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De lo nuestro | Historias heterodoxas

Unos perros rabiosos

Los casos de la enfermedad de la rabia que causaron estragos entre la población y el ganado de la Montaña Central durante los dos últimos siglos

Unos perros rabiosos

En el verano de 1979 un perro escuálido y hambriento cruzó desde Marruecos la frontera de Ceuta, entonces casi totalmente desprotegida, zanganeó por tierra de nadie buscando inútilmente algo de comida y por fin se presentó en el Monte de Ingenieros, donde entonces había un pequeño destacamento alejado de todo, cuyo personal se iba turnando cada mes desde el cuartel del regimiento. Allí nos entreteníamos jugando con las serpientes, bautizando estrellas y adormeciéndonos con la agradecida cosecha de hachís que llegaba desde la huerta de Issaguen.

En eso último estaba Suso, un gallego de mi reemplazo, cuando aquel can salió de la oscuridad y sin mediar ladrido hincó los colmillos en su canilla. Les ahorro las desagradables escenas que siguieron, pero sepan que la cabeza del pobre animal acabó en un laboratorio de Zaragoza y Suso pasó un mes en cama recibiendo las inyecciones en el abdomen que le ponía periódicamente un servidor, que a la sazón tenía destino como enfermero en el botiquín.

Ese era en aquel momento el procedimiento ante la posibilidad de un caso de rabia, la terrible enfermedad que no acaba nunca a desaparecer y cada cierto tiempo pega un coletazo desde el Magreb, donde es un mal endémico.

La rabia es una encefalitis trasmitida por varios tipos de virus portados por los perros, pero también por otros carnívoros como los zorros, los gatos y hasta los murciélagos, que aún en 2018 mordieron a una mujer en Valladolid y a un joven en Huelva a pesar de que la enfermedad se ha dado por controlada en España desde el año 1966. Pero periódicamente siguen dándose brotes, casi siempre causados por animales que vienen desde Marruecos. El de 1975 contagió a 70 animales y tardó tres años en erradicarse, dejando dos muertos, entre ellos un médico de Churriana mordido por su propio perro, que no siguió después ninguna medida profiláctica, y en este mismo junio Ceuta declaró formalmente la existencia de un foco de rabia cuando un cachorro de tres meses recogido en el país vecino dio positivo en un análisis.

Sin embargo, hasta no hace tanto, la rabia sí fue una amenaza real en zonas como la Montaña Central donde viven libremente lobos y otros animales que pueden contagiarla. Conocemos, por ejemplo, que en 1807 una loba rabiosa diezmó los ganados de los pueblos altos de Lena y los más próximos de la provincia leonesa mordiendo también a varios vecinos de la localidad de Casares hasta que fue abatida en una montería colectiva en la tarde del 23 de agosto a la entrada de un lugar llamado La Campa. La secuela de esta historia ya se ha contado en esta página hace una década, pero como seguramente no la recordarán, les diré que concluyó con la muerte del autor del disparo, un joven de Pajares llamado Manuel Álvarez a quien la loba convirtió en su última víctima.

De todas formas, el miedo a la hidrofobia se debe más al dramatismo de sus síntomas que a su incidencia real, ya que aunque el porcentaje de muertes entre los afectados es elevadísimo, realmente las cifras nunca han sido muy altas y los datos que conocemos desde que en 1863 se hizo obligatorio declarar la enfermedad en España se han mantenido siempre en torno a las cuarenta víctimas anuales para toda la Península.

En 1886, Louis Pasteur probó con éxito su vacuna experimental con un soldado español llamado Alberto Bravo Méndez, quien había sido mordido por un perro rabioso en Granada y fue llevado hasta París acompañado por el médico militar José Albert para que sirviese de conejo de indias al nuevo tratamiento. Gracias a este hecho, se generalizó la vacunación en el Ejército español y en la década de 1890 se crearon primero el Instituto Central de Vacunación y luego el Instituto de Sueroterapia, Vacunación y Bacteriología "Alfonso XIII".

Con estas disposiciones se tranquilizó al menos una parte de la población, ya que la vacuna tardó en ser aceptada en los lugares apartados, que eran precisamente los que registraban más casos, porque en ellos los humanos convivían diariamente con los animales domésticos, y estos a su vez estaban expuestos a contactos de todo tipo con sus congéneres salvajes. Incluso en las poblaciones de mayor entidad la obligatoriedad de controlar periódicamente a los perros se incumplía con frecuencia lo que hizo que según el Instituto Nacional de Estadística entre 1900 y 1940 se produjesen un total de 1.680 defunciones por esta causa, una cifra que fue disminuyendo hasta llegar al saldo cero de la actualidad.

Viajando hacia atrás, el 8 de enero de 1899, un corresponsal del diario El Noreste transmitía una de estas situaciones de falta de control: "En este momento, tengo noticia de que por las calles de Mieres anda vagando un perro hidrófobo, que en la mañana de hoy ya ha echado algunos mordiscos a varios transeúntes ¿Qué hará nuestra guardia municipal? ¿Adoptarase alguna buena medida para estos casos? Esperemos".

No consta que este suceso haya traído más consecuencias, ni la prensa volvió a ocuparse de él. Sin embargo, otro caso más serio repitió el susto en junio del mismo año en Pola de Lena y en esta ocasión el periodista sí hizo un relato completo, tanto de los hechos, como de las precauciones que se tomaron para evitar que el mal pudiese desarrollarse:

"En la tarde del 29 del actual, como a las tres de la tarde, reinó gran alarma en esta villa. Un gran perro mastín de la propiedad de D. Juan Vigil, de dicha vecindad, que estaba atado con fuerte cadena en una finca inmediata, rompió la cadena y con evidentes señales de estar hidrófobo, empezó á recorrer las calles de la villa, mordiendo a cuantos animales y personas halló a su paso.

Antes de romper la cadena, mordió al criado de D. Juan Vigil, y posteriormente, cuando consiguió escaparse, a tres o cuatro perros y a unos cerdos (que fueron inmediatamente muertos a tiros).

En una calle inmediata a la plaza atacó a una mujer, a la que si bien desgarró las ropas, no le hizo sangre; luego se arrojó sobre un grupo de niñas que se hallaban cosiendo a la puerta de su casa, causando graves lesiones a una niña, hija de Esperanza Quesada, que fue inmediatamente asistida por el médico D. Joaquín López.

De orden de los señores Juez y Alcalde, que se presentaron en el lugar del suceso, salieron en persecución del animal los guardias municipales y algunos vecinos armados de escopetas, y entre estos el conocido cazador D. Domingo Aza, quien descubriendo al mastín rabioso a unos cien metros de distancia en el sitio conocido por Fuente del Ablano, le hizo un certero disparo que le dejó muerto en el acto, recibiendo felicitaciones por su acierto al matar al can, que seguramente hubiera causado mayores desgracias.

A os lesionados por el perro se les aplicó en el acto por el facultativo el termocauterio y se dispone lo conveniente para ser trasladados a Barcelona, a fin de sujetarles a tratamiento en la clínica del Dr. Ferrán."

Los maltrechos lenenses pudieron salvarse de esta forma de la horrible muerte que tuvo el 25 de marzo de 1914 un desgraciado adolescente llamado José Díaz, en el Hospital Provincial, donde pasó sus últimos momentos enloquecido, intentando librarse de una camisa de fuerza, y con la boca llena de espuma, ya que había sido vacunado demasiado tarde porque los primeros síntomas de la infección enfermedad no se revelaron hasta seis meses después de la mordedura.

Y es que la rabia es además una enfermedad traidora porque tarda mucho tiempo en manifestarse, de manera que cuando asoma el hocico sus consecuencias ya no pueden detenerse.

Actualmente sigue siendo un problema en los países subdesarrollados mientras que en la Europa occidental los últimos casos han tenido su origen en mordeduras accidentales recibidas en visitas a lugares exóticos; por animales procedentes del norte de África, y también -como hemos visto más arriba- por incidentes con murciélagos, casi siempre en el curso de exploraciones o actividades deportivas en cuevas. Aunque debo decir que en nuestras calles los perros siguen causándonos rabia, pero de otra forma más leve.

No me refiero ahora a la enfermedad, sino simplemente a la rabia que nos entra cada vez que pisamos la mierda de esos canes domésticos que tienen la mala suerte de servir de mascotas a algún cerdo de dos patas que no se molesta en recogerla. Desgraciadamente, para eso no hay más tratamiento que una buena multa.

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