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La evolución de unas unidades emblemáticas en las comarcas carboneras

Memoria viva de los brigadistas mineros

Manuel García y Enrique Embil narran los rescates de hace medio siglo, con pesados equipos de salvamento y canarios para detectar gases

La Brigada Minera del Caudal, en los años sesenta, con Enrique Embil, con traje gris, en el centro.

Hubo un tiempo, no demasiado lejano, en el que los rescates mineros en las Cuencas eran algo cotidiano y rayano en lo heroico. Los equipos de respiración autónoma eran pesados lastres de catorce kilos adosados a la espalda y los detectores de gases peligrosos tenían pico, patas y plumas. Manuel García y Enrique Embil, ambos mierenses, de 90 y 89 años respectivamente, son dos de los exbrigadistas más longevos de la región y vivieron muy de cerca aquella época. "Lo más duro era que las víctimas eran compañeros de trabajo, muchas veces amigos a los que conocías personalmente. La clave era actuar con serenidad; que tuvieran que venir a salvar a los salvadores habría sido mala cosa", relata García, que estuvo al frente de la Brigada central de salvamento minero, con sede en el pozo Fondón, 23 años, desde 1966 hasta 1989.

El retén de guardia en el Fondón estaba formado por un facultativo de Minas, seis rescatadores y un conductor, que iban rotando (un mes en la Brigada y otro en el pozo) "para que la gente no perdiera los hábitos de la mina y la buena condición física, aunque también se hacía entrenamientos y simulacros cuando estabas en el retén". Asturias llegó a contar con 40.000 mineros y decenas de pozos y pequeñas explotaciones, con lo que los accidentes eran frecuentes: "Alguna vez llegaron a registrase más de uno en un mismo día".

El funcionamiento era similar en la Brigada de salvamento minero del Caudal, que tenía su sede en el pozo Barredo y funcionó entre 1944 y 1972, hasta su fusión con la estación central del Fondón. Enrique Embil Martínez fue su director técnico entre 1960 y 1972. Ingeniero de minas, su trabajo consistía en planificar las operaciones de salvamento, supervisar los entrenamientos del personal y controlar los aparatos y procedimientos de rescate. Entre esos "sistemas" estaba uno algo rudimentario: un detector de gases compuesto por un recipiente hermético de aluminio con unas aberturas, un pequeño cilindro de oxígeno y un canario dentro. Cuando la presencia de monóxido de carbono era elevada y el ave mostraba signos de intoxicación, se cerraba la "jaula" y se abría la válvula de oxígeno.

"La mayor parte de las muertes eran por intoxicación con gases, más que lo que podía ser por la propia explosión de grisú", explica Embil, que compatibilizaba su labor en la Brigada con las clases que daba como catedrático en la Escuela de Minas de Mieres. Cuando los medios era limitados, había que aguzar el ingenio. "En el taller de Barredo se fabricaba sosa cáustica en barras para absorción de dióxido de carbono y yo les daba a los brigadistas planos y materiales para que construyeran maquetas; a ellos les servían para conocer los métodos de la explotación y a mí me eran útiles para mis alumnos".

De sus doce años al frente de la Brigada del Caudal, Embil -que es tío de José Manuel Embil Fanjul, responsable del servicio de Seguridad Minera del Principado y vicepresidente de la Asociación de Salvamento en las Minas- recuerda con especial pesar una explosión de grisú en el grupo Santo Tomás de Turón que se llevó a once mineros en 1967 y otro accidente ocurrido en el pozo Santiago (Aller), tres años después, cuando unas emanaciones de gas surgidas cuando se cambiaba una tubería mató a cinco trabajadores. Uno de ellos era Jesús García. "Me impactó mucho porque Jesús era vecino mío. Yo nací en Bustiello y él vivía enfrente de mi casa. Me tocó entrar en la mina y me lo encontré muerto; fue un golpe terrible".

"Eso es de lo más duro" -tercia Manuel García- "que las víctimas son compañeros y muchas veces amigos o gente a la que conoces personalmente". En su caso, con 23 años al frente de la Brigada central de Salvamento y decenas de rescates a sus espaldas, García tiene tres episodios especialmente grabados: un rescate en Mina Confiada, en Tudela de Veguín, "en una capa vertical de mucha complejidad y donde corrimos un alto riesgo"; el incendio de un tren de mercancías en Pajares que transportaba combustible y dejó siete muertos -"fue algo dramático"-; y una intervención en 1972 por un desprendimiento de grisú en María Luisa que mató por asfixia a cuatro mineros. Sobrevivió un quinto, Darío Rego, gracias a una providencial fuga en la tubería de aire comprimido, localizada cerca del lugar en el que se encontraba. "Fue milagroso, una de las cosas más sorprendentes que me ocurrieron en el tiempo que estuve en la Brigada".

García -conocido como "Manolo el de la Brigada"- apostilla que lo que más ha cambiado son los equipos técnicos, pero no lo que debe tener un brigadista: "Debe ser una persona serena, con iniciativa y espíritu de equipo. Lo más importante es tener la cabeza fría".

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