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La primera feminista de Lena

Isabel Rodríguez, homenajeada por el Ayuntamiento, crió sola a sus cuatro hijos tras separarse en el año 1967 del hombre que la maltrataba

Isabel Rodríguez, "La Grabelona", en La Caleya. GEIJO

Era diciembre del año 1967. Las mujeres "callaban y aguantaban". Pero hubo una, en el barrio de La Caleya de Pola de Lena, que se cansó de agachar la cabeza. Harta de dormir con miedo, por si su marido bebía también esa noche, hastiada de contar el poco dinero que quedaba de tanto que él malgastaba. Cogió una vieja maleta de madera, la llenó con los enseres de aquel hombre que la malvivía, y la puso en la puerta: "Ahora vas para casa de tu madre, aquí no entras más", le dijo cuando volvió del bar aquella noche.

Isabel Rodríguez Fernández bien pudo ser la primera feminista de Lena. La llaman "La Grabelona", porque su bisabuelo era muy grande y se llamaba Grabiel (no Gabriel). No heredó de él su envergadura: es apenas un metro y medio de vida esforzada, pero aún lleva sus noventa años con garbo. Por dar batalla, por pelear por las mujeres, ha sido nombrada "Mujer del Año en Lena". Es un premio que entrega anualmente el Ayuntamiento a todas las vecinas que destacaron y destacan en su lucha por la igualdad: "Me emocionó, estoy en el mejor momento de mi vida. Soy más feliz que nunca", dice, sentada en la antojana de su casa en La Caleya.

Llámese, si quieren, destino. Isabel llegó a la vida ya con agallas. Nació en un parto de mellizos el 4 de enero de 1929. Los llevaron a bautizar a ella y a su hermano, el día de Reyes: "Creían que íbamos a morir alguno de los dos, así que nos llevaron rápido a la iglesia de Muñón Cimeru". Eran pequeños, pero sobrevivieron. De familia republicana, su padre tuvo que huir y su madre murió en un penal. "Cuánto pasaría la pobre", dice Isabel, sin ocultar los ojos vidriosos. Sus tías se hicieron cargo de ella y de sus seis hermanos.

Muchas bocas para el poco pan que había en la época. A los 12 años fue a trabajar de niñera en el pueblo de Villabona. "Estaba bien, hasta que pasó aquello...", dice, retorciéndose las manos. "Aquello" fue que un hombre mayor le dijo "un disparate". Pasó tanto miedo que ni siquiera se despidió: "Cogí lo poco que tenía y volví para casa al siguiente tren". Golpazo machista que no pudo con ella.

Siguió trabajando. Fue "a servir" a Villaviciosa. De vuelta a la Pola, se casó a los 25 años. Empezó entonces su infierno: "Él bebía y yo pasaba miedo. Lo revivo y me acuerdo como si fuera hoy". Recuerda aquellas noches en las que se encerraba en la habitación, con sus cuatro hijos pequeños, y ponía la mesita y la silla para que él no pudiera entrar. Recuerda el día que le lanzó un zapato y le hizo una brecha en la cabeza. Recuerda cada empujón, cada insulto y cada desprecio.

No era la única, dice. En las casas reinaba el silencio después de cada golpe: "Te decían que había que aguantar, pero llegó un día que yo no pude más". Fue el día de Navidad del año 1967. Tenía en el horno la carne para la cena. Su marido llegó y se llevó la comida para compartirla con otros hombres en el bar. Los niños y ella se quedaron sin nada. Al día siguiente, él tenía la maleta en la puerta.

Una vida de trabajo

No se permitió estar cansada de la vida. Supo que tenía que ser aún más fuerte: "Sé que lo mío fue muy sonado, porque entonces nadie lo hacía". Suponía que hablaban a su espalda. Una noche, se cruzó con dos guardias civiles y ella bajó la cabeza. La voz de uno de ellos rompió el silencio: "Ya tuvo usted salero, Isabel", le dijo. Y lo mantuvo cada día, cuando amanecía y anochecía lavando ropa en el río. Fregó tantas escaleras y portales que pierde la cuenta y limpió el cuartel de la Guardia Civil durante 28 años.

Quizás su secreto para recuperarse de todos los golpes es que mantiene siempre la risa, un humor fino e irónico. Cuando ríe, contagia a todos. Para hablar con LA NUEVA ESPAÑA, quiso rodearse de una parte de su familia. Está su yerno Jesús Fernández, al que quiere "como a un hijo". Su nieta, Natalia, que le apunta las pocas cosas que se le olvidan. Y su bisnieta, Alba Vázquez, una niña a la que le encanta bailar: "Yo le digo que haga lo que quiera en la vida, que sea libre". Lo repite a sus otros siete nietos y cinco bisnietos.

Le preguntan si conoce a Simone de Beauvoir, casi coetánea suya. Se encoge de hombros. Bien puede ser su extremo que se junta. De Beauvoir fue una filósofa existencialista que escribió "El segundo sexo", obra considerada la biblia del feminismo. Isabel "La Grabelona" aprendió todo lo que sabe con los golpes de la vida. Hizo del feminismo, aún sin saberlo, su religión.

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