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Un hito patrimonial en la comarca

Se hizo la luz en los frescos de Bendueños

La restauración de las pinturas en el santuario de la aldea lenense descubre una obra barroca única, con figuras apenas vistas en Europa

Participantes en la visita, en el exterior del santuario. C. M. B.

Y dijo la Asociación Vindonnus hágase la luz sobre estos frescos, y la luz se hizo.

La asociación Vindonnus es una entidad fundada, entre otros, por el arquitecto David Ordóñez. Nació con el firme objetivo de poner en valor las "joyas" patrimoniales de Lena y, al menos en Bendueños, la misión está cumplida. La entidad fue la impulsora de recuperar los murales de la pared del camerín del santuario. Unas obras que habían permanecido ocultas y olvidadas durante siglos. Primero consiguieron la protección -son Bien de Interés Cultural-, luego una primera fase de restauración que ya puso la vista de muchos en esas obras. En esta segunda actuación, a cargo del restaurador Carlos Nodal y con 18.000 euros de la Consejería de Cultura, se confirma lo que ellos defendían: que son unos frescos únicos. Porque se conservan pocos de la época Barroca y, como estos, ningunos: hay representaciones de figuras, como dos princesas incas danzando, apenas vistas antes en Europa. Más de setenta personas visitaron ayer el templo, en una visita guiada.

David Ordóñez recibe a los visitantes en el entorno del santuario. El templo fue fundado en el año 905 y, explicó el experto, acogió una de las primeras "cofradías sacerdotales". En él se reunían párrocos para mejorar su intelecto y su moral. De ahí un camerín tan cuidado: "En este lugar podían entrar los religiosos. Posiblemente, también accedieran feligreses en celebraciones especiales", destacó Ordóñez.

El camerín refleja armonía. "Es un espacio muy proporcionado", afirmó Ordóñez. Pero es la pintura la que habla y la que, en palabras del representante de Vindonnus, "deja la arquitectura en un segundo plano". Los visitantes entraron con la luz apagada, para verlo como lo veían aquellos párrocos de la Cofradía. Solo dos vanos lo iluminaban, hasta que se hizo la luz.

Las pinturas, aún pendientes de otras dos fases de recuperación, están llenas de color. Muy distintas a las que adornan otras iglesias, especialmente en la zona rural. El autor fue Toribio Fernández, un artista asturiano al que le habían encargado pintar el retablo en una fecha aproximada a la que datan los frescos (siglo XIII). Él puso la mano pero, casi con total seguridad, dibujó al dictado de la cofradía.

Cada pincelada es puro lenguaje teológico. Empieza en el inframundo, con una franja roja cerca del suelo. La vista sube por las cenefas vegetales: la uva, la sangre de Cristo; la manzana, la fertilidad de la Virgen; el girasol, que siempre mira al sol. Ya más cerca del techo -o, en algunas miradas, llegando al cielo-, aparecen las figuras de santos. Como los cuatro doctores de la Iglesia: San Jerónimo, San Gregorio, San Agustín y San Ambrosio.

"Son santos que no forman parte de la iconografía de las iglesias rurales", matizó Ordóñez. Menos comunes aún son las imágenes del fresco que se recuperó en la primera fase de la actuación. Dos figuras indígenas que, según Castañón, "el estudio preliminar indica que son princesas incas". La principal hipótesis apunta a que podían reflejar "un triunfo del catolicismo sobre otras doctrinas".

La bóveda de la iglesia, posiblemente, representaba el cielo. Difícil saberlo porque, en el siglo XIX, la construcción se cayó. Y hubo una pieza que sufrió las infiltraciones de agua con crudeza: la del retablo. Por eso la labor del restaurador Carlos Nodal en esta fase ha sido exhaustiva. A los lados del retablo se han recuperado los frescos. Uno representa la figura de San Francisco, el otro a Santo Tomás. Esta segunda figura ha sido imposible de reproducir, ya que "apenas se conservaban ya los trazos originales". Carlos Nodal sí pudo recuperar uno de los dos ángeles que coronan el retablo: "Uno de ellos se conservaba mejor y la otra figura, en peor estado, es casi simétrica".

Cantaba Antonio Machín aquella letra que lamentaba que los ángeles siempre fueran blancos. Pues en Bendueños pintaron unos "angelitos negros", pero fue por accidente: "Se trata de una alteración de un pigmento, del rojo minio. Se altera con la humedad ambiental, y se convierte en plomo. Fue una sorpresa, pensábamos que eran figuras originalmente de piel oscura, como ocurre en el caso de las indígenas", concretó el restaurador. A cada avance, un poco más de luz.

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