Devolver sus nombres a las víctimas de la fosa común de Parasimón (en el alto del puerto de Pajares) no será tarea fácil. Los expertos que exhumaron el enterramiento este verano, y que recuperaron doce cuerpos, han iniciado ya las labores de investigación antropológica. Aseguran que hay muy pocos objetos personales que permitan esclarecer la identidad sin un análisis genético. Las labores recaen sobre los técnicos de la Fundación Aranzadi, que dirige el prestigioso experto Francisco Etxebarría -reconocido por su intervención en el "caso Bretón" y en múltiples investigaciones de la Guerra Civil-. Esta actuación está coordinada por el antropólogo Antxoka Martínez, el primero en trabajar en el enterramiento, e impulsada por la Asociación de Amigos y Familiares de la Fosa Parasimón. La investigación de la entidad Memoria Allerana ha limitado a cien personas las posibles víctimas que fueron enterradas en el lugar.

Los familiares de Luis Cienfuegos crearon la entidad hace más de un lustro. Luis Cienfuegos, natural de Parana y vecino de Aller, es la única víctima de la fosa que reconocieron los testigos. Le fusilaron y le enterraron en el alto de Pajares, junto a otros once hombres. Tras años de trabajo, con la colaboración de Martínez, lograron la exhumación de la fosa hace unos meses. Los resultados del trabajo de campo fueron esclarecedores. Todo coincide con los testimonios orales que fueron recogidos previamente.

Los doce prisioneros viajaban en un camión que se dirigía, les dijeron en el cuartel, a la cárcel de San Marcos (León). Pero el viaje terminó antes. A la orilla de la carretera del puerto, los bajaron del vehículo y les obligaron a caminar por el monte. No se apartaron mucho, a unos quinientos metros de la carretera los fusilaron. Ocurrió en noviembre de 1937 y los más veteranos de Pajares lo recuerdan. Un testigo reconoció a Luis Cienfuegos, a pesar de que le habían desfigurado el rostro.

Una muerte terrible, que los familiares quieren dignificar. Al menos, con el nombre de cada víctima. "No será fácil identificarlos porque apenas se encontraron efectos personales en la fosa", explicaron los expertos. Sólo cepillos de dientes, una cuchilla de afeitar y algunas cucharas. Objetos habituales en las fosas, porque eran los únicos efectos personales de los prisioneros. Si hubo alguna peculiaridad en este enterramiento fue el hallazgo de un anillo: es de oro, un sello, y lleva grabadas las letras "C" y "B".

"Por el lugar en el que fue hallado, se puede dar casi por seguro que el prisionero lo llevaba en un bolsillo", explicó el arqueólogo Antxoka Martínez. ¿Cómo pasó desapercibido para los ejecutores? Una explicación plausible, según el experto, es que este prisionero no hubiera pasado por el cuartel: "Todo parece indicar que lo cogieron en su casa, de improviso, y que él escondió el anillo en un bolsillo". Quizás quisiera sobornar a algún mando para que lo liberara. No hubo tiempo para él.