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De lo nuestro | Historias heterodoxas

El pequeño mundo de un allerano

La narración de un viaje de dos días desde Felechosa hasta el mercado de Mieres en 1915 con un cargamento de 50 madreñas a 1,5 pesetas

El pequeño mundo de un allerano

Hasta hace pocos años era habitual que los pueblos de cierta entidad editasen álbumes con motivo de sus fiestas patronales. Ahora en la Montaña Central esa costumbre ya casi ha desaparecido por varios motivos. El principal es la pérdida de población, que hace que todo vaya a menos y cada vez sea más difícil encontrar financiación para estas cosas; a ello se suma el desinterés de los jóvenes por cualquier tipo de lectura y además aquellos que siguen leyendo prefieren teclear sobre una pantalla antes que sostener un libro en las manos. Los álbumes que sobreviven tienen muy poca tirada, no llegan a la mayor parte de los vecinos y sus colaboraciones han pedido la frescura que siempre los caracterizó como reflejo escrito de la vida del momento.

Antes las revistas locales también seguían la costumbre de sacar números extraordinarios en esas fechas señaladas. Así lo hizo en Mieres el semanario "Comarca", que en su época dorada llegó a superar con sus artículos a los portfolios oficiales. Y no me refiero solo a la calidad de sus colaboradores, las mejores plumas locales del momento, sino al interés de algún escrito anónimo, que con el tiempo ha dejado de ser simplemente simpático para convertirse en una fenomenal fuente de información sobre la vida cotidiana de nuestros abuelos, o mejor ya tatarabuelos.

Los originales de estos ejemplares tienen la peculiaridad de que están volviéndose ilegibles porque para hacerlos más vistosos cambiaron la tinta habitual de los números corrientes por otras de colores que se degradan muy rápidamente, pero eso en este momento, y antes de que se pierdan del todo, les da hasta un toque entrañable.

En la edición del 17 de junio de 1961, alguien que firmó con las iniciales V. R. M. escribió un recuerdo de su juventud titulado "La primera vez que bajé a Mieres", que resulta a la vez curioso y nos ilustra acerca del aislamiento que se vivía en los pueblos altos de la Montaña Central a principios del siglo XX. Se trata del desplazamiento que realizó para llevar un cargamento de madreñas desde Felechosa hasta Mieres en abril de 1915, y se lo voy a resumir para que ustedes vean cómo lo que ahora puede ser un agradable paseo para un ciclista, podía convertirse entonces en una pequeña aventura para un joven que nunca había salido de casa.

Según su relato, bajar hasta Collanzo ya tenía su interés, porque en aquel momento estaba modernizándose la carretera con "un afirmado de caliza fina como una sala", y desde allí a Cabañaquinta, capital del concejo, que ya conocía por haber asistido alguna vez al mercado de los viernes. Después estaba lo inexplorado.

Su primera parada fue en La Cochera de Piñeres, un mesón obligado para peatones, caballerías, carros y el coche correo donde su dueña Constanta tenía fama de preparar las mejores truchas del río Aller. Luego Moreda, Caborana y a hacer noche en Santa Cruz. Allí ofrecía cama el tío Bernardo Castañón, el del estanco, que tenía dos hijas, María y Rita, y un hijo manco llamado Verdín quien se encargaba de atender los caballos.

El joven viajero empleó en recorrer aquel tramo toda una jornada, ya que se desplazaba a pie aunque llevaba un caballo, porque en el animal iba su mercancía: nada menos que 50 pares de madreñas, que se habían encargado en Felechosa para ser vendidas en Mieres a 1,50 pesetas el par. Y además el firme entre Moreda, Ujo y Santullano estaba imposible por el continuo tránsito de los carros tirados por mulas que se encargaban de transportar el carbón del grupo La Industrial hasta el ferrocarril.

La descripción del mercado, al que llegó a las diez de la mañana del domingo, podría ser la misma que haríamos actualmente: "Muchas tiendas de tejidos, ferretería y quincalla alrededor de las dos calles laterales de la plaza cubierta", salvo por el detalle de que en los puestos del interior también había comercio de telas, como el de Juan Fernández Ruiz "Juanín el tendero", quien vendía el metro de pana al mismo precio que el par de madreñas.

Como se puede suponer, muchos de los que se acercaban hasta la plaza de Mieres lo hacían a pie o a caballo, y para atender a las monturas en los bajos de las viviendas cercanas estaban abiertas varias cuadras. El allerano pudo guardar la suya hasta la tarde por 15 céntimos, aunque la paja y la comida corrieron por su cuenta y tuvo que adquirir en un establecimiento cercano dos kilos de cebada, que le costaron 60 céntimos.

Después hizo un recorrido para ajustar otros encargos financieros, ya que entonces los bancos permanecían abiertos los días de mercado. En la administración de correos cobró un giro postal; en la Banca Sela pagó una letra, y en la corresponsalía bancaria de don Francisco Martínez cobró otro cheque enviado desde Cuba en pesos, que allí mismo trocó en pesetas: 60 pesos, 300 pesetas.

La comida en casa Encarna, viuda de Donato, donde más tarde estuvo el comercio de ultramarinos de Cañedo. Sopa, puchero de garbanzos, carne guisada y postre, con media de vino: 1,50. Y de allí al llagar de Molleda y al de Tornillos, a perrina el vaso de sidra de espicha.

A las cinco de la tarde inició su viaje de vuelta, con la misma parada nocturna en Santa Cruz y a la mañana siguiente hizo un alto en Caborana para adquirir en casa Balbuena una pistola del 6,35 marca Bellota que le costó 7,50 con su cargador de 7 cápsulas. Nuestro narrador escribió que siempre había sido su mayor ilusión comprar un arma de esa marca, aunque nunca la usara, y aquí debo aclarar que a los historiadores siempre nos llama la atención como la prensa de las primeras décadas del siglo XX recoge dentro del territorio de las cuencas mineras continuas peleas y enfrentamientos por motivos banales, que acababan a tiros, señal evidente de que entonces era muy fácil hacerse con un revólver y llevarlo encima para salir de juerga.

El retorno fue mucho más rápido porque el allerano pudo montar su caballo ya libre de carga. Paró a tomar un vaso en el café Colón de Moreda; a comer en casa El Mariscal en Oyanco, que era un establecimiento mixto de los que ahora se califican como bar-tienda, con comestibles y ferretería, y antes del anochecer ya estaba en casa

De este curioso artículo obtenemos otras informaciones como la de saber que el transporte habitual todavía era de sangre y no llegó a cruzarse con ningún automóvil y solo con alguna bicicleta y una moto, en la recta de El Salto del Agua, antes de llegar a Mieres. Por otra parte, el servicio de viajeros que recorría el concejo de Aller todavía era el coche correo, que salía desde Collanzo a las cinco de la mañana para enlazar a las ocho en la estación de Santullano con el correo de Castilla en sentido Gijón, y la inversa con el mixto que iba hasta León. Este coche regresaba a Collanzo a las seis de la tarde, y su precio en cualquiera de los dos sentidos era de dos pesetas.

También había otro servicio que salía a las doce de Cabañaquinta y llegaba a Ujo Taruelo a las cinco de la tarde para enlazar con el correo Gijón-León.

En aquel 1915, Santullano era el nudo de comunicaciones más importante de la cuenca del Caudal porque allí se reunían los viajeros y mercancías de Aller y también los del valle de Turón, que entonces experimentaba un crecimiento constante debido a la pujanza de la minería. Muchas casas vivían de este movimiento de transeúntes y carreteros transportistas y a la vez era una estación preferida por los viajantes de comercio que solían establecer allí su centro de operaciones para moverse entre estos pueblos y la misma villa de Mieres, ya que por su posición estratégica estaba en un punto equidistante a todos ellos.

V. R. M. quiso dejar claro que en su madurez las cosas habían cambiado y desde aquel primer desplazamiento y hasta el momento en el que firmó su colaboración en "Comarca" había hecho el mismo recorrido casi mil veces más, y cerró contando una anécdota que ya les traje aquí en otra ocasión, pero que resume perfectamente el aislamiento de de las pequeñas aldeas en el último siglo. Su protagonista fue otro muchacho, también vecino de un pueblo del Alto Aller. Como él, hizo el viaje hasta el mercado de Mieres y cuando le preguntaron a su vuelta qué le había parecido el mundo, su respuesta fue simple: "Como anchu non ye que seya muy anchu, pero llargu ye llargu p'alante".

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