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Adiós al cura de Barros: "Ni los sueños ni las pesadillas de los otros le eran ajenos"

El Arzobispo celebró el funeral de José Manuel García en Piñeres (Aller), su localidad natal, donde destacó "su cercanía a la gente sencilla"

El funeral del sacerdote José Manuel García. C. M. B.

El arzobispo de Oviedo, Jesús Sanz Montes, nunca olvidará su primera conversación con José Manuel García Rodríguez. El párroco, al que todos conocían allí como "el cura de Barros", estaba ya en la Casa Sacerdotal. Sufría alzhéimer, la memoria empezaba a fallarle. Sanz Montes le repitió varias veces que era el nuevo Arzobispo y, como José Manuel le miraba extrañado, Sanz Montes le mostró la cruz pectoral. "Mucho fierro llevas tu ahí colgao al cuello", replicó él. Así era José Manuel García Rodríguez, fallecido el domingo a los 91 años. Daba a las cosas el valor reemplazable que tienen y ponía a las personas siempre delante. El Arzobispo recordó esta anécdota ayer en el sermón de su funeral, celebrado en Piñeres (Aller) -la localidad natal de García.

"Desde aquel día fui su amigo", afirmó, admirado, Sanz Montes. El Arzobispo de Oviedo celebró el funeral, concelebrado por otros veintiséis sacerdotes. En el altar estuvieron el Director de la Casa Sacerdotal y Delegado del Claro, José Antonio González Montoto, el Vicario de la zona de Oviedo centro, José Julio Velasco y el Vicario de Pastoral, Antonio Vázquez. También el Arcipreste del Caudal, Celestino Riesgo y el sacerdote Ángel Llano -compañero en el Seminario de José Manuel García-. Ayudó en el oficio el diácono Miguel Vilariño.

Ellos portaron, a hombros, el féretro de José Manuel García hasta el interior de la iglesia. El coro de la iglesia de Piñeres cantaba "Las puertas de una nueva Ciudad". Sobre el féretro extendieron la sotana del cura, con la que tantas misas ofició. "Despedimos a José Manuel, que con 91 años ha tenido una vida larga llena de bendición. Escribió su vida ofreciendo la tinta a Dios y teniéndolo a él como escribano", comenzó Sanz Montes en el sermón.

Mejor letra, imposible. Porque si algo brillaba de José Manuel García, era "su cercanía a la gente sencilla". Nació en una casa de labranza en Piñeres, el mayor de cuatro hijos de un minero. Ingresó en el Seminario por influencia de su tío, también cura, por vocación. También, reconocía él, con el objetivo de "huir de la fesoria".

Nadie niega que fue un cura entregado. Tras su ordenación pasó por otras parroquias, por Moreda (Aller) y por Las Segadas, pero fue en Barros donde más tiempo estuvo. Socarrón se autodenominaba un cura "pata negra" por haber obtenido la parroquia mediante una oposición. Donde dejó un recuerdo imborrable. "Sabía que la gente tenía sueños y pesadillas, y nada era ajeno al corazón de este cura. Siempre supo abrazar lo bueno y lo malo", afirmó el Arzobispo de Oviedo durante su sermón.

Por eso los que le conocieron le recordarán siempre por una solidaridad innata. "Le salía sola", recordaban ayer a la puerta de la iglesia de Piñeres. Si había que cortar la carretera para reclamar una mejora, ahí estaba él. Si ardía un conflicto laboral, él preguntaba donde estaba la mecha. Creía en la bondad como un don infinito: enviaba ropa a África con el mismo empeño que llevaba a un feligrés enfermo al hospital.

Y otro talento que ponía en manos de los otros: "Conocía los secretos de la vida que solo conoce un buen cura. Sabía escuchar cuando alguien le pedía ayuda o cuando un feligrés le pedía un consejo", señaló Jesús Sanz Montes, emocionado. Creía en las palabras y, por eso, popularizó una hoja parroquial en la que defendía a sus vecinos. "No dejaba títere con cabeza", recordaban ayer los vecinos. Tuvo un papel determinante en conflictos laborales.

Su funeral, que llenó los bancos de la iglesia, duró casi una hora. Pocos querían despedirse de un vecino que, dicen, nunca olvidó el pueblo de Piñeres. Aunque casi nadie sabía que era allerano: él era "Manolo, el cura de Barros".

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