La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Una matrona como una cigüeña

Cesárea Alonso Fueyo, de 97 años, atendió partos, hasta tres al día, en la zona de Lada a la luz de candiles en hórreos, chabolas y cuadras

Cesárea Alonso Fueyo, en su casa. LNE

Cesárea Alonso Fueyo sigue viviendo a sus 97 años en Lada, donde nació en 1921. Se casó al final de la década de los cuarenta, tuvo a sus tres hijos en los cincuenta y ejerció de comadrona y practicante hasta que en 1970 se trasladó al ambulatorio de Sama donde se jubiló hace 32 años.

Fue quien atendió los partos por las casas de la zona de Lada durante la ola de emigrantes que venían a la mina y a los altos hornos. Se llama Cesárea como su abuela, por una tradición de la familia que ella continuó al bautizar a sus hijos: Jesusa Elisa (Susi), José Marcelino y Sabino Luis. Sin embargo cuando le cedían el honor de elegir el nombre de un recién nacido sólo tenía en cuenta que fuera bonito.

De niña estudió en la escuela local e hizo el bachillerato en Langreo, mientras en España se producía la proclamación de la II República, la Revolución de 1934 sacudía Asturias y la guerra civil estallaba cuatro días antes de cumplir ella los 15 años y finalizaba cuando le quedaban tres meses largos para la mayoría de edad.

En un año de guerra, Cesárea pierde a dos hermanos. Marcelino murió en la batalla del Ebro, a donde fue movilizado por los republicanos al salir de la escuela de alféreces de Granada, y al Roxu lo mataron en un polvorín de Avilés por decir "ya vienen los nacionales". Uno tenía 21 años y el otro 22. Su hija Susi, enfermera jubilada residente en Jaén, sabe por la familia que "mientras mi tío Sabino, perseguido por escribir en "Región", estaba medio tapiado en Celorio, mi abuela Jesusa protegía a un sobrino socialista escondiéndolo en casa".

En 1942, con 21 años, Cesárea se queda sin madre. "A mi abuela le dio un ictus y como ella estaba soltera fue quien la cuidó", relata Susi. Empeñado en que estudiara, su hermano Sabino Alonso Fueyo la lleva a Valladolid y a Valencia. En 1948, obtiene las titulaciones universitarias de practicante y matrona. "De vuelta para cuidar de mi abuelo, en Lada conoce a mi padre, que era valenciano", añade.

Le roban el paraguas

"Mi otro abuelo, el de Valencia, tenía camiones y sus tres hijos, que subían fruta y bajaban carbón, se casaron con tres asturianas de Langreo", explica la primogénita de la comadrona. Cesárea Alonso Fueyo y José Pérez Sirerol contraen matrimonio en la Iglesia de Lada y en Doní vienen al mundo sus tres hijos: Susi, Marcelino y Sabino. "Mi padre tuvo un almacén de fruta hasta que se metió de mecánico en Duro Felguera", recuerda.

Empezó a ejercer de matrona con plaza de interina después de tener su segundo hijo en 1953, aunque a finales de los cuarenta hay testimonios de sus primeras asistencias en partos que habría realizado a título particular por aldeas de la zona alta de Lada. Eran tiempos duros, hasta el punto de que trabajando para la Seguridad Social no tenía derecho ni a la baja maternal. Su hija aporta un dato: "Al mes de dar a luz al pequeño de mis hermanos, a finales de 1958, tuvo que pagar de su bolsillo una sustituta".

Los partos se hacían en casa en condiciones de escasez y penuria. Disponible las 24 horas, iba caleya arriba a Caufel, Cuturrasu, Candaneo, La Venta, Les Bories. "Echaba andando dos horas por Trapa hasta la Vallina; en invierno iba en madreñas, lloviera o nevara", según describe Susi. Tenía treinta y pocos años, de noche salía con una linterna y "sólo ponía una condición: si bajaba un hombre a buscarla, que viniera una mujer con él", subraya.

La propia Cesárea le confesaba a María Luisa Díaz Marrón que en los cincuenta había atendido partos a la luz de un candil en "cuadras, hórreos, chabolas" y bajos sin habilitar. A los más necesitados les llevaba gasas, ropa, chambritas, baberos y leche que le dejaban los viajantes para promocionar sus productos.

En una ocasión tuvo que cubrir a un recién nacido con el forro de una chaqueta. Las situaciones más apremiantes las vivió en las cuevas del Nalón, entre Lada y Sama por la antigua carretera. Como allí faltaba de todo, otra vez se vio obligada tapar a una criatura con papel de periódico. Susi rememora el relato de su madre: aquellas mujeres, agradecidas después del parto, le decían "señorita, le vamos a regalar una cesta", pero en lugar de eso le robaron el paraguas y acabaron rifándolo en El Paralelo, en El Ponticu. Cesárea jamás dejó de asistir a una parturienta.

En el octavo mes de gestación de su tercer hijo, seguía yendo a los alumbramientos. El ginecólogo le llegó a decir: "Pero Cesárea, que vas a parir tú en un parto". Al mes de dar a luz, ya estaba de nuevo de acá para allá. El segundo, Marcelino, asegura que, "al principio, mi madre iba caminando monte arriba, luego ya la llevaba mi padre. Trabajó lo suyo y más, estuvo en la inmensa mayoría de los nacimientos de esos años en Lada; había semanas que la veíamos tres días".

Hasta tres partos al día

No disponía de ecografías ni anestesia epidural. Llegó a hacer un fórceps encima de una mesa de madera en una cocina y a realizar el boca a boca. Si la cosa la veía mal, llamaba al especialista e ingresaban a la parturienta en el Adaro. También acompañaba a las gestantes en la ambulancia hasta Oviedo; salía tan mareada de Entrepeñes que en Urgencias le decían: "Cesárea llegas peor que la parturienta".

"Cuando la veían pasar por Lada, los guajes exclamaban ¡ahí viene la cigüeña!, a la inmensa mayoría los había sacado ella", subraya Marcelino, quien asegura que en los años con más afluencia de emigrantes podía atender hasta tres alumbramientos al día. "Mi madre nunca cerraba, cuando volvía de los partos estábamos durmiendo", comenta Sabino. El menor de los tres hermanos prosigue: "De matrona le oí contar que a Susi y a Marcelino los había tenido por sí misma, sin asistencia, y que yo fui el único que nació con comadrona, en concreto Ofir Revilla, de Sama".

Cuando Cesárea echaba tres días atendiendo partos por las aldeas, Enedina se ocupaba de sus pequeños hijos. Los tres hermanos coinciden: "Fue la única abuela que conocimos y la quisimos con tal: estaba en casa, se ocupaba de nosotros, nos crio". Enedina era "la mujer de Manolo, el de la columna El Topu durante la guerra. Cuando lo mataron, se quedó con seis hijos a los que tuvo que evacuar a Francia. Nadie se ocupó de ella, salvo mi abuela Jesusa", puntualiza Susi.

Como no había teléfono, la gente acudía a buscar a la matrona a casa. El zumbido del timbre en las mañanas dominicales de verano sonaba para los niños de Cesárea como la alarma que arruinaba sus planes de playa, con la tortilla y la carne empanada ya en la cesta.

Hacia la mitad de los sesenta, consigue plaza de practicante de Lada. Atendía en el dispensario e iba a pinchar y hacer curas a domicilio por las aldeas que había pateado de matrona. Al principio había cuatro médicos, pero al marchar la gente para Gijón y Avilés por lo de Ensidesa y Uninsa, quedó solo uno.

Seis bisnietos

Su hijo Marcelino recuerda que le "mandaba a cobrar por las casas, creo que eran cinco duros". En 1970, fallece su marido y se traslada al ambulatorio de Sama donde permanece hasta su jubilación en 1986. Susi no se olvida de que a principio de los setenta su madre ganaba muy poco: "5.000 pesetas después de tanto trabajar. Su único lujo era ir una vez a la semana a tomar pasteles en Las Delicias con sus compañeras".

"En la escuela y por Lada, yo, más que Sabino, era el hijo de Cesárea, y aún me siguen conociendo así. Fue la matrona de muchísimas personas y llevó una relación de los nacimientos en los que prestó sus servicios. Mi madre es un referente para la gente mayor, pero los jóvenes ya no la conocen", explica el hermano menor de Susi y Marcelino.

A sus 97 años, Cesárea tiene cuatro nietos y seis bisnietos, y vive con su hijo Sabino en Doní, en su casa de siempre. Hasta 2009 iba al Centro Social de Lada a jugar a la lotería y en los veranos no se perdía las excursiones que se organizaban para financiar la cabalgata. Al principio acudía sola, después acompañada hasta que dejó de salir. Marta es la asistente encargada de atenderla y cuando hace bueno pasa mucho tiempo en la terraza. "Cada día es un regalo", afirma Sabino.

Compartir el artículo

stats