La Confederación Nacional del Trabajo (CNT), o más bien la Federación Anarquista Ibérica (FAI), en la que se integraron sus militantes más inquietos, partidarios de la acción directa, intentó en tres ocasiones llevar a la España republicana a la revolución social. La primera vez fue en enero de 1932; la segunda se produjo justamente un años más tarde, en enero de 1933; y la tercera en diciembre de aquel mismo año. Luego, como sabrán, también participó en la Alianza Obrera durante la revolución de octubre de 1934.

La primera insurrección es la que se conoce como "revuelta del Alto Llobregat" o "hechos de Figols" y tomó la forma de huelga general revolucionaria entre los días 18 y 23 de enero de 1932. Ya les conté en otra ocasión, como su principal protagonista fue Manuel Prieto, un minero veterano que se había trasladado hasta allí desde Asturias y al que llamaban "el cojo" porque había quedado con esa secuela tras sufrir un accidente en una mina de la cuenca del Nalón.

La tercera se produjo como reacción al triunfo de las derechas en las elecciones de noviembre de 1933, una consulta que pudo haber tenido otro resultado si los anarquistas hubiesen votado, pero en vez de ello desarrollaron una campaña activa por la abstención bajo el lema "contra las urnas, revolución social". Se inició el 8 de diciembre, extendiéndose por toda España hasta concluir con un centenar de muertos y muchos más heridos, y también fue seguida en La Felguera donde la Federación Anarquista Ibérica tenía alguna implantación entre los metalúrgicos de Duro Felguera que estaban afiliados mayoritariamente a la CNT. Hubo bombas y enfrentamientos con la fuerza pública, con la consecuencia de un enésimo cierre de su Centro Obrero.

Pero hoy quiero hablarles de la segunda, en la que estos libertarios felguerinos tuvieron una participación destacada, que casi nunca se cita porque quedó eclipsada por un sangriento acontecimiento que tuvo mayor relevancia y dejó tocado a don Manuel Azaña: los sucesos de Casas Viejas. Allí murieron el 13 de enero de 1933 "Seisdedos", un mítico anarquista de 94 años que a sus años aún mantenía la inquietud revolucionaria; su familia y los campesinos que lo siguieron y fueron acorralados y exterminados sin piedad por la fuerza armada.

Un delicado capítulo en el que todavía se discute si se trató de un exceso de los guardias civiles, o del simple cumplimiento de las órdenes del Gobierno republicano.

Por esta causa Casas Viejas se convirtió en un lugar que ocupa un lugar destacado en los libros de historia, pero la insurrección se repitió en otros puntos y tuvo una especial incidencia en Sevilla, Lérida, Barcelona, el pueblo abulense de Pedro Muñoz, donde los sindicalistas asaltaron el Ayuntamiento para proclamar el comunismo libertario, y en Asturias, donde comenzó.

Y eso es lo que hoy les quiero contar porque todo se inició entre las siete de la tarde y las once de la noche del 1 de enero de 1933, cuando explotaron en La Felguera nada menos que 59 bombas de gran potencia.

Según las informaciones de prensa, las detonaciones se sucedieron sin interrupción causando gran alarma entre las autoridades. Dos de las bombas fueron arrojadas desde un coche en marcha que marchaba con los faros apagados en la puerta de la casa de don Francisco Donate Franco, ingeniero de Duro Felguera, y en un poste de conducción eléctrica de Tudela Veguín apareció un papel escrito con una reivindicación en la que se mezclaba la broma y el deseo de cambio de los revoltosos: "Año nuevo, vida nueva".

Estas acciones fueron condenadas con rapidez no solo por las derechas. También los socialistas, rivales en la lucha sindical, las criticaron en una columna del diario Avance, donde expresaban entonces sus opiniones: "Si los sindicalistas han querido dejar bien sentado que se proponen pasarse el año encendiendo la mecha de las bombas, podían haberse evitado el augurio porque ya lo presumimos. Este año sin duda esperan que sea el decisivo. Nosotros, sin embargo, este año, como todos, lo tomamos como camino y nunca como final. El resplandor de la pólvora no nos puede deslumbrar hasta el punto de que sospechemos que ha terminado el viaje en el cual se afana la humanidad".

Al día siguiente, el 2 de enero, la Guardia Civil descubrió en un garaje de la calle Mallorca de Barcelona un taller de fabricación de bombas de donde habían salido facturadas por ferrocarril y en barcos numerosas cajas con artefactos que inmediatamente se relacionaron con los de La Felguera porque se preparaban en paquetes de unos 60, justo el número de las que habían explotado allí. De las pesquisas se dedujo que los cascos se fundían en una población cercana a la capital catalana y los envíos se disimulaban en unos casos como botellas de vino y en otros como piezas de maquinaria, aunque lo más interesante fue que también se encontró un listado de las personas y direcciones que las habían recibido.

Mientras tanto, en La Felguera pronto se supo que tras explosión frente a la casa del ingeniero habían sido detenidos los obreros Alfredo García y Florentino Huertas Argüelles, quienes no negaron su protagonismo en los atentados ni su vinculación con los anarquistas catalanes. Tras el interrogatorio se practicaron siete detenciones más y fue localizado otro pequeño depósito en una cuadra de La Pomar, propiedad de un tal Pachón, con tres bombas de fabricación casera hechas por ellos mismos con botes de conservas, que ya estaban listas para ser utilizadas; cuatro cartuchos de dinamita con sus mechas y fulminantes, más seis kilos de metralla de hierro.

Por otras pistas se arrestó más tarde a los jóvenes Severino Sánchez Iglesias y los hermanos Aurelio y Manuel Bernaldo de Quirós Antuña, quien portaba una pistola. Aurelio era el encargado de proporcionar la dinamita, sacada de la mina El Molinucu escondida en los vagones que salían con los escombros, y confesó ser el autor de tres de los actos de sabotaje realizados en las líneas de energía eléctrica junto a la colocación de otros dos cartuchos que no habían llegado a estallar.

De manera que el gobernador civil, el señor Alonso Mallol, dio por cerrada la operación contra la organización terrorista en la cuenca del Nalón y manifestó su satisfacción por los resultados del servicio policial, señalando que las noticias que seguía publicando la prensa madrileña sobre otros incidentes eran sensacionalistas puesto que ya se trataba solo de petardos destinados a hacer ruido, cosa a la ya estaban acostumbrados en el valle de Langreo.

Pero la realidad era otra y el día cinco las explosiones se extendieron hasta Gijón, mientras en la Felguera no solo estallaron cinco artefactos más, sino que también se registró un tiroteo entre elementos desconocidos y guardias de asalto, lo que trajo como consecuencia la orden de cerrar todos los establecimientos a las diez de la noche. Una medida inútil, ya que en los días que siguieron se repitieron los incidentes que tuvieron su punto más crítico cuando el maquinista de la Cooperativa Eléctrica de La Felguera fue acribillado a tiros en un atentado que elevó la tensión en las calles.

Las aguas volvieron a su cauce cuando se supo que la insurrección había fracasado en el resto del país. Pero aquel 1933 tuvo además otro acontecimiento destacado para los anarquistas felguerinos. Así lo recogió Gerald Brenan en "El laberinto español", una obra que era de estudio obligado en las facultades de Geografía e Historia de finales del siglo XX y que ahora debemos ver con un espíritu más crítico, porque parece que el hispanista en algunos capítulos se dejó llevar más por su propia opinión que por el rigor documental. Juzguen ustedes:

"La más obstinada y heroica huelga en los anales de la clase trabajadora española fue la de las Fundiciones de Acero de La Felguera, durante la primavera y verano de 1933. Unos 2.800 trabajadores de la CNT, la entera población de lugar, se declararon en huelga, sin indemnización ni presión alguna para evitar el despido de varios trabajadores de edad avanzada. Los patronos se negaron a parlamentar y los obreros respondieron con el sabotaje? Resistieron durante nueve meses heróicamente. Nueve meses de hambre, pero que costaron a los obstinados patronos millones de pesetas y que acabaron con el más rotundo triunfo de los huelguistas". Exageraciones aparte, aunque los historiadores se hayan ocupado menos de su estudio, este episodio que fue conocido en el Nalón durante décadas como "la huelga de los nueve meses" debe situarse, junto a la "huelgona" registrada en Mieres en 1906, entre los hitos más relevantes del movimiento obrero asturiano. Lo vemos otro día.