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De lo nuestro | Historias heterodoxas

Un espía en la funeraria

El papel de "soplón" de Ángel Alcázar, hombre de confianza de Miguel Primo de Rivera, para intentar frenar la revolución de Octubre del 34

Un espía en la funeraria

Calificar a alguien como fascista se considera un insulto incluso en algunos ambientes de extrema derecha que quieren quitarse esa etiqueta por los tristes recuerdos que conlleva. Sin embargo, el sector más recalcitrante nunca ha renegado de la denominación de origen. En esa línea está el abogado y profesor universitario José Luis Jerez Riesco, con un extenso historial que incluye la militancia en CEDADE y relaciones personales con conocidos miembros de la ultraderecha europea. Para resumir su perfil, es un hombre que en numerosas publicaciones siempre ha defendido la maldad de los judíos y la identificación de la Falange con el fascismo al que califica como "la teoría política más avanzada y progresista del siglo XX".

Uno de sus libros, publicado en 2003, se titula explícitamente "José Antonio, fascista" y en él reúne gran cantidad de datos e informaciones para demostrar que el líder de los azules lo era. El texto se abre con una dedicatoria en la que se incluye por supuesto al propio José Antonio y junto a él a los camisas negras, voluntarios fascistas italianos caídos en tierras de España"; a los "héroes" de la Legión Cóndor alemana; a "los camaradas y hermanos" viriatos y camisas azules del nacional-sindicalismo de Portugal; a los camisas azules irlandeses del General O'Duffy y a los "mártires Ion Motza y Vasile Marin, de la Guardia de Hierro Rumana", explicando los méritos de todos ellos.

En fin. Les cuento esto porque en el libro se incluye un capítulo en el que aparece un episodio previo a nuestra revolución de 1934 que nunca he visto recogido en otras partes, con la excepción de las biografías de su protagonista: Ángel Alcázar de Velasco. Es en un apartado sobre lo que el autor llama el estado mayor (fascista) de José Antonio, con solo cinco nombres y un par de páginas para cada historial. Pero antes, voy a resumirles la vida de este hombre para que conozcan de quién vamos a hablar.

Ángel Alcázar nació en una familia humilde de Guadalajara y al cumplir nueve años ya estaba en la capital de España, trabajando en lo que pudo, incluso fue novillero con el nombre de "Gitanillo de Madrid", pero sus inquietudes intelectuales lo llevaron a estudiar en la Escuela de Artes y Oficios y después obtuvo la licenciatura de Filosofía y Letras en la Universidad de Salamanca con el apoyo económico del general Miguel Primo de Rivera. Pero lo que más nos interesa es que en 1933 estuvo entre los fundadores de Falange Española y se ganó la confianza de José Antonio Primo de Rivera, el hijo de quien había ayudado a culminar su formación académica.

José Luis Jerez Riesco lo coloca entre quienes se opusieron a la unificación que decretó Francisco Franco para crear su propio partido, pero escribe que una vez que el dictador solucionó a las bravas ese problema, se integró perfectamente en el nuevo régimen, desempeñó varios cargos políticos y escribió 24 libros sin ocultar nunca su identificación con sus camaradas fascistas y nacional-socialistas, algo que queda más claro si sabemos que en su despacho tuvo siempre una fotografía de Adolf Hitler. En palabras del autor "fue un buen conocedor del problema judío y su intento de dominación del mundo y de la cara oculta de la masonería".

Ahora les transcribo el párrafo que me ha llamado la atención y que ustedes pueden leer en la página 61 de esta publicación a la que se accede fácilmente por internet: "A mediados de agosto de 1934 y ante el rumor, cuyo eco ya se escuchaba en Madrid, de que se estaba fraguando una revolución en Asturias, José Antonio le pide que se desplace al Principado para que le mantenga informado sobre qué había de cierto en los preparativos del movimiento subversivo. A finales de mes se encuentra ya en Oviedo y pronto pudo confirmar al Jefe Nacional, no sólo de los preparativos de la asonada, sino del polvorín que se estaba almacenando en la cuenca minera. En Mieres se presentó como recitador de poesías en el Ateneo para poder introducirse entre los revoltosos que se agitaban ya en son de pólvora y dinamita. En el recital se pudo informar de que al puerto de San Esteban de Pravia habían llegado armas y municiones en grandes cantidades para el ensayo terrorista, llegando a conocer el lugar de su depósito, en el almacén de la funeraria Occidua de Mieres, así como que el reparto a los pueblos mineros se efectuaba en ataúdes. Se introdujo en el local y descubrió todo el operativo del polvorín revolucionario. De Mieres partió a Oviedo desde donde, el día 2 de octubre, remite un amplio informe a José Antonio sobre todas sus investigaciones y hallazgos".

Ya lo ven. Me gustaría poder leer ese informe, pero no he podido localizarlo. Lo que sé es que entonces sí existía una funeraria con ese nombre en Mieres, pero es la primera noticia que tengo sobre el supuesto depósito de armas, y lo de su traslado en ataúdes por los pueblos me parece una historia tan pintoresca que debería haber quedado reseñada en alguna de las numerosas memorias que los protagonistas de Octubre nos dejaron. Por otro lado, como ya he contado en otra ocasión, los archivos de la Falange mierense desaparecieron poco después de la muerte de Franco porque fueron vendidos al peso a un cartonero local.

Lo cierto es que Ángel Alcázar de Velasco estuvo por aquellos días en Asturias y participó activamente en la respuesta a la insurrección por lo que recibió en 1935 la primera Palma de Plata de la Falange junto a Leopoldo Panizo, Juan Francisco Yela y Ulpiano Cervero, pero también debemos saber que José Antonio estaba ocupado entonces en un asunto interno que requería la colaboración de su círculo más allegado, ya que los días 5, 6 y 7 de octubre de 1934 se celebró en Madrid el I Consejo Nacional de su partido en el que fue elegido como Jefe Nacional.

Raimundo Fernández-Cuesta contó en sus memorias los detalles de aquella reunión que coincidió con la revolución de Asturias y el intento de secesión de la Generalidad de Cataluña. Según su testimonio, precisamente en la noche en que Companys se dirigió a sus paisanos en Barcelona, se produjo una anécdota en el lujoso hotel Savoy de Madrid que no me resisto a contarles.

Cenaban allí José Antonio, Julio Ruiz de Alda y el propio Fernández-Cuesta cuando se percataron de que tenían en frente al conocido catalanista Antoni María Sbert; entonces se dirigieron a él y le exigieron que abandonase el local inmediatamente si no quería que fuesen ellos quienes le expulsasen. Sbert obedeció inmediatamente pero "lo gracioso es que un matrimonio extranjero que cenaba en otra mesa nos preguntó si tenía también que marcharse. Naturalmente, le dijimos que no". Sin comentarios.

Por otro lado, el investigador Manuel Suárez Cortina explica en su libro "El Fascismo en Asturias (1931-1937)" que en 1934 los efectivos falangistas en Asturias eran muy pocos y aún trabajaban bajo las siglas de las JONS: había unos cincuenta afiliados en Gijón y una cifra similar o inferior en Oviedo, también existían grupos mucho menores en Infiesto y Pravia, de manera que el total de afiliados en Asturias no pasaba los doscientos miembros, incluyendo a los jóvenes estudiantes del SEU.

Pero ello no fue un obstáculo para que José Antonio escribiese el 24 de septiembre una carta al general Franco anunciándole en estos términos lo que se preparaba: "No un alzamiento tumultuario, callejero, de esos que la Guardia Civil holgadamente reprimía, sino un golpe de técnica perfecta, con arreglo a la escuela de Trotsky, y quién sabe si dirigido por Trotsky mismo (hay no pocos motivos para suponerlo en España). Los alijos de armas han proporcionado dos cosas: de un lado, la evidencia de que existen verdaderos arsenales; de otro, la realidad de una cosecha de armas risible. Es decir, que los arsenales siguen existiendo".

Ángel Alcázar de Velasco fue como hemos visto un personaje heterodoxo como lo denota su condición de gitano y antisemita. Siguió luego la carrera de espía que había iniciado en Mieres y pasó a la historia por su labor para los servicios secretos alemanes en Londres, durante la II Guerra Mundial.

El periodista Javier Juárez Camacho recoge en su libro "Madrid-Londres-Berlín. Espías de Franco al servicio de Hitler" la opinión que tenía el M15 británico sobre la falta de profesionalidad del grupo español que él dirigía sin saber hablar inglés: "Es más ajustado a la realidad considerar su actuación como una representación propia de una opereta cómica, no muy distinta de la organización de espionaje que podrían haber creado los hermanos Marx". Desde luego, lo de los ataúdes da para una buena escena.

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