La etnografía es una rama de la antropología que estudia las costumbres y las tradiciones culturales de los grupos humanos. Su método se basa en la observación del comportamiento y por ello tienen mucha importancia las entrevistas. Cuando se trabaja sobre etnias o pueblos el investigador suele acercarse a los más ancianos porque se supone que son quienes conocen mejor su propia historia.

Aunque es una disciplina universitaria, es habitual encontrar muchos trabajos de campo firmados por quienes no tienen más relación con estos estudios que su propia formación y el contacto con otros aficionados que se dedican a lo mismo. A veces se trata de investigaciones impecables, pero en otros casos, con una ausencia total de metodología, el entrevistador parte de una idea previa y llega a orientar las respuestas del entrevistado para que confirme sus teorías.

Desgraciadamente, esta manipulación se extiende a todos los aspectos de nuestro pasado, de manera que hemos visto salir de la nada supuestos seres mitológicos y ceremonias de origen céltico, que nadie conocía hasta hoy, pero que emparentan directamente con los de otros países, e incluso los ayuntamientos las han integrado en fechas tan destacadas de nuestro calendario como el día de difuntos o los carnavales sin que nuestros jóvenes duden de su procedencia.

Uno, que ya está mayor para callarse estas cosas, sigue prefiriendo la seriedad de los estudiosos de antes, que con menos tecnología y más sabiduría lograron que nuestra tierra guardase su identidad.

Don Aurelio del Llano, nacido en Caravia en 1868, fue el padre de la etnografía asturiana y aunque, si lo vemos con esta óptica, también entra en el grupo de los aficionados, sus apuntes son el pilar de quienes vinieron detrás. Él dio a conocer a la gente de las ciudades una cultura que se había guardado en las aldeas de generación en generación y todavía seguimos imaginando a trasgos, nuberos y demás parentela según su descripción. En las primeras décadas del siglo XX recorrió cientos de aldeas hablando con sus gentes y tomando apuntes con los que publicó en 1922 su libro fundamental "Del folclore asturiano: mitos, supersticiones, costumbres", prologado por don Ramón Menéndez Pidal.

También salió de su mano "Dialectos jergales asturianos", donde explicó los secretos de dos lenguajes gremiales: la xíriga, que empleaban los tejeros de Llanes y Ribadesella, y el bron, utilizado por los caldereros del barrio avilesino de Miranda, que lo llevaron a otros pueblos de Grado donde también contrataban su trabajo. La lista de sus publicaciones es larga y variada; aunque como puedo elegir, me quedo con "Cuentos asturianos" y "Esfoyaza de cantares asturianos recogidos directamente de boca del pueblo", cuyo rigor también podemos comparar con la facilidad con la que ahora se incluyen como canciones asturianas algunas que llevó desde Trujillo hasta Proaza una abuela extremeña, o desde Managua a Quintes algún antepasado indiano.

Aurelio del Llano se trasladó a Mieres para realizar sus estudios de Ingeniería de Minas y Fábricas Metalúrgicas en la Escuela de Facultativos, y en su madurez acabaría presidiendo esta Asociación a nivel nacional. Dicen que llegó aquí con diecisiete años, pero otros biógrafos aseguran que entonces ya había cumplido el servicio militar, lo que en principio no parece cuadrar bien.

Lo que sabemos con seguridad es que compaginó las aulas con su trabajo como carpintero modelista en la Fábrica y que enseguida pudo intervenir en algunas de las empresas que modernizaban la Asturias del momento, como el ferrocarril Vasco-Asturiano, para el que actuó como contratista en su estación de Oviedo, cuya desaparición seguimos llorando,

Aunque en paralelo iba creciendo en él la pasión por el folclore y las tradiciones, y empleaba cada vez más horas libres para acercarse a los pueblos que estaban próximos a sus lugares de trabajo. Enseguida amplió su campo de acción para visitar lugares aislados y alejados de los núcleos urbanos de población tomando apuntes con los que hizo colaboraciones en el diario ovetense El Carbayón entre 1905 y 1908 y en otros periódicos regionales, y pronto pudo publicar libros con el resultado de sus investigaciones.

Luego fue perfeccionando su método, realizó frecuentes viajes por Europa para aprender de los expertos más prestigiosos de su tiempo y extendió su interés a la historia y la arqueología, entendiendo estas disciplinas como fundamentales para determinar el carácter de los asturianos. Se acercó al mundo castreño y prerrománico y excavó San Miguel de Lillo en 1916. Tres años más tarde su labor fue reconocida con el ingreso en la Academia de la Historia y el nombramiento de delegado regio de Bellas Artes; también iba ser miembro de la Academia de la Lengua y de la Academia de Bellas Artes.

Uno de sus trabajos más celebrados fue "El libro de Caravia" en el que incluyó los resultados de la excavación del Picu'l Castru. Según contó años más tarde, la felicitación que le envió entonces don Ramón Menéndez Pidal le sirvió de acicate para seguir su periplo regional en busca de las cosas del saber popular.

Seguramente su obra más conocida fue "Bellezas de Asturias de Oriente a Occidente", que en 1927 se convirtió en un éxito popular. Entonces se dirigió al Gobierno de la nación solicitando que adquiriera ejemplares para las bibliotecas públicas. Siguiendo la norma, la petición fue sometida a la Academia de la Historia para que un experto aconsejase sobre la decisión a tomar, y le correspondió a don José Alemany elaborar el informe, que no fue de trámite, ya que en él reseñó también los pequeños errores que había encontrado en el texto, pero su conclusión es un perfecto resumen de la consideración que aún nos merece el trabajo de don Aurelio:

"La obra, a juicio del Académico que suscribe, es digna no sólo de que se declare de mérito relevante para que el Gobierno de Su Majestad adquiera ejemplares de la misma con destino a las bibliotecas públicas, sino de que se hagan nuevas ediciones de ella y sea conocida por el mayor número posible de lectores, muchos de los cuales sentirán, sin duda, el estímulo de visitar la región en ella descrita".

En este libro, Aurelio del Llano incluyó el relato de uno de los episodios más negros en la pérdida del patrimonio regional: el expolio de la cruz procesional de la iglesia románica de San Salvador de Fuentes. Según su versión, luego confirmada por los testigos, fue el párroco don Perfecto Palacio quien se la vendió en 1901 a "un empresario extranjero con grandes industrias en Mieres" por 10.000 pesetas.

Tal vez por discreción o por respeto, el folclorista no quiso citar el nombre de Ernesto Guilhou, para el que había trabajado en su juventud, aunque en el texto quedaba claro de quien se trataba. El hijo de Numa Guilhou, vividor y diletante, fue un gran coleccionista de antigüedades, como ya he contado en otra ocasión, y su consuegro, el todopoderoso cacique Alejandro Pidal le dio noticia del tesoro que se encontraba en aquel pueblo de Villaviciosa.

El dueño de la Fábrica de Mieres envió hasta allí a un intermediario llamado Nozaleda con una rácana oferta de 2.000 pesetas, pero el cura se apresuró a subir la cifra enseguida avisando de que ya tenía otros interesados. Todo indica que Pidal se dirigió directamente al Obispo Ramón Martínez Vigil, quien instó al párroco para que complaciese inmediatamente al "Zar de las Asturias". Luego la cruz pasó a Francia y Ernesto se deshizo de ella, de manera que en torno a 1912 el marchante Arthur Sambon se la vendió al banquero y empresario John Pierpont Morgan, pero eso ya nos aleja de tema de hoy.

Después de unos años muy activos, en 1927 el folclorista dejó de publicar y cuando volvió a hacerlo, ya en 1935, lo hizo para relatar su testimonio sobre la revolución de octubre en otro libro, que como la mayoría de los suyos no ha perdido vigencia con el tiempo y continúa siendo imprescindible en la bibliografía de la insurrección obrera.

Aunque en un principio puede parecer que este texto no tiene ninguna relación con su trabajo anterior, enseguida nos damos cuenta de que está hecho con el mismo método que empleó en sus estudios etnográficos, actuando como mero cronista histórico y sin realizar ningún análisis político de aquellos hechos que él seguramente vio únicamente como un capítulo más de la historia de Asturias que no podía dejar de reseñar.

Pocos meses más tarde, ya iniciada la guerra civil, falleció en Madrid el 2 de noviembre de 1936. De vez en cuando es necesario volver a leerlo para recordar que la cultura tradicional de los asturianos se parece muy poco a la que están empeñados en diseñarnos desde algún medio de comunicación.