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Ronzón, del feudo a la casa "okupa"

Un colectivo cultural vive ahora en La Casona, el palacio desde el que Pilar y Sagrario Bernaldo de Quirós gobernaron "con mano dura" a sus colonos

Miembros de Antonia Ronzón trabajan en el entorno de La Casona. @PALACIUDERONZON

Era el verano de 1936 y Luisa de la Riva tenía seis años. Sentía en la garganta la bola que le hacía la penuria: su madre acababa de morir y ella tenía que trabajar. Ese día el encargo parecía fácil. Solo tenía que ir a La Casona y dar la merienda a "las señoritas". "Acuérdate, pan tostado un poco en la chapa y leche caliente", se repetía por el camino.

"Las señoritas" eran Pilar y Sagrario Bernaldo de Quirós, las últimas habitantes de La Casona -el palacio de los Bernaldo de Quirós de Rozón, declarado BIC-. El "señoritas" no era despectivo ni hacía referencia a un carácter dulce: las dos mujeres gobernaron con mano de hierro el feudo de la familia, que se extendía por Lena, Mieres y varias localidades de la costa asturiana. Tenían más de ochenta colonos y una abundante ganadería. Rezaban a diario pero, dicen los que las conocieron, "no practicaban la caridad". Cuesta imaginar lo que dirían si vieran que su preciado palacio veraniego, con una capilla anexa, está ahora "okupado" por un colectivo cultural. Pero así es la historia de Ronzón: del feudo a la casa okupa.

Ahora Luisa, aquella niña que tuvo que aprender a vivir tan rápido, tiene 93 años. Recibe a LA NUEVA ESPAÑA sentada en una silla de ruedas. "Es que caí y ya no mejoré". Pero la memoria, casi intacta. "'Las señoritas' a Ronzón venían sólo en verano, no teníamos mucho trato". Dice que había un día que no podían ir a lavar la ropa a la fuente, porque era el día de "las señoritas".

- ¿La lavaban ellas?

Ríe. "No, los criaos que tenían". Unos sirvientes que tenían una norma: para trabajar en el palacio tenían que comprometerse a no tener hijos. "Debían de molestarles los guajes por allí, ellas como se quedaron solteras...".

Testigo de su soltería, de que en el palacio de Ronzón había dos mujeres casaderas, era hasta el picaporte: tenía la forma de una mano con un anillo, para indicar a posibles pretendientes que podían preguntar. "Pero no se atrevió nadie, mandaban con mano dura", matiza Luisa. Hija y nieta de colonos, su padre pagaba (en los años 20) 219 pesetas por su casa. Tenían que entregarlos puntualmente cada 31 de diciembre.

El archivo

Dan testigo de los pagos más de siete libros en los que "las señoritas", y primero su padre -don Pedro Bernaldo de Quirós-, recogieron las cuentas. Todos forman parte del archivo documental de la Fundación Ronzón, al que ha tenido acceso LA NUEVA ESPAÑA. La mayoría de los documentos son libros de cuentas donde, además de los alquileres, también anotaban cada vaca y cada "jato" (ternero) que vendían. Solo con los colonos de Ronzón, unas veinte familias, ingresaban anualmente 3.000 pesetas. Por la venta de ganado, más de 5.000.

El archivo habla de unas mujeres que leían clásicos y obras en francés. Tenían una caja llena de catecismos. Poco dadas al esparcimiento, parece por sus libros, sólo llama la atención una obra: una recopilación de la revista "La Educanda". Es una publicación de finales del siglo XIX en el que las chicas recibían una serie de consejos para ser "buenas mujeres".

Conservaron parte de su correspondencia, la mayoría cartas de carácter profesional. Solo una misiva del Obispado de Oviedo, dirigida a la señorita Pilar, tiene un tono más personal: "Con mucho gusto haremos lo posible en favor del hijo de (nombre de una mujer) por quien V. se interesa". Está firmada por un alto cargo de la Iglesia, en 1943. En otra, del mismo año, un doctor les recomendaba "no hacer ejercicio, evitar contrariedades y comer lo máximo posible" durante su estancia en Ronzón.

Lo de evitar las contrariedades no fue posible. Más o menos en esas fechas, los colonos llevaron a "las señoritas" de Ronzón al Tribunal Supremo. Pedían que no se les subiera el alquiler y abolir el pago en especies si no tenían suficiente efectivo. "Aquello te digo que era un abuso", afirma Luisa. De hecho, ganaron. Cuenta Luisa, sonriendo, que a la salida de la sala el abogado las reprendió con suavidad: "Señoritas, esto queda muy mal... venir aquí con los colonos". Ellas, según la mujer, tenían lista la respuesta: "Estos de tontos no tienen ni un pelo. Tienen mucha picardía".

El tiempo pasó y ellas dos, enlutadas desde la muerte de su hermano Pedro (que falleció joven, en un accidente), seguían solteras. En 1947, entregaron un testamento en el que pedían la formación de la Fundación Ronzón -documentado por el profesor Toño Rodríguez-. Debía velar por sus bienes y buscar proyectos ligados al mundo rural.

Y así lo ha hecho, con mayor o menor acierto, hasta ahora. En los noventa, la Fundación firmó un convenio con Escanda para el uso de instalaciones de Ronzón. El pueblo se convirtió en una suerte de universo anticapitalista. Llegaron decenas de jóvenes dispuestos a embarcarse en distintos proyectos relacionados con la agricultura, la ganadería y una vida lejos del consumismo.

Pero nadie escapa a la realidad, y llegaron las obras de la Variante. Unas voladuras dañaron La Casona, que luego reparó el Adif hasta dejarla impoluta. Llevaba un lustro vacía pero, hace unas semanas, amaneció distinta. En el mismo portón donde antes estaba el picaporte para los pretendientes de "las señoritas", apareció un cartel: "Advertencia legal sobre el uso abusivo del 'delito flagrante' y la vulnerabilidad de la inviolabilidad de particulares o cuerpos de seguridad". Resumen: el colectivo Antonia Ronzón "okupa" ahora el palacio.

Y ha estallado una guerra. La Fundación tiene el caso en el Juzgado, la respuesta del colectivo es clara: "Lo pedimos por las buenas, pero no sirvió de nada. Este espacio llevaba mucho tiempo vacío". El último encontronazo surgió este fin de semana, cuando el Ayuntamiento prohibió un festival de poesía que estaba previsto en La Casona. "Es indignante, sobre todo por los 25 poetas underground que habían reservado la fecha para actuar", afirman en el colectivo.

A Luisa de la Riva, que ya no vive en Ronzón, no le suena la palabra "underground" y tampoco parece estar al tanto del movimiento "okupa". Reconoce que le gustaría más que la Casona fuera la sede de un proyecto que generara empleo en su pueblo, pero no puede evitar una sonrisa a la última pregunta:

- ¿Cómo les sentaría esto a "las señoritas" de Ronzón?

-Yo creo que mal, que muy mal.

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