Cada tres años se celebra el Symposium Internacional de Historia de la Masonería Española, eligiendo como sede diferentes ciudades peninsulares. Durante unos días los historiadores leen trabajos originales que en muchos casos trascienden los temas estrictamente masónicos, convirtiendo a estos encuentros en imprescindibles para los especialistas en la evolución contemporánea del mundo hispano-americano. Hoy les traigo un buen ejemplo a partir del trabajo que presentó en el número XII, celebrado en Almería en octubre de 2009, Sergio Sánchez Collantes, quien se ha convertido ya en uno de los expertos más prestigiosos en el estudio del republicanismo español del siglo XIX.

Su ponencia trató sobre "El levantamiento republicano de 1880 en Lena (Asturias) y el masón Valeriano Díaz Rodríguez-Vigil", con lo que se encuadraba perfectamente en el bloque de las biografías masónicas que llenaba una de las sesiones. En realidad lo que sabemos de la membresía de Valeriano es muy poco, y seguramente -como veremos al final de esta página- su iniciación obedeció a un motivo muy concreto. Sin embargo, lo que nos resulta más interesante es conocer la parte del trabajo que relata la intentona del grupo de republicanos armados que se echó a los montes de Lena y Quirós, una aventura que Sergio ha rescatado laboriosamente de las hemerotecas.

El episodio se desarrolló entre el 25 de marzo y el 1 de abril de 1880 y sus protagonistas fueron un grupo de hombres, cuyo número exacto desconocemos, pero que debió de rondar la veintena con unas edades comprendidas entre los 26 y los 60 años. Los nombres que han llegado hasta nosotros son estos: Simón García; José Bermúdez Fernández; Juan Marquier; José González; Ramón Fernández, conocido por "el de Baíña"; Agustín Busnadiego; Antonio Rodríguez-Vigil, quien ya había dirigido en 1874 otra partida cantonal; Tomás Rodríguez-Vigil; Isidoro Pérez García y Manuel Balan.

Además, los considerados como cabecillas de la partida que eran el propio Valeriano Díaz, al que llamaban "Argul" -como el topónimo de una aldea de Pesoz- y Antonio Rodríguez Díaz, apodado "el zuavo", según Sergio Sánchez porque había servido en los zuavos pontificios, aunque yo veo más probable que fuese conocido así por su aspecto físico, ya que los zuavos eran de origen argelino y este apodo fue corriente hasta no hace mucho en la Montaña Central para quienes tenían la piel muy oscura.

Su primera intención fue la de reclutar efectivos en dos frentes: primero entre los obreros que habían venido de otros lugares para trabajar en la grandiosa obra del ferrocarril de Pajares y a la vez entre los quintos de Lena, que en aquel momento estaban pendientes de llamamiento. Hay que reconocer que la idea no era mala, y seguramente si los rebeldes hubiesen dispuesto de un orador capaz de motivar a su audiencia con una buena arenga, la intentona podría haber tenido más importancia. Pero no fue así, y no obtuvieron ningún nuevo seguidor a pesar de que ofrecían ración y doce reales diarios a quienes los ayudasen a defender la República.

Ante el fracaso, los conjurados decidieron probar en otro lugar. El principal objetivo era pasar hasta León, pero antes debían afianzarse en el sur de Asturias. La opción era bajar hasta Ujo o Santullano, o intentarlo en Quirós, lo que parecía más seguro, de modo que después de comer en un castañedo sobre Lena, pasaron por Llanuces y en el alto se dividieron.

En ese momento algunos ya habían comprendido que su plan para lograr más apoyos podía darse por fracasado y abandonaron allí mismo su intento; sin embargo otro grupo de unos 15 integrantes llegó hasta Bárcena y detuvo al alcalde, al secretario y al recaudador de contribuciones, obligando a este a entregar raciones en metálico por valor de 690 reales, a cambio de un recibo pagadero cuando ganase su causa.

Mientras tanto, la guardia civil, en vez de enfrentarse a ellos, se encerró en su casa-cuartel lo que dejó libertad a los alzados para recorrer el pueblo lanzando gritos patrióticos, hasta que al filo de las 11 de la noche, liberaron a los detenidos y volvieron al monte con intención de regresar a Lena al día siguiente. Aunque todo indica que en ese momento ya no tenían ánimo para buscar más enfrentamientos, especialmente cuando Valeriano Díaz enfermó a causa de un enfriamiento contraído al vadear el río a la altura de Columbiello, y "el zuavo" tomó el mando para escapar de las fuerzas del Ejército, la Guardia Civil y los carabineros, que habían llegado en su busca, desde León y Valladolid, al mando de un tal Mendoza.

Luego, a pesar de su conocimiento del terreno, los republicanos tenían planeado apoderarse de los fondos de las estaciones de Busdongo y Pola de Lena, y de la recaudación depositada en Pajares y en el ayuntamiento de Cabañaquinta, pero al sentirse acosados, después de haber vagado tres o cuatro días por los montes de Quirós y Aller, se desmoralizaron y abandonaron sus planes.

La mayor parte de los insurrectos se entregaron o no tardaron en ser detenidos. Según el testimonio de uno de ellos, José Bermúdez Fernández, la cuadrilla, en la que resistieron hasta última hora 14 hombres, se disolvió a las 4 de la tarde del jueves 1 de abril en un monte próximo a Lena, donde tiraron su armamento Remington y sus municiones.

"Argul" fue apresado, casi un mes más tarde, en Corporales de Cabrera, cerca de la frontera portuguesa, junto a su primo Tomás Rodríguez y Agustín Busnadiego. Los tres manifestaron que ya habían combatido anteriormente por las ideas liberales. Él y su primo, respectivamente como alférez y teniente de voluntarios en la última guerra carlista, y Agustín a las órdenes de coronel Monzón, en las partidas constitucionales levantadas en Extremadura en 1866.

No cabe duda de que nos encontramos con un personaje pintoresco. Según cuenta Sergio Sánchez Collantes, Valeriano Díaz Rodríguez-Vigil, que aparece descrito como de "unos treinta años, alto, robusto y de presencia agradable", presentó cuando fue detenido una cédula falsa con sello de la alcaldía de Lena en la que figuraba con el nombre italiano de Bautista Motto Bertolino. A pesar de ello fue reconocido y llevado junto a sus compañeros primero hasta la cárcel de León y luego a la de Oviedo, donde ya estaban otros detenidos de la partida. Allí fueron mezclados con los presos comunes y sufrieron distinta suerte. Mientras unos salieron en libertad en el mes de julio de 1880, otros, entre los que se encontraba Valeriano Díaz recibieron la sentencia de cadena perpetua.

Pero aún así, tampoco tardó en volver a la calle, porque supo aprovechar la primera oportunidad para fugarse: en la primavera de 1881 la vigilancia de la prisión tuvo que ser rebajada porque algunos guardias fueron trasladados temporalmente para controlar una huelga convocada en Langreo. Después de limar durante tres horas la reja de su celda, se descolgó por una cuerda hasta el patio y desde allí pudo salvar también la tapia sujetando una soga a una de las almenas para llegar a la calle. Dos meses más tarde, el 27 de junio de 1881, llamaba a las puertas de masonería y en enero de 1882 ya estaba viviendo en la ciudad francesa de Bayona, adonde fueron también su mujer y sus tres hijos.

Otra suerte tuvo Isidoro Pérez, quien fue condenado a 10 años de prisión mayor y trasladado en otoño de 1883 al penal de Burgos. O Antonio Rodríguez "el Zuavo", que tardó en ser detenido hasta octubre de 1883 en San Sebastián y condenado por rebelión a ocho años de prisión mayor por la Audiencia de Oviedo, una pena que no fue conmutada hasta el 13 de abril de 1887.

En cuanto a la vida masónica de Valeriano Díaz Rodríguez-Vigil, sabemos que trabajó en la logia ovetense "Nueva Luz", en la que se identificó como escribiente de profesión y adoptó el nombre simbólico "Job", y al pasar al exilio se integró en otra logia de Bayona. El autor del trabajo que estamos comentando apunta la posibilidad de que su membresía fuese interesada para buscar que las redes de solidaridad masónica se ocupasen de su futuro. Seguramente fue así, ya que el movimiento republicano siempre ha estado muy unido a la masonería, sobre todo en esos años, y hay algún caso documentado en el que se señala esta circunstancia. Pero lo que no deja de sorprender es que nadie pusiese pegas a su admisión cuando se trataba de alguien reclamado por la justicia y recién evadido de la cárcel.

En fin, otra novedad para la historia de la Montaña Central, que en este caso conocemos gracias a Sergio Sánchez Collantes. Vaya desde aquí nuestro reconocimiento.