trabajadora, a la que pertenecían la práctica totalidad de sus oyentes. Pero en esa ocasión la homilía se vio interrumpida por uno de los asistentes, quien acusó al sacerdote de estar dando un mitin y acabó abandonando el templo.

A quienes tengan la suerte de no haber vivido aquellos tiempos les resultará muy difícil comprender la trascendencia de esta acción, pero en 1970 todo lo que rodeaba a la Iglesia católica se vivía como un asunto de Estado, y más cuando salían a la luz las contradicciones que se estaban viviendo en su seno; por ello, al día siguiente el conservador "ABC" recogió el sucedido, junto a otro que se refería a un hecho similar ocurrido en la iglesia madrileña de San José.

Allí, el párroco Juan Manuel Ábalos, que pronunciaba su sermón ante setecientas personas, también había sido cortado por un joven al grito de: "¡Eso es marxismo puro, los templos son para rezar!", lo que provocó un enfrentamiento entre algunos fieles que secundaron al que protestó y los chicos y chicas pertenecientes al club parroquial, que acompañaban la misa con sus guitarras. Hasta el punto de que tuvo que intervenir la fuerza pública.

En el caso de San Pedro de Mieres, también con el templo lleno, según el diario, el sacerdote llevaba ya tres cuartos de hora disertando sobre el Primero de mayo y cuando estaba diciendo que muchos vecinos había tenido que abandonar la población marchándose a la montaña o a la playa por temor a la cantidad de policías que ocupaban las calles, un feligrés, padre de familia y productor de Hunosa, se puso en pie para gritar: "Si vengo a misa de precepto no es para oír mítines trasnochados. Por favor, continúe con la misa".

El periodista reseñó cómo reinaba el nerviosismo mientras don Benigno siguió con el texto que llevaba escrito, de manera que el feligrés decidió irse, pero antes volvió a decir en voz alta que retumbó todo el templo: "Que conste que me obliga a marchar, porque lo que ahí se dice es inexacto, impropio e inadecuado de decir en la casa de Dios".

La lectura se llevó hasta el final y luego continuó la misa, pero al salir los feligreses comentaron con desagrado lo sucedido.

"Pueblo", "El Alcázar" y "Vida Nueva" también repitieron la noticia, y don Benigno no dudó en plasmarla en su libro, aunque, eso sí, junto al texto completo de la homilía, que siempre guardó con él, y aclarando punto por punto lo publicado por la prensa con notas al margen que fue colocando junto a cada uno de los párrafos de la agencia periodística.

De modo que, por ejemplo, según su versión, la charla no duró tres cuartos de hora, sino diez minutos escasos; el resumen de prensa estaba falsificado y la persona que lo interrumpió, previamente, había obsequiado a la feligresía con "una larga serie de toses destinadas a cortar la lectura". Tampoco se dijo que el sacerdote (es decir, él mismo) "serenamente respondió que era consciente y se hacía responsable de cuanto estaba diciendo y que su contenido lo dejaba al juicio de cada uno, de la comunidad y de quien tiene el derecho de juzgar".

Hay una frase que nos intriga: "En el templo había numerosas autoridades militares que para nada intervinieron". Tal vez el sacerdote hiciese referencia a la presencia de los mandos de la Guardia Civil local, dado que ese día se celebraba también el Día de la Madre, porque, de otra manera, Benigno Pérez Silva ya estaba acostumbrado a los que solían ir a vigilar sus sermones, aunque éstos no tenían graduación y siempre iban de paisano.

Su amigo José María Díaz Bardales lo contó en otra ocasión: "Un domingo vio a los de la Brigada Político Social al fondo de la iglesia y al final de la homilía dijo: "Y quiero también dedicar dos palabras a unas personas que vienen aquí a cumplir obligaciones profesionales porque los mandan, pero la obligación primordial de un profesional es servir al pueblo". En fin, cosas de curas.

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