En el entorno del pozo La Rebaldana (Turón, Mieres) hacía frío. Un grupo grande de vecinos esperaba en silencio la salida del relevo. Un accidente había terminado con la vida de varios mineros, nadie sabía aún sus nombres. Empezaron a desfilar aquellos hombres negros del carbón y con los ojos brillantes de la pena. Una mujer muy mayor preguntaba sin parar: "¿Dónde está el mi fíu?". Estaba muerto. Una niña, de once años, vio salir a su padre. Corrió a abrazarlo.

Esa niña era Rosa Mary Lombardía (Salas, 1950). Y es la primera historia que recuerda de su niñez. Porque así funciona la memoria, siempre aterriza en el dolor. Lombardía ha compartido este y otros muchos recuerdos con el historiador y escritor Javier F. Granda. Esos recuerdos son el libro "Memoria", editado por el Ayuntamiento de Salas. Es una obra que pone en valor el papel de la mujer en los años más duros de la minería. Historias de manos agrietadas de lavar ropa de trabajo con agua fría, mujeres que hicieron de las lágrimas en la garganta costumbre y del consuelo obligación.

Javier F. Granda recoge las palabras de Rosa Mary Lombardía en un relato directo, sin intermediarios: "Este libro surgió de un trabajo académico para el que entrevisté a Rosa Mary", explica el autor. Ella es, según Granda, "una gran narradora, capaz de tenerte con los ojos abiertos durante horas". "Le propuse sentarnos con calma, para vaciar toda su memoria", añade. Guardó horas de grabaciones con la voz de Rosa Mary, y decretó su conclusión: "Este libro tenía que ver la luz porque detrás del sacrificio del minero, está el sacrificio de la mujer. Y es justo contarlo".

Rosa Mary Lombardía, nieta, hija y mujer de mineros, nació en Salas accidentalmente: "Mi madre había ido a la fiesta, y allí me presenté yo", bromea. Su madre se llamaba Esther Álvarez y su padre Eloy, un minero conocido como "Loy el barbero". Cuando no estaba en el tajo, afeitaba y cortaba el pelo a los vecinos en su casa de Armiello (Turón): "Los dos fueron grandes trabajadores", apunta Lombardía, orgullosa.

Otra vez los recuerdos. Su madre siempre aparece en su memoria trabajando en la huerta. O llevando baldes de agua por una cuesta tan empinada que parecía imposible que mantuviera el equilibrio: "Ella y todas las mujeres, madres e hijas de mineros fueron grandes sufridoras", apunta. Siendo muy pequeña, vio que su abuela lloraba porque se le había caído un caldero de agua al suelo: "Yo entonces no entendía por qué se ponía tan triste. Ahora me doy cuenta de que, cuando se le caía el agua, tenía que volver a caminar un kilómetro o más. La fuente del pueblo estaba seca, y tenía que haber agua en casa para que los hombres se lavaran al llegar de la mina", narra. Colas interminables en el economato, donde las mujeres "tenían que echar la mañana esperando a que las atendieran, para luego llegar a casa y ponerse a hacer todas las tareas".

Huelgas

Eran las malabaristas de los desequilibrios económicos en el hogar. "Cuando la 'huelgona', había mucha preocupación. Estuvieron meses sin cobrar y nuestras madres no querían que pasáramos penurias". Dice que vivía con angustia porque "había represión, llevaban a algunos detenidos" y los mayores del pueblo "tenían siempre el recuerdo de la guerra, te metían mucho miedo".

Pero si algo marcó a Lombardía, y a todas las mujeres de su entorno, fue vivir tan cerca de la muerte. "Los accidentes de la mina te persiguen siempre", señala. Ella lo vivió muy de cerca. Acababa de hacerse "novieta" de Florín Montañés, el que luego fue su marido, cuando él sufrió un accidente en el tajo. Le jubilaron y Lombardía se sintió a salvo: "Tuvimos un hijo, Pablo. Fueron años felices". Florín falleció en un accidente de tráfico.

Dice Javier F. Granda que Rosa Mary Lombardía es una gran narradora. Pero es su fortaleza lo que más asombra cuando la conoces. Tras la muerte de su marido, se fue a vivir a Gijón. Asegura que le costó empezar una nueva vida fuera de su valle de Turón: "La gente es muy distinta, o a mí me lo parecía. Tardé en hacerme a esto". Ocupó su tiempo haciendo teatro, una de sus pasiones, y ahora canta en el coro "Costa Verde". Aunque afirma que su vida la marcó, que siente la pena, parece ocultarlo bien con una sonrisa siempre pintada: "Al pintalabios no renuncio. Eso nunca".