Si algún personaje de nuestra historia reciente merece ser considerado un héroe del pueblo, ése es Higinio Carrocera. La República le concedió la medalla de la Libertad, una condecoración que sólo se otorgaba a quienes se hubiesen distinguido muy notablemente en el cumplimento del deber, y en su caso tuvo una justificación sobrada por su actuación en los combates del Mazucu, en septiembre de 1937, cuando logró frenar durante varios días con su batallón de milicianos voluntarios el avance de las Brigadas Navarras que eran muy superiores en número.

La biografía del luchador, nacido en Barros, en 1908, ha sido contada por Fernando Romero García en el libro "Caerán bajo la espada. Higinio Carrocera. La lucha de un anarquista", editado en 2015 por la Fundación Anselmo Lorenzo. En ella vemos a uno de aquellos hombres de acción que, a principios del siglo XX, sacrificaron sus vidas buscando la emancipación social y protagonizaron mil anécdotas que yo modestamente procuro ir mostrándoles regularmente y de la mejor manera que puedo en estas Historias Heterodoxas.

La ideología del joven Higinio se había forjado en el Centro Obrero "La Justicia", de La Felguera, población en la que desarrolló una gran actividad militante en huelgas, movilizaciones y la revolución de 1934, hasta que la Guerra Civil lo convirtió en un formidable estratega interviniendo con éxito en la toma de los cuarteles de zapadores y Simancas en Gijón, y en una larga lista de frentes entre los que destacó, como hemos visto, la defensa de las posiciones del Mazucu en el Oriente de Asturias.

Hoy voy a detenerme en un capitulo que protagonizó al final de su vida, cuando ya estaba sentenciado a muerte, y que nos muestra como fue capaz de anteponer la seguridad de los demás a su propia salvación frenando un intento de fuga que, aunque solo se quedó en eso, pudo haber tenido una gran relevancia propagandística en los meses que siguieron a la caída del Frente Norte si él hubiese tomado otra decisión.

Como es sabido, el combatiente sindicalista fue uno de los últimos en dejar las armas en nuestra región y como muchos de sus compañeros fue detenido cuando intentaba escapar por mar de la ira de los vencedores. En su caso, cayó junto a otras doscientas personas que huían rumbo a Francia en el vapor "Llodio", que por una de esas bromas del destino era propiedad de Duro Felguera, la empresa en la que él había destacado como sindicalista.

Desde allí, los arrestados fueron llevados hasta Galicia, destino habitual para muchos asturianos en aquellas semanas. En su caso, se le envió al campo de prisioneros de Muros de San Pedro, en la provincia de La Coruña, donde fueron llegando desde el 6 de noviembre las primeras expediciones de prisioneros que habían sido capturados en alta mar.

Higinio Carrocera ingresó allí ocultando su verdadera identidad tras el nombre falso de Vidal Fernández, pero no pudo mantener mucho tiempo esta treta porque era un personaje demasiado popular y fue delatado a una comisión que se encargaba de identificar y clasificar a los prisioneros y en la que participaban falangistas llegados desde los diferentes pueblos de Asturias para reconocer a sus propios vecinos

De este modo, el 3 de enero de 1938 ya estaba en la cárcel de Oviedo y desde el primer momento, consciente de que no tenía nada que perder, se reafirmó en los interrogatorios como anarquista y miembro de la CNT, añadiendo que luchaba por la creación de una República Federal. Como una curiosidad, y también por si alguno de ustedes quiere entretenerse siguiendo esta pista, les diré que quienes le tomaron declaración aquel día fueron el guardia Luciano Campos y el cabo de la Guardia Civil, Eusebio Arrimadas, quien tenía una hermana que se llamaba Inés Arrimadas García. Seguro que les suena.

Pero Higinio Carrocera también había entrado en prisión precedido por su fama de hombre valiente y un gran prestigio como organizador militar que era bien conocido por sus carceleros e incluso había merecido en alguna ocasión los elogios del mismísimo general Queipo de Llano en sus emisiones desde Unión Radio Sevilla para la España franquista.

También sabía de su historial el coronel de artillería Rafael Latorre Roca, quien hacía muy poco tiempo que había sido habilitado como general para hacerse cargo del Gobierno militar de Asturias. Él había mandado la 3ª Brigada de Navarra en El Mazucu, donde ambos se habían encontrado frente a frente y por eso le propuso olvidar su pasado e iniciar una nueva vida como militar con graduación en el ejército sublevado; pero el anarquista felguerino tenía unas convicciones inamovibles y prefirió perder la vida ante un pelotón de fusilamiento antes que traicionar a los suyos.

Después de esta negativa, los acontecimientos ya no tuvieron marcha atrás. Higinio Carrocera esperó su juicio mientras su expediente se iba redondeando con los informes de la Guardia Civil y los falangistas del Nalón, las denuncias de testigos afines al régimen que relataron su actividad sindical calificándolo como un peligroso agitador y las declaraciones de quienes habían perdido algún familiar por su acción militar.

Todos los hilos para tejer una tela de araña mortal de la que no pudo escapar. De manera que el 21 de febrero de 1938 fue juzgado junto a otros catorce compañeros y condenado a la última pena en uno de aquellos consejos de guerra que solo eran un trámite teatral y una burla a la justicia y en los que en alguna ocasión llegaron a firmarse 30 sentencias en dos horas.

En este escenario, la biografía escrita por Fernando Romero recoge un episodio del que sabe mucho menos. Al parecer, por el mes de abril de 1937 se iniciaron en la cárcel los preparativos para una evasión colectiva de los condenados a muerte inspirada por otro cenetista apellidado Balaguer, y después de varias consultas individuales se celebró una pequeña reunión para ver la viabilidad del proyecto. Según las fuentes a las que ha accedido Romero, fue Carrocera quien frenó la fuga alegando que, aunque se consiguiese desarmar a los guardianes y salvar los muros de la cárcel con sus armas, era casi imposible poder llegar hasta el monte sin ser detenidos por la cantidad de fuerza armada y falangistas que en aquellos momentos llenaban las calles de Oviedo, y de cualquier forma, una operación de ese calado iba a tener como consecuencia la represalia sobre los otros presos, condenados a otras penas o en espera de juicio con la consiguiente pérdida de cualquier esperanza de indulto.

Había además otro factor, que seguramente también consideró Carrocera, buen conocedor de la debilidad humana cuando se tiene la muerte cerca: la posibilidad de que algún compañero buscase su salvación individual delatando la fuga. Y eso fue lo que ocurrió. La dirección de la prisión fue informada del plan frustrado y los principales implicados fueron aislados del resto de los presos e incomunicados.

Según se cuenta en el libro editado hace años por la Asociación de Viudas de la República de Asturias sobre la Fosa Común de Oviedo, Higinio Carrocera estuvo "más de doce días en la celda de castigo conocida como "la leona", sometido a racionamiento de pan y agua, con una sola manta y baldeando agua continuamente para que no pudiera acostarse; el resto del tiempo de prisión lo tuvieron en la celda nº 13 de la segunda galería rigurosamente incomunicado hasta su ejecución".

Finalmente, le tocó su turno el día 8 de mayo de 1937. Entre los treinta hombres que fueron fusilados aquel amanecer figuraba también el inductor del plan de escape, Antonio Balaguer Soler, que tenía entonces 38 años y era camarero, casado, natural de Mallorca y vecino de Grado.

Como ya he contado en otra ocasión, horas antes de ser sacado de la celda, Higinio Carrocera se arrancó con una cucharilla las cuatro piezas de oro que tenía su dentadura para que se les hicieran llegar a su madre que había tenido más suerte y se encontraba a salvo en la Cataluña republicana.

La fuga de la cárcel de Oviedo nunca se llevó a cabo y el anarquista felguerino prefirió dar su vida antes que poner en riesgo las de otros compañeros. Un año después, se producía la espectacular fuga masiva de prisioneros asturianos, del fuerte granadino de Carchuna, y ya con las cosas más tranquilas, en la madrugada del 8 de mayo de 1948, otros doce militantes de la CNT condenados a largas penas también lograron escapar del penal de Ocaña en una acción que recogen pocos libros de historia. Él ya no pudo verlo.