La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

De lo nuestro | Historias heterodoxas

Casimiro Álvarez, un militar impecable

Destinado como juez castrense a Mieres, se ganó el respeto vecinal y tras la Guerra Civil, en la que fue fiel a al República, se exilió a México

Casimiro Álvarez, un militar impecable

Hace algunos meses tuve un agradable encuentro con José Luis Menéndez y pude escuchar su versión de la historia del sargento José Menéndez González, quien estaba destinado como comandante de puesto en el cuartel de la guardia civil de Pola de Lena que se rindió a los insurrectos en octubre de 1934. El hombre se salvó cuando lo dieron por muerto tras un fusilamiento fallido junto a la tapia del cementerio lenense, aunque tanto él como su mujer quedaron marcados el resto de su vida por el dramatismo de aquel momento.

El encuentro con José Luis debía girar sobre este asunto, y así fue, pero la conversación se prolongó cuando surgió el nombre de un segundo personaje, que él también conocía por razones familiares y que merece nuestra atención, por su protagonismo en algunos acontecimientos destacados de aquella intensa década en la que se enmarcó nuestra revolución.

Se trata de Casimiro Álvarez Prendes, un militar siempre fiel a la República, a la que defendió en momentos muy difíciles, y que perteneció al círculo en el que el presidente Azaña depositó su confianza. Ahora, obligado por la falta de espacio a saltarme los detalles superfluos, les voy a contar alguno de estos episodios de su vida, empezando por lo ocurrido en el verano de 1932, cuando ya era teniente, después de haber pasado por el Colegio de Huérfanos y la Academia Militar de Valladolid.

Casimiro se encontraba entonces destinado en el cuartel de Caballería de Sevilla y se vio en el ojo del huracán que desató el general Sanjurjo encabezando desde aquella capitanía un conato de golpe de estado que solo tuvo eco en la capital andaluza y en Madrid. El hispanista Gabriel Jackson escribió que Sanjurjo se sintió muy ofendido porque el Gobierno lo había trasladado de la jefatura de la guardia civil a la mucho menos importante de los carabineros, y algunos amigos íntimos monárquicos lo convencieron para que diese un paso que ya tenía anunciado su fracaso de antemano.

En la mañana del 10 de agosto, el general ordenó acuartelar a sus tropas y declaró el estado de guerra dividiendo a los oficiales, que en unos casos se sumaron a la intentona y en otros desobedecieron la orden manifestando su lealtad a la República. Este fue el caso de Casimiro Álvarez Prendes y de su comandante Cándido Viqueira, conocidos por su apoyo a las reformas y la política de don Manuel Azaña, a las que se oponían la mayoría de sus compañeros.

En las memorias de Santos Martínez Saura, está escrito que ambos hombres desobedecieron las órdenes de Sanjurjo y que en vez de permanecer en el cuartel salieron con los soldados de Caballería para recorrer las calles y demostrar así a la población que la situación estaba controlada.

Aunque la versión que contaba el propio Casimiro, sin ser menos heroica es diferente: el teniente tuvo que persuadir a su superior para que no se suicidase ante la seguridad que este manifestaba de que iban a ser fusilados, y ambos, convencidos de su inmediata detención, decidieron pasar sus últimos momentos de libertad tomando unas manzanillas a la sombra de una céntrica terraza, ignorando de esta forma la rapidez con que se precipitaron los acontecimientos. Hasta que vieron acercarse a un grupo de oficiales, y cuando suponían que todo estaba perdido comprobaron que estos solo pretendían entregarles sus sables en señal de rendición, ya que el golpe acababa de fracasar.

El 22 de enero de 1935, Casimiro Álvarez Prendes fue destacado a Mieres como juez militar, con la responsabilidad que acarreaba aquel cargo con los rescoldos del octubre revolucionario aún echando humo. Sin embargo su actuación fue impecable, ya que, aconsejado por el diputado asturiano de Izquierda Republicana Ángel Menéndez, sentenció en muchas ocasiones contra la opinión de otros mandos y se ganó el afecto del pueblo, que lo veía salir diariamente desde el cuartel de transmisiones, emplazado en el camino de Aguaín para ir a tomar unos culetes en Casa Urbano, en La Pasera.

En este establecimiento conoció a la que había de ser su esposa, y en Mieres se casó y siguió manteniendo sus amistades sin dejar nunca de vestir su uniforme, incluso tras el triunfo electoral del Frente Popular, lo que demuestra como se ganó el respeto entre las gentes de esta cuenca minera.

Cuando se produjo el alzamiento militar, Casimiro ya había dejado Asturias y tenía su destino en el 3.º Escuadrón del Cuerpo de Seguridad de Madrid, establecido en la calle Paseo del Canal. Él era uno de los tres tenientes que estaban allí bajo el mando del capitán Arturo Gil Fresco y volvió a repetir una situación parecida a la que había vivido en Sevilla, ya que los cuarteles fueron llamados otra vez a la sublevación, y en el suyo, mientras el capitán se sumó a los golpistas, Casimiro, al contrario, siguió fiel a la República.

De esta forma lo encontramos en primera línea mandando la columna que se desplazó hasta Alcalá de Henares, donde el 20 de julio, un grupo de oficiales del batallón ciclista hirió al teniente coronel Gumersindo de Azcárate, comandante del mismo batallón, y dio muerte al teniente coronel Mariano Monterde Hernández, comandante militar de la plaza, para nombrar en su lugar al comandante Baldomero Rojo, quien proclamó el estado de guerra y mandó ocupar los principales centros administrativos.

La columna de Casimiro, formada por guardias de asalto y milicianos logró imponerse, aunque no pudo impedir los actos vandálicos que se produjeron en la localidad.

El juicio sumarísimo contra los militares rebeldes se celebró un mes más tarde y el 26 de agosto de 1936 el diario ABC iniciaba así su crónica judicial: "A las nueve y media de la mañana de ayer se constituyó de nuevo en la Sala de Justicia de la Cárcel Modelo el Tribunal especial para continuar la causa de la vista seguida por sublevación en el batallón ciclista de Alcalá de Henares. El presidente don Mariano Gómez comienza enalteciendo la actuación de las fuerzas de Seguridad y Asalto a las órdenes del teniente don Casimiro Álvarez Prendes y de las milicias populares dirigidas por su sargento, Alfonso Serrano Moreno".

Finalmente, el batallón ciclista quedó disuelto y los principales oficiales implicados en la muerte de su jefe fueron condenados a la última pena.

Casimiro asistió al juicio satisfecho por el deber cumplido en aquella ocasión, pero con la frustración de no haber podido haber hecho lo mismo seis días antes cuando se produjo la matanza de los presos derechistas hacinados en la Cárcel Modelo, en la que él estaba destinado, a pesar de sus llamadas al Ministerio de la Guerra, advirtiendo de lo que estaba sucediendo, sin conseguir la autorización para frenar a los asaltantes.

Pero su comportamiento ético en medio de aquel desastre quedó fuera de toda sospecha y en los primeros meses de la guerra gracias a su prestigio como hombre fiel y equilibrado fue llamado a la escolta personal del presidente Azaña, rechazando en varias ocasiones el ofrecimiento de los dirigentes comunistas para que se afiliase a este partido para asumir una elevada responsabilidad en el Ejercito Popular.

Después, por necesidad del servicio fue trasladado al frente de Valencia y allí ascendió a capitán, aunque el mismo Azaña volvió a reclamarlo a su lado como hombre de confianza nombrándolo jefe de su Escuadrón de escolta presidencial, y cuando el presidente tuvo que abandonar el país, también cruzó la frontera, después de dejar en un lugar seguro de la localidad de Perelada los trofeos que había obtenido compitiendo como jinete, que él consideraba entre sus posesiones más queridas.

Ya en Francia, fue recluido en el campo de Argelès-sur-Mer, habilitado en una playa cercada con alambre de espino, sin agua potable ni letrinas, donde los españoles, comidos por los piojos, los chinches y la sarna, eran custodiados por gendarmes y tropas coloniales senegalesas y marroquíes. Muchos no pudieron salir nunca de aquel lugar y murieron víctimas del hambre, del frío, de la disentería y el tifus, pero Casimiro tuvo la suerte de que su viejo amigo asturiano Ángel Menéndez, mejor relacionado, le consiguió un pasaje para México, donde rehízo su vida familiar hasta que a principios de los años 60 su esposa decidió retornar a España.

Él, sin embargo, prefirió esperar a la muerte de dictador y no volvió hasta 1976, cuando el entonces teniente general de Madrid José Vega Rodríguez le dio la posibilidad de recobrar su categoría militar. Aún así, los trámites no fueron rápidos, ya que una vez aquí solicitó inútilmente en 1979 y 1980 una pensión como teniente de Caballería retirado, que no le fue concedida hasta que por fin el 14 de junio de 1982 el Tribunal Supremo hizo caso a sus recursos.

Casimiro Álvarez Prendes, republicano ejemplar, falleció en Madrid a finales de los 90.

Compartir el artículo

stats