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De lo nuestro | Historias heterodoxas

Una superstición sin fundamento

La infundada leyenda negra del mal fario de los barcos con nombres de localidades asturianas que acababan naufragando

Una superstición sin fundamento

En la noche del 23 al 24 de enero de 1880, el vapor "La Felguera" fue abordado por el británico "Ardantine" frente al cabo de Sant Antoni, en el litoral alicantino. El encuentro fue tan violento que el buque asturiano acabó en el fondo del mar, a 33 metros de profundidad, y allí sigue a 2,6 millas de la dársena de Denia, convertido en uno de los lugares más atractivos para los buceadores de Levante, hasta el punto de que se incluye en una ruta turística de submarinismo, aunque eso sí, aconsejada únicamente para buceadores experimentados de máximo nivel, dada la considerable profundidad, las corrientes y la poca visibilidad que aumentan el peligro de quedarse enganchado entre las redes y otras mil porquerías que pueblan ahora el fondo de nuestras costas.

Ya conocen ustedes la cariñosa pronunciación que emplean los naturales de la zona para las cosas entrañables, popularizada en el resto del Estado por la fallecida Rita Barberá con aquello del "caloret", así que no les extrañará que allí se llame al barco naufragado "el vaporet".

Como en la Montaña Central no estamos muy acostumbrados a los términos marineros, les recordaré que los restos de las nave naufragadas se llaman pecios. Pues bien, en el pecio de nuestro "vaporet" se han ido recuperando algunas piezas que engrosan la colección del Museo Arqueológico de la ciudad. Así, en 1994, se colocó en una de sus salas la pequeña campana de bronce fundido del barco, en la que figura su nombre y una fecha: La Felguera, 1876. Porque fue en ese año cuando la naviera Oscar de Olavarría y Compañía adquirió por 376.250 pesetas el buque construido en los astilleros de Middlesbrough, al noreste de Inglaterra, que tenía 57'86 metros de eslora por 8'76 m de manga.

De "La Felguera" también se rescataron en la primavera de 2015 dos pequeños fragmentos de loza estampada especialmente para el servicio a bordo, lo que da idea de cómo se hacían las cosas en aquella época, ya que el barco formaba parte de la línea regular que había establecido la compañía entre diferentes puertos del litoral próximos a Barcelona, pero su pasaje no podía considerarse como de primer nivel ni exigía muchos lujos y sin embargo contaba con vajilla propia.

Las noticias de prensa aportaron entonces la identidad de los afortunados buceadores que recogieron el hallazgo e incluyeron el detalle de que en uno de los pedazos se leía otra vez el nombre de la villa minera en el interior de un adorno, pero el diario Valencia Económica aumentó su crónica con datos sobre el buque sacados de la "Historia de la marina mercante asturiana", de José Ramón García López, que desde su publicación en 2006 es indispensable para abordar estos temas por la cantidad de datos que aporta y la claridad con que nos lo presenta. Todo correcto, salvo el añadido de un comentario que me da pie para escribir esta página: "Había una maldición marinera en las embarcaciones que llevaban nombres de localidades de Asturias".

Sin embargo, después de consultar con amigos aficionados a estas cosas y repasar alguna bibliografía sobre este asunto, no encuentro nada que pueda apoyar esta afirmación.

Tradicionalmente los marineros han creído en multitud de supersticiones, buscando los días de embarque -el viernes era malo, el miércoles bueno-; rechazando el color negro, el número 13 y las personas de pelo rojo; prohibiendo silbar a bordo; respetando a las gaviotas; llevando a bordo gatos negros, que en alta mar dan buena suerte o bautizando a los barcos con vino o champán como aún se sigue haciendo.

En cuanto a los nombres, dicen que el Almirantazgo británico nunca elige reptiles porque a lo largo de su historia ha visto naufragar buques llamados "Víbora", "Srpiente", "Culebra", "Cobra", "Lagarto", "Dragón", "Caimán" y "Cocodrilo". También he podido leer que después del hundimiento del "Lusitania" y el "Britannia" durante la Primera Guerra Mundial se evitaron las terminaciones en "a", algo que dudo porque este último en realidad se llamaba "Britannic" y si pensamos en el "Titanic" sería más lógico evitar la "c". Además, uno de los cruceros más grandes del mundo, que precisamente atracó hace menos de un año en Gijón, lleva en su proa el nombre de "Britannia" y navega pacíficamente sin que nadie se acuerde de este asunto.

Lo que sí me han dicho que nunca debe hacerse es cambiar el nombre original de los barcos porque estos rechazan su nueva identidad y se dan por muertos reclamando su eterno descanso en las profundidades.

Una vez aclarado esto, yo también he consultado la "Historia de la marina mercante asturiana", pero lo que veo no sirve para fundamentar este supuesto mal fario de los nombres de poblaciones asturianas y mucho menos si nos situamos en el año 1880.

En el completo listado que incluye José Ramón García en su trabajo, con todos los vapores de matrícula asturiana o propiedad de navieros asturianos entre 1857 y 1900, se ven muchos que fueron bautizados con topónimos: "Asturias", "Aller", "Avilés", "Gijón", "Gijon (2º)", "Langreo", "Llanes", "Luarca", "Mieres", "Mosquitera", "Nalón", "Navia", "Oviedo", "Piles", "Villalegre" y tal vez "Santa Rosa", si pensamos en la aldea mierense en vez de en la propia santa; pero ninguna de estas embarcaciones acabó su singladura yéndose a pique por un accidente.

El único vapor hundido con esa característica fue el "Covadonga" y naufragó quince años más tarde, en 1895, aunque hay quien podría pensar en incluir a otras dos embarcaciones, el "Bayo" y el "Bayo (2º)", que zozobraron respectivamente en 1869 y en 1874, ya que Bayo es también una pequeña parroquia del concejo de Grado, pero tampoco es así, porque en este caso el nombre se puso por Vicente Bayo Duro, con lo que viene a aumentar otra lista que sí puede justificar una maldición propia: la de los barcos bautizados con nombres propios y los apellidos, sobre todo si se corresponden con hombres ilustres.

Aquí entrarían los llamados "Arana", "Cid", "Colón", "Cortés", "Duro", "Gravina", "Jovellanos", "Julián", "Moratín", "San Joaquín", "Sofía", "Quevedo", "Velasco" y "Victoria", que sí se perdieron para siempre entre las aguas.

Por su parte, la superstición relacionada con el cambio de la denominación original sí se cumplió con el vapor "Carbones Asturianos", hundido con sus diecisiete tripulantes en febrero de 1910 entre Gijón y Pasajes. Se trataba de un barco viejo y deteriorado, con más de 40 años de navegación, construido en los astilleros escoceses de Dundee y bautizado como "Asturias", que ya había tenido una existencia marcada por múltiples averías y accidentes e incluso el suicidio de uno de sus capitanes después de que una ocasión embarrancase en un arenal de las Golas del Ebro. Una curiosidad de la historia regional es que el desafortunado oficial se llamaba Nicanor Piñole y era el padre del famoso pintor gijonés del mismo nombre.

Más tarde, en su segunda época el "Asturias" fue adquirido por la empresa vasca Carbones Asturianos que lo rebautizó con el nombre que llevaba cuando lo visitó la tragedia.

Maldiciones aparte, debo aprovechar el espacio que me resta para contarles que la empresa naviera que mostró más afición por los topónimos de la Montaña Central fue la denominada "Suárez, Pazo y Compañía", fundada por Severo Suárez, un indiano retornado de Cuba que decidió invertir parte de su fortuna en el transporte marítimo y junto a su socio Casimiro Menéndez Pazo compró tres barcos en astilleros británicos, como era habitual en la época porque allí estaban los mejores armadores.

En septiembre de 1894 matricularon en Gijón un pequeño buque de segunda mano y casco de hierro al que llamaron "Langreo" y otro nuevo al que bautizaron como "Mieres", y ya en 1899 revendieron el Langreo para hacerse con otro vapor de solo 33,5 metros de eslora, 193 toneladas de arqueo y 20 de carga, que había sido botado también en 1894 en un astillero de Sunderlandy al que pusieron el nombre de "Aller".

El "Aller" tuvo una larguísima vida, ya que fue destinado al tráfico de carbón y de sosa por la costa cántabra hasta que en plena guerra civil lo capturó un minador y lo llevó hasta Bilbao donde pasó sus últimos años para acabar desguazado en Erandio en 1965.

Un barco con una historia interesante que en su mejor época también ayudó en varias operaciones de rescate, entre ellas una que hubiese merecido una buena fotografía. Fue en marzo de 1900 cuando tuvo que desplazarse hasta Navia para remolcar al "Mieres" que había embarrancado después de entrar en Asturias por la costa de Ribadeo. La imagen no deja de ser simbólica: "Aller" y "Mieres" echándose una mano para salir del apuro. Seguimos en lo mismo.

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