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De Lo Nuestro | Historias Heterodoxas

La posición de Lluís Companys

El movimiento insurreccional catalán de octubre de 1934 duró apenas diez horas, mientras en Asturias fue donde realmente se prolongó

La posición de Lluís Companys

En medio del alud de informaciones y desinformaciones de todo tipo que han venido envolviendo la jornada de este 1 de octubre son abundantes las referencias y las comparaciones históricas con las que tanto la Generalitat como el Gobierno de España defienden sus argumentos a favor y en contra -respectivamente- del nacimiento de una nueva república en el noreste peninsular.

Entre los personajes resucitados por los políticos figuran nombres tan dispares como Pedro IV el Ceremonioso, Valentí Almirall, Francesc Macià o Lluís Companys. Se han desempolvado sus verdades y también se les han vuelto a atribuir las mismas mentiras arrastradas desde hace décadas. Poner cada cosa en su sitio es una empresa de titanes, que además se aleja de lo que siempre tratamos en esta página, dedicada a contar hechos relacionados con la Montaña Central.

Pero con esta premisa sí podemos contarles cuál fue el comportamiento de Lluís Companys i Jover en aquellas jornadas, reivindicado ahora por haber declarado la independencia de Cataluña a las ocho de la tarde del 6 de octubre de 1934 desde el balcón de la Generalitat, treinta y seis horas después de que Manuel Grossi hubiese hecho un gesto similar desde el balcón del Ayuntamiento de Mieres proclamando ante más de dos mil personas la República Socialista en Asturias.

Los dos fueron actos llenos de simbolismo, con los que se pretendía levantar la moral en una situación extrema, que tenía muchas probabilidades de no salir adelante: una revolución en el caso de Asturias y una revuelta en el de Cataluña, pero si nos limitamos estrictamente a lo que ocurrió en aquellos momentos, encontramos unas diferencias evidentes.

El día 5 de octubre Companys se dirigió a su pueblo por la radio en dos ocasiones pidiendo serenidad mientras una manifestación convocada por la Alianza Obrera transitaba por el centro de Barcelona; a la vez la huelga fue general en la ciudad y se produjeron algunos choques entre la fuerza pública y los anarquistas de la FAI, que exigían la desaparición tanto del Gobierno español como del catalán.

Al mismo tiempo, en Mieres la unidad de los insurrectos era completa, y el Partido Comunista, que se había opuesto a la preparación del movimiento, se sumó decididamente cuando este se inició, participando en el asalto a los cuarteles de la Guardia Civil junto a los otros partidos y sindicatos, de manera que incluso el primer obrero caído en los tiroteos fue su militante Nazario Álvarez.Aquella mañana, a las ocho y media, y mientras los combates se desarrollaban todavía en muchos puntos de las cuencas mineras, "Manolé" Grossi hizo su proclamación, sin ningún tinte territorial ni nacionalista, suponiendo que en otras partes de España la revolución socialista triunfaba y otros compañeros estaban repitiendo la misma ceremonia en sus pueblos. Luego, la insurrección siguió su curso.

El sábado 6, en Barcelona continuaron los choques con los anarquistas, pero el enfrentamiento entre el gobierno de la Generalitat y la Alianza Obrera también se recrudeció. Se instalaron ametralladoras para proteger los edificios oficiales, se recurrió a los somatenes armados para reforzar a las fuerzas de seguridad y el consejero de Gobernación, el siniestro Josep Dencàs, de quien hablaremos más abajo, amenazó con fusilar a los jefes del movimiento obrero.

A primera vista, vemos ya una diferencia clara entre la situación de Asturias, donde había dos bandos claramente definidos, y la de Cataluña, donde además de la FAI, empeñada en hacer su propio combate contra todos y contra todo, se encontraba por un lado la Alianza Obrera y por otro la propia Generalitat, con muchos de sus miembros identificados con el movimiento nacionalista Estat Català. Tanto la Alianza como los políticos catalanistas tenían el mismo enemigo en el Gobierno derechista que en aquel momento regía España y por lo tanto eran favorables a la independencia, pero mientras los primeros defendían una República obrera, los segundos apoyaban una República respaldada por las grandes familias de la burguesía catalana.

Y en el ojo del huracán estaba Lluis Companys, republicano de izquierdas, catalanista y federal, quién también se oponía a que Alejandro Lerroux presidiese España y a la entrada en el Ejecutivo de tres ministros de la CEDA, pero no comulgaba con ninguno de los dos sectores que en aquel momento habían salido a las calles de Cataluña. Según escribió su amigo y confidente Ángel Ossorio y Gallardo en la biografía "Vida y sacrificio de Companys", publicada en Buenos Aires en 1943, el president fue definido por algunos de quienes lo conocieron con términos como "inmoral, corrompido, enriquecido en negocios sucios, instigador de asesinatos, político ignorante y perturbador, furibundo enemigo de España?", pero al mismo tiempo otros lo calificaron de "prototipo de la generosidad, el apóstol de las más nobles causas, el ejemplar de la abnegación y el sacrificio, el patricio magno de Cataluña, un buen servidor de España?"

Con estas premisas no hace falta decir que nos encontramos ante un hombre complejo e interesante, que aún hoy sigue provocando la polémica, pero que supo afrontar con valentía el riesgo que suponía hacer una declaración que contentase a todos en un momento en el que no se conocía con exactitud la respuesta que el movimiento insurreccional estaba teniendo en otras zonas del país.Lo hizo dirigiéndose a su pueblo al atardecer de aquel día 6, desde el balcón del palacio de la Generalitat con un breve discurso que contenía en su parte central un mensaje claramente federalista: "En esta hora solemne, en nombre del pueblo y del Parlamento, el gobierno que presido asume todas las facultades del poder en Cataluña, proclama el Estado catalán de la República Federal española y al restablecer y fortificar la relación con los dirigentes de la protesta general contra el fascismo, les invita a establecer en Cataluña el gobierno provisional de la República, que hallará en nuestro pueblo catalán el más generoso impulso de fraternidad en el común anhelo de edificar una República Federal libre y magnífica."

A continuación, Companys comunicó su decisión al presidente de la República española que había llevado a su gabinete a la derecha reaccionaria y ordenó al general Domingo Batet, jefe de la Cuarta División orgánica que se pusiese a sus órdenes. La respuesta, fue la declaración del estado de Guerra.

Como es de sobra conocido, el movimiento insurreccional se prolongó únicamente en Asturias, mientras que en Cataluña duró apenas diez horas, dejando en las calles 40 muertos, entre ellos 8 militares. Uno de los responsables de aquella pantomima fue el consejero de Gobernación Josep Dencàs, fundador de Esquerra Republicana de Catalunya y dirigente de su ala más radical, Estat Catalá, quien le había prometido a su presidente la intervención de los escamots, el cuerpo paramilitar que dirigía, destacado por su represión a los anarco-sindicalistas y su desprecio a las instituciones españolas.

Como era de esperar, a la hora de la verdad los miles de voluntarios armados prometidos no aparecieron y Dencás y sus íntimos huyeron -al pie de la letra- por las alcantarillas del palacio de la Generalitat, de modo que en las calles apenas se opuso resistencia a las tropas del general Batet, a quien le sobraron 400 soldados para reducir tanto a los independentistas como a los seguidores de la Alianza Obrera. Dencás acabaría poco después manteniendo una excelente relación con Mussolini, pero esa es otra historia. El caso fue que la República catalana solo duró una noche, puesto que a las seis de la mañana del 7 de octubre, el presidente Companys se rindió sin ofrecer resistencia, mientras la dinamita retumbaba en Asturias. Tanto él como sus consejeros más fieles fueron detenidos y arrestados en el buque Uruguay, donde por cierto también estuvieron con ellos, acusados de complicidad con la rebelión, el ex presidente del Consejo de Ministros Manuel Azaña y el periodista y diputado Luis Bello,

No queda espacio para resumir otros capítulos de la vida de Lluis Compays, pero sí hay que decir que tras la guerra civil, el 13 de agosto de 1940, fue localizado y detenido por orden de las autoridades franquistas en la Francia ocupada por Hitler. La policía militar alemana lo condujo primero a la prisión de La Santé, en París y dos semanas más tarde se le trasladó a la Dirección General de Seguridad de la Puerta del Sol madrileña; allí fue interrogado antes de ser llevado definitivamente a Barcelona, donde se celebró un teatral Consejo de Guerra, ante unos 150 asistentes, que como era de esperar concluyó con su condena a muerte.

A las seis y media de la mañana del 15 de octubre de 1940 un pelotón de fusilamiento hizo pasar dignamente a la historia en el foso de Santa Eulalia del castillo de Montjuïc al presidente más controvertido de la Generalitat. Catalanista de corazón y al mismo tiempo partidario de la Republica Federal español

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