Mediado el mes de octubre de 1937 todo el mundo sabía en Asturias que la entrada de las tropas de Franco en la región era inminente; la realidad no tardó en confirmarlo cuando los frentes que aún resistían fueron cayendo en pocas horas. El día 23 la columna Sagardia, que había roto las defensas del puerto de San Isidro, se juntó en Cabañaquinta con la vanguardia de dos compañías de fusiles y una sección de ametralladoras de la Tercera Bandera de la Legión que habían entrado en el concejo de Aller por el otro extremo, procedentes de Mieres. En aquel momento la guerra y la violencia compartida dejaron paso a la represión ejercida por un solo bando.

Por eso no se explica la acción que tan solo dos días antes, el 21 de octubre de 1937, cometió un grupo de incontrolados aprovechando la falta de autoridad que ya sufría en aquel momento el bando republicano: el asesinato a tiros y cuchilladas de siete miembros de una misma familia de Piñeres, entre los que había varios niños. Un suceso que conmovió a todos los alleranos y alarmó a aquellos que no tardaron en comprender que este hecho iba a servir para justificar la venganza sobre muchos inocentes.

No se equivocaron: el concejo de Aller figura en los libros de historia como el más castigado de toda España por la persecución de la posguerra. Centenares de personas fueron recluidas en prisiones y campos de trabajo y, además de los muertos en acción de guerra, se han contabilizado más de ochocientas muertes violentas en los meses que siguieron a la victoria franquista: la mayoría fueron mineros en activo, pero tampoco faltaron los campesinos, pequeños comerciantes de todo tipo y desde luego los maestros. También las mujeres fueron castigadas, fusiladas y encarceladas en un número superior al del resto del Estado.

El porqué debe explicarse a partir de varios factores. Desde principios del siglo XX se registraron constantes enfrentamientos entre obreros, vecinos de los mismos pueblos, que estaban divididos por su apoyo al socialismo o al sindicato católico impulsado por la Sociedad Hullera Española desde el poblado de Bustiello. Una realidad que no se produjo en otras zonas y en cuyo contexto se desencadenó la negra jornada del 11 de abril de 1920, cerrada con once muertos y cerca de ochenta heridos, de los cuales otros dos fallecieron en los días siguientes, lo que ocasionó una ruptura irreparable en la sociedad civil del concejo.

Por otro lado, esta circunstancia también se agravó porque Moreda fue uno de lugares donde la Falange tuvo implantación desde primera hora. Sus militantes participaron en la defensa del Centro Católico de Moreda durante los sucesos revolucionarios de octubre de 1934, donde dos de ellos murieron junto a los sindicalistas de Vicente Madera, contribuyendo así a radicalizar aún más las posiciones políticas de la derecha local.

A la vez hay que recordar otros dos hechos que alimentaron el odio al contrario: los asesinatos de la iglesia de Nembra en una de las acciones más desgraciadas de la insurrección minera de 1934, y la voladura de la casa de consumos del puerto de San Isidro, ya en la primera quincena de agosto de 1937, después de haber encerrado en ella a cuarenta simpatizantes del alzamiento militar, de los que tan solo cuatro pudieron salir con vida.

Pero sobre todo, lo que marcó la diferencia con otras zonas de Asturias fue la existencia de la Centuria allerana, formada por un nutrido grupo de jóvenes que al inicio del la guerra civil cruzaron la cordillera para pasarse a las filas de los rebeldes nacionalistas y apoyaron al líder falangista Alfonso de Lillo para incorporarse a la lucha en los frentes del centro de Asturias. La Centuria combatió después con éxito en los frentes de Aragón y cuando llegó la paz sus integrantes se dedicaron a perseguir por todos los medios a los convecinos que habían luchado o apoyado al otro bando o simplemente habían sido "tibios" con su causa.

Quien quiera conocer con detalle la consecuencia de estas actuaciones puede hacerlo consultando el libro "Represión fascista en el Valle De Aller (Asturias)", que publicó en 2012 el investigador Manuel Fernández Trillo, donde se hace un concienzudo repaso a esta violencia de posguerra en 1.100 páginas, incluyendo más de 500 fotografías y documentos de época.

Hoy quiero contarles uno de estos casos, que se produjo el 10 de diciembre de 1937 y nos llama la atención porque sus víctimas fueron tres hermanos ejecutados en la plaza de Cabañaquinta, capital del concejo de Aller. Los infelices, Dionisio, Senén y Valentín García Díaz eran panaderos del pequeño pueblo de Cuérigo y murieron por garrote vil después de la celebración de la misa, en un acto al que fueron invitados militares, falangistas, dirigentes del Sindicato Católico y otros derechistas que contemplaron primero como el párroco pudo confesar a dos de los condenados, mientras el tercero, Valentín, respondió con insultos a quienes estaban asistiendo complacidos al dramático espectáculo.

En Aller se conserva un impresionante documento anónimo, al parecer sacado del antiguo cuartel de la Guardia Civil, redactado en 1937, antes de las ejecuciones, con un extenso listado en el que figuran nombres, profesiones, supuestas acciones punibles y hasta el valor de las propiedades de aquellos vecinos que debían ser castigados, para valorar las multas pecuniarias que podían imponerse. Es un informe tan completo y estructurado que demuestra la existencia de una perfecta red que aportó la información de cada pueblo para que alguien más preparado lo refundiese y lo redactase después.

Sin duda, la acusación a los tres hermanos se basó en esta denuncia. En ella aparecen como integrantes del Comité General de Guerra de Aller, al que se califica como "cheka". Además se hizo constar su participación en la revolución de octubre de 1934 y en el caso de Valentín también se le señaló como implicado en un movimiento anterior en 1930; miembro de la Gestora Municipal organizada en la retaguardia para reanudar la vida administrativa y judicial interrumpidas por el golpe militar, y presidente del Comité de Guerra de Collanzo dirigiendo el asalto del cuartel de la Guardia Civil de esa localidad.

También se reseñó que habían requisado, robado e incautado a personas de significación derechista, y se les achacó el asesinato de 17 guardias civiles, del juez municipal de Cabañaquinta, de un hijo del secretario del Ayuntamiento, del encargado del servicio telefónico, de un hijo del brigada de la Guardia Civil de Moreda, de un empleado de la Hullera Española y de otras muchas personas de orden, entre las que se incluyó a la familia de Piñeres, que ya citamos.

A la vez, los hermanos fueron calificados como hombres de la confianza del cabecilla Silvino Morán y se anotó que habían colaborado en acciones de represalia, haciendo desaparecer los cadáveres de sus víctimas en las minas de talco y en el Lago de Isoba.

Los tres detenidos fueron sometidos a un juicio sumarísimo por el procedimiento de urgencia por un tribunal militar presidido por un comandante que actuó como presidente y con tres tenientes como vocales, siendo su defensor otro militar, quien por supuesto no los conocía y según la rutina establecida en estos procesos-farsa no pudo ver el sumario hasta el mismo día de la causa limitándose pedir una rebaja en la pena para justificar su papel. Como era de esperar la sentencia fue la solicitada inicialmente y se negó la posibilidad de elevar recurso a otras instancias.

El caso fue que en las jornadas anteriores, otros hombres ya habían sido juzgados y ajusticiados en Oviedo por algunos de aquellos delitos, y aunque esa circunstancia era conocida de sobra, no se hizo nada para impedir que ellos pagasen una segunda vez por los mismos hechos. Los panaderos de Cuérigo pasaron la noche detenidos en el local de Falange de Cabañaquinta y a las 10 de la mañana el primer hermano fue sentado en el garrote vil, mientras los otros dos esperaban su turno asistiendo a una agonía que rondó los veinte minutos. Lo mismo que iba a durar la suya.

Los cadáveres de Dionisio, Senén y Valentín García Díaz fueron llevados en un carro hasta el pequeño cementerio de Vega, desde donde serían trasladados más tarde a su pueblo natal. Tan solo tres días más tarde, el 13 de diciembre de 1937, el garrote vil volvió a montarse en la plaza del Ayuntamiento de Langreo para ejecutar a Abelardo Carcedo Castaño, un antiguo futbolista del Racing de Sama, capitán republicano en tiempos de guerra, al que también se condenó en un juicio sumarísimo nada menos que por 990 asesinatos. Pero este caso ya se lo hemos contado en otra ocasión.