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De lo nuestro | Historias heterodoxas

El fuego de Carlos VII

Las andanzas de las partidas carlistas por las comarcas mineras, donde destruyeron el Ayuntamiento de Langreo y su archivo en enero de 1874

El fuego de Carlos VII

El 21 de abril de 1872, Carlos de Borbón y Austria-Este, "duque de Madrid" y "conde de la Alcarria" dio a sus partidarios la orden de tomar las armas para hacerlo de una vez rey de España. Así se inició la Tercera Guerra Carlista, que con diferentes altibajos tuvo en vilo al país hasta que el 2 de marzo de 1876 se rindió el castillo de Lapoblación, en Navarra, cuando el pretendiente ya estaba de nuevo en el exilio. En estos años, España fue pasando de la monarquía de Amadeo de Saboya a la restauración alfonsina con una República de por medio sin que los combates llegasen a detenerse nunca.

En 1874, una partida de la facción que mandaba el cabecilla Ángel Rosas destruyó la Casa Consistorial de Langreo donde se habían refugiado los voluntarios de la zona y de paso quemó su archivo municipal. Aunque se han dado distintas fechas para este hecho, la más ajustada es la del 5 de enero, porque el primer libro de actas del nuevo archivo se empezó el día 7 del mismo mes y en él consta la dimisión de la Corporación por la incapacidad de resistir a los carlistas después del ataque "a la villa de Sama en la noche del día cinco del corriente, por las víctimas que ocasionó y la destrucción por completo de la Casa Consistorial y su archivo municipal".

En aquel incendio se perdió la documentación de este concejo y la de San Martín del Rey Aurelio, que se había separado en 1837, y entre otros escritos de valor el pergamino que recogía su Carta Puebla otorgada por el obispo D. Juan en 1338 y el documento de compra del concejo al rey Felipe II por sus representantes en el año 1581.

Ángel Rosas, el culpable de la catástrofe, fue un personaje extremadamente activo, que levantó la bandera de Carlos VII en diferentes puntos de España. En 1872 había organizado una partida en la Montaña Central situando en Aller su cuartel general. Conocemos los nombres de los miembros más destacados de esta tropa por un edicto publicado el 30 de marzo de 1873 en la Gaceta de Madrid con la firma de Félix Pastor, capitán del batallón de reserva de Oviedo y fiscal en la causa que por rebelión carlista se seguía contra ellos: "Usando de las facultades que me concede la Ordenanza, llamo, cito y emplazo por este edicto a dicho D. Ángel Rosas, D. José Faes, Aquilino Cañas, José Peso y Díaz, Marcelino Maquivar, Víctor García Valdés, José Valdés, de Torazo; Ramón Martínez, de Bárcena de Quirós; Miguel Prieto y Puente y José María Aguirre, alias Cegama, para que se presenten en el cuartel de Santa Clara de esta ciudad a dar sus descargos y defensas en el término de 30 días; pues de no comparecer en el referido plazo se seguirá la causa y sentenciará en rebeldía por el Consejo de guerra, sin más llamarlos ni emplazarlos".

Como vemos, el segundo de Rosas era José Faes, seguramente el carlista más conocido de la Montaña Central, quien también había sido uno de los primeros asturianos en alzarse tras reunir en su partida a campesinos de Pola de Lena, Baiña, Sama, Cuna y Aller, pero además de los citados, hubo otros cabecillas, a veces llegados desde otras zonas, que pasearon sus armas por el territorio de la Montaña Central y especialmente por Laviana y la zona alta de Aller. Así el profesor ovetense Ruperto Carlos de Viguri, o el leonés Muñiz y sobre todo los más próximos González Arias "El Gordito" y Melchor Valdés.

Las partidas se nutrieron en la capital de estudiantes o católicos integristas, pero en la Montaña Central sus componentes fueron mayoritariamente campesinos descontentos, trabajadores del ferrocarril y ciudadanos críticos con los impuestos abusivos, como podemos ver en este suelto publicado por El Imparcial el 27 de julio de 1874: "Ha habido en Langreo, provincia de Oviedo, un pequeño motín producido por los vendedores de granos, frutos y otros artículos que se negaban a satisfacer los derechos de consumo. Felizmente pudo ser dominado por aquel alcalde, empleando la persuasión".

Sabemos que uno de los objetivos de la estrategia carlista consistió en la destrucción de todas las infraestructuras para intentar de esa manera la paralización del Estado. Fueron habituales los levantamientos de las vías férreas, el corte de carreteras y caminos, la incautación de los correos y la inutilización de los cables telegráficos, buscando el aislamiento de las zonas que tenían bajo su control, y al mismo tiempo se multiplicaron las quemas de los registros y archivos municipales, como el de Laviana que repitió la suerte del de Langreo.

Muchos años más tarde los insurrectos de 1934 también hicieron piras con los archivos con la intención de crear una nueva sociedad igualitaria que partiese de cero, en la que nadie tuviese herencias ni ventajas por sus apellidos. Al contrario el carlismo basaba su existencia en el respeto a la tradición y la familia, y por eso parece contradictorio el ataque a los lugares donde se guardaban los documentos que podían acreditar la antigüedad y las propiedades de cada linaje.

El 18 de febrero de 1874 volvieron a la región 300 hombres del regimiento infantería de Asturias, procedentes de Zaragoza, de los cuales 140 se quedaron en Pola de Lena con la intención de perseguir a los hombres de Rosas, pero en aquel momento la facción carlista repartida entre Aller y Laviana doblaba este número y supo aprovechar esta circunstancia para atacarlos y hacerlos prisioneros casi en su totalidad quedándose con sus armas, lo que les dio la fuerza suficiente para llegar a amenazar al mismo Oviedo.

Ante la gravedad de la situación, el ministro de la Guerra ordenó el envió de tropas desde Galicia, que esta vez sí lograron frenar a los hombres de Rosas consiguiendo la rendición de muchos y su salida de la región, de manera que al llegar la primavera solamente quedaban en nuestros montes 150 hombres mandados por Melchor Valdés y José Faes.

El 28 de julio de 1874 -y no el día 7 como yo mismo he escrito en otras ocasiones- el Brigadier Gobernador Militar José Villanueva comunicaba que después de un tiroteo de dos horas y media, Faes y tres miembros de su partida habían sido abatidos entre Ujo y Santullano por una acción coordinada en la que intervinieron fuerzas de Laviana, Oviedo y la columna de Lena que mandaba el comandante Timoteo Sánchez. En la misma acción se incautaron cuatro caballos y diferente material de guerra, quedando en el campo otros tres caballos muertos.

Esta fecha es también notable para la historia regional porque registra la primera intervención de la recién nacida Cruz Roja asturiana en un hecho de guerra, algo que no se repitió ya hasta la revolución de octubre en 1934.

Según consta, la Comisión Provincial envió desde Oviedo una ambulancia -lógicamente con tiro de sangre y sin señales luminosas- y tres facultativos que se desplazaron hasta Mieres para atender a los siete heridos que dejó el enfrentamiento: se llevaron con ellos a un teniente de cada bando y a dos soldados carlistas, mientras que los otros tres, dos leves y uno grave se quedaron en la villa donde fueron atendidos por los médicos Miranda y Muñiz y el farmacéutico Granda.

Tras la muerte de Faes, se produjo en agosto un último intento de reunificar a todas las partidas bajo el mando de "El Gordito", quien ostentaba el título de comandante general del Principado y logró juntar en Aller a 600 hombres para asaltar Riaño, en León, con el objetivo de financiarse y tomar después la fábrica de armas de Trubia, pero no pudo lograrlo porque su facción fue dispersada por una numerosa tropa enviada en su busca.

Desde ese momento, Melchor Valdés se convirtió en el cabecilla más temido en Asturias, aunque no fue capaz de coordinar a los diferentes grupos que operaban repartidos por la región y que poco a poco fueron siendo diezmados y empujados por un lado hacia León y por otro hacia la costa oriental. A finales de enero fueron deshechas dos partidas en Pelúgano y Casomera, y el 30 de abril 11 individuos fueron capturados con sus armas en Campu Caso.

Después ya no hubo más incidentes serios, aunque los candiles y los braseros no necesitaban de ideologías para seguir sembrando el terror y su manejo era un riesgo constante: el 15 de marzo de 1876 otro gran incendio, en este caso provocado por accidente, arrasó la Casa consistorial de Mieres y el local donde estaba establecida la estación telegráfica. No hubo víctimas ni vivas a Carlos VII.

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