"Negra". "Puta". "Sucia sudaca". Es el "saludo" diario que recibe Faith Esahiagbe, una joven nigeriana que vive en Figaredo y que ha denunciado a su vecina por "un acoso racista constante e inaguantable".

Su caso no es único en las Cuencas. Los colectivos pro inmigrantes de los valles del Nalón y el Caudal aseguran que el odio racial ha ido en aumento durante los últimos años , especialmente desde el inicio de la crisis económica, y que muchos vecinos extranjeros se encuentran en situaciones "delicadas". Lo sufren en mayor medida, según su experiencia, las mujeres. Piden "un esfuerzo" a las administraciones para que medien y terminen con estas situaciones "que atentan contra los derechos de las personas".

Faith Esahiagbe se sienta en la silla de la cafetería. Le tiemblan las manos: "Tengo miedo por mi niño". Hace un año que la Consejería de Servicios y Derechos Sociales atendió la súplica de Faith. Pedía ayuda para acceder a una vivienda digna, ya que el piso en el que estaba de alquiler no reunía las condiciones básicas para ella y su pequeño. Le ofrecieron un piso de protección en Figaredo, que ella aceptó llena de ilusión.

Parecía que la vida, por fin, le daba un respiro a Faith. Un aliento que había perdido hace ya años, cuando tuvo que huir de la mafia de la prostitución. Por fin tenía esa casa bonita que tanto había soñado, en la que siempre olía a café. Pero pronto empezaron los problemas con su vecina: "Ella llegó poco después que yo a vivir justo debajo de mi piso", explica. Dice que su vecina le pedía ayuda, "un poco de sal, un poco de azúcar, un cigarro". Un día, le dijo que no podía darle más: "Yo no tenía trabajo entonces".

De la cordialidad a un odio inexplicable. "Me insulta a diario, a veces vienen amigos suyos y también me amenazan", asegura la joven. Su vecina golpea a menudo el techo de su casa "para intimidarme". Este diario ha sido testigo de los golpes, que se producen "a cualquier hora del día, incluso de madrugada. Mi niño, de cinco años, no puede dormir". Harta, angustiada por el conflicto, acudió a la Guardia Civil para cursar una denuncia. "Me han dicho que sin testigos poco puedo hacer. La única solución es que me cambien a otra vivienda en el concejo, cuanto más lejos de ella mejor", afirma Faith, angustiada.

Contra las mujeres

"Fuera de aquí, no queremos 'robamaridos'". Hace más de diez años que Gladys Nieves, presidenta de la Asociación de Mujeres Inmigrantes "Las Golondrinas", se encontró este "aviso" a la puerta de la sede de la entidad en Mieres. Estaba escrito en una pared, con pintura negra: "Los ataques racistas no son nuevos, pero es cierto que habíamos avanzado un poco y que hemos vuelto a retroceder", explica. Son muchas las mujeres inmigrantes, añade, que "se ven en situaciones muy complicadas". El odio es aún mayor contra "las mujeres que visten velo, o las que tienen la piel oscura".

Ella trabaja a diario por la integración. Es una de las caras de la última campaña nacional de Médicos en el Mundo: "#virusEva", que visibiliza la lacra del machismo con especial acento en las mujeres inmigrantes y en zonas de conflicto. "Todo lo que hagamos es poco", asegura Gladys Nieves. Uno de los principales problemas que percibe desde la entidad "Las Golondrinas" es "la falta de ilusión de las personas migrantes, que vuelven a encerrarse en ellas mismas porque temen represalias xenófobas".

Menos vida social y menos empleo. La mayoría de los puestos a los que optan ahora las mujeres inmigrantes son "totalmente precarios". "Muchas se ven obligadas a trabajar sin contrato, a renunciar a un horario digno", apunta Nieves. Incluso, en ocasiones, a su identidad cultural: "Hay mujeres que tienen que ir a trabajar sin el velo para que les permitan seguir en sus puestos". En cuanto a los casos como el de Faith, Gladys Nieves considera que "las administraciones tienen que tomar partido y dar la cara también por sus vecinos inmigrantes". Desde su experiencia personal, considera que "el Ayuntamiento de Mieres no hace todo lo posible. De hecho, a nuestra entidad se lo está poniendo realmente difícil en los últimos años".

Faith Esahiagbe remueve con una cucharilla y toma el último sorbo de la taza. "Ahora tengo que volver a casa y estoy sólo pensando en no encontrarla en el portal o en la escalera". Tiene la cara cansada y cicatrices que duelen. En el muslo derecho, la de la puñalada que le dieron cuando intentó escapar del club en el que trabajaba bajo el yugo de la mafia. En el alma, la de una vida pesada de tanto pasarlo mal. Se levanta de la silla y paga su café: "Yo sólo quiero estar ya tranquila".