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El fantasma del teatro Capitol

La amenaza de demolición que encara el antiguo cine Esperanza - revive en Mieres la triste desaparición de la inolvidable sala escénica

Estado actual del antiguo cine Esperanza.

El cine y el teatro son ingenios que permiten evocar siempre que se quiera vivencias del pasado. En Mieres hace ya muchos años que no hay pantallas gigantes ni escenarios cuidados con barniz añejo, pero la ciudad sigue poniendo en escena historias repetidas, cuando menos muy parecidas. La lenta agonía que envuelve al viejo cine Esperanza recuerda tristemente la todavía lamentada desaparición del teatro Capitol. Los dueños de este majestuoso salón con capacidad para 1.600 personas intentaron a mediados de los noventa venderlo al Ayuntamiento para evitar así su derribo. El acuerdo fue imposible. Ahora la historia se repite con el cine Esperanza. La conciliación de intereses parece de nuevo inviable; lo que aboca, a medio plazo, a que el deteriorado edificio pueda acabar demolido.

La situación que atraviesa el cine Esperanza guarda muchas similitudes con lo acontecido hace dos décadas con el Capitol. Las semejanzas del guión, con todo, no pueden disimular una diferencia de calado. Se trata de la enjundia de los protagonistas. Si bien el edificio que albergó el cine Esperanza hasta el pasado 2002 mantiene una innegable relación afectiva con los mierenses, la desaparición el Capitol dejó un enorme boquete en la memoria colectiva de la ciudad. Cuando fue demolido el teatro aún hacía relativamente poco que había bajado el telón por última vez y el inmueble se mantenía robusto en pleno centro de Mieres. Si bien ahora puede parecer razonable que el Ayuntamiento no muestre gran interés por salvar el enfermo armazón del antiguo cine de la calle Teodoro Cuesta, a finales del pasado siglo pocos entendieron la caída del teatro local.

La controvertida desaparición del Capitol vino precedida de muchos sinsentidos: "Hicimos todo lo que sensatamente estaba en nuestras manos para evitar el derribo", recuerda Loli Olavarrieta explicando el sentir de la familia que levantó y gestionó el equipamiento cultural. "Fue muy duró tener que demolerlo. Era lo último que hubiéramos querido, pero no nos dejaron otra salida", afirma Celestino Goncesco, el constructor que se vio empujado a ejercer las funciones de verdugo. Escuchando un cuarto de siglo después estas afirmaciones cuesta entender lo que sucedió.

El doloroso derribo del viejo y querido edificio fue un punto de inflexión que desencadenó un imparable proceso de decadencia cultural. El equipamiento se abrió al público en 1951 y durante décadas fue un punto de encuentro para miles de mierenses. Las compañías teatrales más prestigiosas del país pasaron por el solemne pero acogedor escenario. La decoración y elegante estampa del recinto realzaba los espectáculos. Sus 1.600 butacas le daban aún mayor empaque. Tenía capacidad para 500 espectadores más de lo que tiene el teatro Jovellanos de Gijón. A principios de los noventa la actividad teatral empezó a decaer y el Capitol quedó prácticamente como un cine más. Su costoso mantenimiento terminó por desencadenar el cierre al no poder competir con las nuevas y funcionales salas de proyección. Fue en 1992.

Tras la clausura, la familia Olavarrieta intentó vender el inmueble al Ayuntamiento, ofreciéndolo muy por debajo del precio que por entonces marcaba el mercado. La respuesta se fue posponiendo y los propietarios se encontraron en un callejón sin salida. En 1995 el Consistorio alumbró un nuevo plan urbano que hubiera facilitado la expropiación del edificio a muy bajo costo. Los dueños, finalmente, optaron por vender a la constructora Goncesco, propiedad del ya citado empresario Celestino González.

Los nuevo dueños del teatro también llamaron a la puerta del Ayuntamiento, presentaron incluso un proyecto para reabrir el teatro. Además de mantener el grandioso auditorio, la propuesta contemplaba abrir espacios culturales en las plantas superiores del edificio y dejaba espacios en los laterales de la parcela para habilitar oficinas para uso municipal. Goncesco no pidió dinero. La constructora era propietaria de parte de los terrenos de la Mayacina. Propuso una permuta, por una parcela anexa a su propiedad, de las más pequeñas de la planificación. Exigía, eso sí, que el Ayuntamiento diera luz verde al desarrollo urbanístico del ensanche urbano. Hubo principio de acuerdo, pero a última hora el gobierno local reculó. El teatro fue demolido para dar paso a un bloque de viviendas y la Mayacina aún tardaría una década en empezar desarrollarse urbanística, con varias parcelas aún hoy sin edificar.

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