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De lo nuestro | Historias heterodoxas

Dos palomas federales

La I República dejó hombres dignos de admiración, como Salmerón y Pi y Margall, que realizó una visita a Asturias por Lena y Mieres

Dos palomas federales

Por ejemplo, hablemos de religión: "Nadie será molestado en sus creencias. Ningún culto se practicará en la vía pública, sino en lugares cerrados. El que quiera puede presentarse en la calle o sitios públicos con vestidos sacerdotales o símbolos religiosos, pero no exigirá señales de veneración. Ningún edificio destinado a un servicio de la sociedad será considerado como religioso, sin embargo, junto a cada cama en los hospitales, hospicios, etc., y en cada sepultura en los cementerios a cargo de los municipios, pueden colocarse los símbolos de la religión profesada por el albergado o difunto. Nadie, so pretexto de religión, se excusa de los deberes de ciudadano".

¿Les parece demasiado avanzado? Pues no son propuestas modernas, se trata de lo dispuesto en el artículo 38 del proyecto de Constitución de la República Federal española que presentaron los republicanos federales "intransigentes" para su debate como alternativa al de los moderados en julio de 1873.

Y si quieren algo aún más actual, lean estas frases del artículo 46: "A nadie, nacional o extranjero, se le pondrá obstáculo a su inmigración, ni a elegir o cambiar de residencia, ni a transitar por el país? El extranjero que comprometa la seguridad en el interior o en el exterior puede ser expulsado o entregado a las autoridades de su país, si con él hay tratados de extradición; pero jamás se consentirá por delitos políticos".

Este proyecto que abordaba con valentía todos los problemas de la España de su tiempo fue apoyado también por el grupo de Pi y Margall, aunque es difícil de encontrar en los libros de historia porque cuando se trata la I República casi siempre se evita y únicamente se cita el segundo.

De cualquier manera ninguna de las dos propuestas de Constitución tuvo tiempo para entrar en vigor porque los españoles ahogamos con nuestra forma de ser aquella experiencia republicana, que se quedó solo en un espejismo de libertades, como lo expuso con claridad diáfana ante el Consejo de Ministros don Estanislao Figueras, su primer presidente entre febrero y junio de 1873, antes de irse agobiado por la crisis económica, la división entre los propios republicanos y la tontería catalanista: "Señores, ya no aguanto más. Voy a serles franco: ¡estoy hasta los cojones de todos nosotros!".

Pi y Margall fue el segundo presidente, y en poco más de un mes -desde el 11 de junio hasta el 18 de julio- cayó devorado por un hijo bastardo que nació de su propia idea: el cantón de Cartagena.

Pero a pesar de todo, aquellos hombres lo intentaron y en medio de tanta miseria moral supieron dejarnos alguna lección. Como ejemplo de su integridad moral podemos recordar la dimisión del tercer presidente, don Nicolás Salmerón, quien prefirió irse a casa el 7 de septiembre de aquel 1873 antes que firmar las condenas a muerte de unos militares que habían sido juzgados por colaborar con los cantonalistas.

A Salmerón le sucedió don Emilio Castelar, considerado como uno de los mejores oradores de nuestra historia, sin embargo su visión ya era otra y el federalismo le quedaba grande por lo que apostó por un republicanismo unitario y conservador que acabó abriendo la puerta al golpe de Estado del general Pavía el 3 de enero de 1874.

Yo nunca he negado mi admiración por Pi y Margall, al que además de inspiración política le debo indirectamente una lección de humildad. Ocurrió hace ya casi treinta años, en un Congreso de Izquierda Republicana que celebrábamos en Valencia, cuando se me ocurrió citar una frase suya ante un grupo de viejos federales. ¿Tú has leído a Pi y Margall? -me espetó uno de ellos-. Sí, le contesté. ¿Pero a todo Pi y Margall?, y me llevó a una estantería dónde ellos tenían todos sus escritos guardados como quien cuida un tesoro. Ellos sí lo habían leído, yo solo lo había ojeado. Desde entonces tengo cuidado con las citas.

En el otoño de 1891, don Francisco estaba de nuevo en la política activa, convertido ya en un mito para sus partidarios que se lo demostraban allá por donde iba; también hacía pocos meses que había fundado el periódico El Nuevo Régimen, dónde la mayor parte de los artículos salían de su puño y letra o estaban escritos por fieles colaboradores que alababan su figura sin poner límites a sus elogios.

Esto fue lo que ocurrió con la publicación de una carta fechada en Pola de Lena el 9 de septiembre de aquel año evitando señalar el nombre de su autor, ya que se trataba de una correspondencia particular, por eso solo se aclaraba que era "un queridísimo y antiguo correligionario nuestro".

Vean: "Mi querido amigo: Por mi telegrama de Busdongo, sabes ya que nuestro querido jefe y su señor hijo don Joaquín llegaron bien, y que, unidos a ellos, continuamos la marcha a esta provincia, alegres y satisfechos de las muestras de simpatía y de entusiasmo que por todas las poblaciones despertaba la presencia del ilustre patricio. Así llegamos a esta villa a las dos de la tarde.

En el andén le esperaban el comité federal y el Presidente, Secretario y vocales del comité de coalición, con más de cuatrocientos republicanos que, en apiñado haz y con gran orden, llenaban de bote en bote el andén. Dos gaitas del país, única música que por estas poblaciones se halla, tocaban la Marsellesa y el himno de Riego, cuyos ecos ahogaban los cohetes y vivas a Pi y Margall y al Presidente de la República Española que salían de aquellos entusiastas correligionarios.

Al partir el tren, unas señoritas soltaron doce hermosísimas palomas engalanadas con cintas rojas y dos de ellas vinieron a chocar dentro del coche con el noble pecho de D. Francisco, que las cogió y las conserva para llevárselas".

La primera parte de la escena es fácil de imaginar: la multitud, los vivas y el entusiasmo y los gaiteros tocando la Marsellesa y el Himno de Riego, algo que me obliga a recordar que actualmente el Gaitero Mayor de los republicanos asturianos es el también lenense Eladio Quiñones, quien cada año ameniza la Fiesta del Oso Regicida en la aldea de Llueves con las mismas piezas.

Pero el último párrafo ya tiene otro encaje, porque aunque el cuadro del buen prócer acogiendo a las palomas es entrañable, resulta difícil creer que las dos aves decidiesen estrenar su libertad dirigiendo su vuelo hacia el interior del tren y que una vez de allí en vez de posarse en cualquier otro lugar eligiesen precisamente su patriótico regazo.

En fin, no sabemos si la idea de escribir este episodio partió del mismo Pi y Margall o de quienes lo rodeaban, pero creo que al mismísimo líder coreano Kim-Il-sung le hubiese gustado que contasen de él esta anécdota.

La carta de El Nuevo Régimen seguía narrando que en las estaciones de Mieres y Ablaña inmensos grupos de obreros vitorearon a Pi y Margall como el hombre más honrado de la nación española, con verdadero frenesí; que junto a él viajan desde Puente Los Fierros los miembros de la comisión de Oviedo, los señores Flores y Guisasola, y que en la estación de las Segadas se unieron los representantes de Gijón, Valdés, Carreño y otros ocho o diez, de manera que tuvieron que viajar de pie en los coches porque ya no había asientos.

Ya en Oviedo, cuando el tren aflojó la marcha, las bombas reales empezaron a retumbar y a enardecer la atmósfera, volvió a sonar la Marsellesa, arreciaron los gritos de ¡Viva Pi y Margall! lanzados por más de cinco mil republicanos e incluso dos guardias civiles armados pidieron permiso para entrar en el coche, que estaba atestado, y poder ver de cerca al gran hombre.

Dos años más tarde, en septiembre de 1893, fue don Nicolás Salmerón quien emprendió una histórica campaña de propaganda por Asturias llegando por mar en la lluviosa mañana del día 11 hasta Gijón donde lo esperaba una multitud de asturianos y asturianas.

En el programa de excursiones diseñado para los días siguientes, el ex presidente visitó Soto del Barco, Salinas, Cudillero, Pravia y otros puntos, deteniéndose una jornada entera en Langreo. Allí tras conocer de cerca una fundición dio un mitin que fue celebrado con vítores al orador y gritos contra el caciquismo. Después, el catedrático y sus amigos asistieron a un suculento banquete en el que se brindó por la unión de los republicanos y después de los cafés aún tuvo tiempo para celebrar otro acto en el Casino del Orfeón, con asistencia mayoritariamente obrera.

Sin embargo, la II República se hizo esperar y ellos ya no pudieron verla. Yo espero tener más suerte con la III.

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