La vida de David Silva se paró cuando le comunicaron que era portador del virus VIH. Hicieron falta muchos años de trabajo, el apoyo incondicional de una parte de su familia y mucho valor para que todo volviera a su sitio. Ahora, dice, se siente discriminado por su diagnóstico: lleva dos años esperando por una operación de hombro, lo tiene roto por cinco partes y un tendón dañado. "Nadie en el hospital de Mieres se atreve a tocarme", asegura. Su mujer, Nerea Campomanes, le tiene que ayudar para hacer una vida normal. También su suegra, a la que llama "madre", María Victoria Pardo.

Silva, vecino de Mieres, lleva el brazo en cabestrillo y dice que el dolor es "inaguantable". "El problema comenzó hace mucho, porque sufro luxaciones en el hombro muy fácilmente", explica. Le operaron, a través de una mutua, en el año 2000. Pero el problema persiste y necesita una nueva operación, una artroscopia en el hombro. "Estuve ingresado una vez, ya todo listo para intervenirme", explica. Estaba con el gotero ya puesto y, según su versión, "llegaron varias horas más tarde de lo acordado y me dijeron que tenía que volver a casa".

Le dijeron que le llamarían. Y lo hicieron, pero ya era tarde: "Estaba otra vez preparado para entrar en el quirófano, pero se dieron cuenta de que las pruebas del preoperatorio ya habían caducado", afirma. De nuevo de vuelta a casa, de nuevo a esperar por una llamada que no llegó. Y hace unos días, el vaso se colmó: "Tuve un daño en el tendón, ahora he perdido casi toda la movilidad del brazo apenas puedo levantarlo", explica, con la voz ya cansada.

En este punto de la conversación, interviene su mujer: "Lo cierto es que nunca nos han reconocido que su enfermedad tenga algo que ver con esta falta de atención, pero sospechamos que es así porque percibimos cierto rechazo cuando conocen su historial", apunta. Si bien está afectado por el VIH, ha tomado su medicación puntualmente y ahora la enfermedad está controlada. También sufre epilepsia y un ataque, durante el que estuvo veinticinco minutos sin oxígeno, le ha dejado secuelas.

"Tengo una salud delicada, pero hay personas que están peor y a las que intervienen cada día. Creo que el problema que hay conmigo es que no se atreven a abrirme", apunta. Intentaron cursar una queja en atención en paciente, pero "todo fueron largas y nos dijeron que lo único que conseguiríamos sería alargar aún más la espera por la intervención".

Hartos de esperar, han decidido hacer su caso público. "Perdí mucho tras el diagnóstico de VIH", dice él, resignado. Algunos amigos le dejaron de lado, una parte de su familia le rechazó. Lo que no esperaba, apunta, es que "los sanitarios también me dieran la espalda". "En cierta forma, siento que una parte de la sociedad no nos acepta, que la gente aún tiene miedo como si fuera tan fácil contagiarse", señala. Eso sí, tiene un apoyo incondicional en su mujer. Basta con ver los ojos con los que le mira. Ella está bien y están deseando que llegue la intervención para cumplir otro sueño juntos: tener un bebé y formar su familia.