Gladys Nieves se asoma cada noche a la ventana de su casa, la vista en el río Caudal, y recuerda aquella finca grande que dejó atrás en Argentina. Piensa en la familia que quedó "allá" y en tantos desaires sufridos "acá": "Hay días en los que sientes que no tienes patria", afirma.

Para no perder sus raíces, Hanane tomó una firme decisión cuando llegó desde su Marruecos natal a Asturias: que no se quitaría su pañuelo, que tanta historia cuenta de su origen, por mucho que la islamofobia la ahogara. Y ahí está, catorce años más tarde, aún aguantando miradas de extrañeza y susurros a su espalda: "Me quedo con la gente que me quiere, que ve quien soy de verdad".

Las de Hanane y Gladys Nieves son dos de las historias que recoge el libro "Mujeres que se mueven", coordinado por la periodista Patricia Simón para la ONG "Médicos del Mundo". Se trata de un proyecto, presentado en Sama en el programa "Noviembre por la Integración" de Intervalo, que narra la emigración desde los ojos de ellas. Una vivencia "totalmente distinta" a la de los hombres: "Nosotras somos el pilar cuando parece que todo se desmorona", según Gladys Nieves. Y las cifras le dan la razón: de los 3.103 vecinos inmigrantes en las Cuencas, un 53 por ciento son mujeres. El motivo, según los expertos, es que los trabajos tradicionalmente femeninos (y muy ligados a la población inmigrante) resisten mejor a la crisis.

"Está claro que la mayoría de los trabajos disponibles en este momento, y los que han estado durante toda la crisis, son los que tradicionalmente desempeñan las mujeres", afirma Benjamín Braga, presidente de la Asociación pro Inmigrantes "Intervalo". Y son sectores, además, muy ligados a la población inmigrante. Como limpieza, hostelería y atención a personas mayores.

Mejor escucharlas a ellas. Nydia Martínez, natural de México, presentó el acto que tuvo lugar en la Casa de Cultura Escuelas Dorado de Sama. Además de Gladys Nieve y Hanane, también intervino Patricia Simón. "La experiencia de emigrar es totalmente distinta para las mujeres que para los hombres", asegura, rotunda, Gladys Nieves. Y habla con conocimiento de causa porque la suya es una historia de desarraigos: cuando era una adolescente, emigró de Uruguay a Argentina. Años después llegó el "corralito" y su familia decidió viajar a Asturias. Su marido, hijo de español, tenía documentación. Uno de sus hijos no quiso emigrar: "Me di cuenta de que les estaba haciendo lo que a mí me habían hecho mis padres, pero esta vez comprendí las razones".

Buscar un futuro mejor. Aunque a veces, reconoció en la charla, se pregunta si merece la pena. "El 'sueño europeo' no es tan bonito. Me gustaría decirle las personsas racistas que nosotros perdemos mucho para intentar una vida mejor", aseguró. Dice que, en los momentos más duros, la mujer "tiene que confiar en que todo saldrá bien y poner buena cara aunque llore por dentro".

Es, desde hace décadas, la presidenta de la Asociación de Mujeres Emigrantes "Las Golondrinas". Ahora tiene la vida asentada, aunque los comienzos fueron difíciles. Aún recuerda el día que llegó a la sede de "Las Golondrinas" y descubrió una pintada: "Fuera de aquí, no queremos robamaridos", rezaba.

De xenofobia, también de islamofobia, padece mucho Hanane. Llegó a España en 2004, poco después de los atentados en el tren de Madrid. "La gente me miraba por llevar pañuelo, en el aeropuerto lo pasé mal", recordó. Aún hoy, encuentra a personas que "me miran distinto sólo porque cubro mi cabeza, pero he aprendido a rodearme de la gente que me valora por como soy". A veces, echa de menos una amiga para hablar.

"Es necesario crear más espacios para el encuentro", afirmó Patricia Simón. Desde su punto de vista, "la integración está muy mal planteada. En una entrevista con un psiquiatra, me comentó que a la gente que viene de otro país se le pide que se vacíe de su cultura, como si fueran vasijas". Hay mucho que aprender de los inmigrantes. Como de ese amor por su cultura que sienten los mexicanos, y que Nydia Martínez intenta inculcar a sus hijos: "A veces no es fácil, incluso hay niños que se burlan de los que comen algo distinto en el almuerzo del cole", aseguró.

Problemas en cada paso, también en las administraciones. Aseguran que la Oficina de Extranjería es hostil: "Cada visita te echa diez años encima". Tanta batalla dura, que se resume en las palabras con las que cierra Gladys Nieves el relato de su experiencia: "Se lo dije a mi marido. De aquí ya no nos vamos, no quiero hacer otra casa. Yo sólo quiero vivir en paz". Que no es mucho pedir.