La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

De lo nuestro | Historias heterodoxas

Malditos virus

Las distintas epidemias que afectaron a las comarcas mineras, como el "tabardillo" de 1598, que acabó con dos tercios de los asturianos

Malditos virus

Estamos viviendo en estos días la peor crisis desde nuestra última guerra civil, aunque ahora el enemigo no tiene bandera, es un contagio que ataca a traición y que además anuncia unas consecuencias que nos asustan tanto la propia enfermedad. Porque cuando esta pesadilla esté por fin controlada, aunque no queden imágenes de casas e infraestructuras destruidas por los bombardeos, todo indica que el desastre económico puede arrasar pequeñas y medianas empresas y en muchos hogares se va a rozar la ruina.

Dicho esto, la esperanza está en recordar que nunca llovió que no escampara, y que si nuestros antepasados pudieron con cosas similares o peores, nosotros no vamos a ser menos.

Hace ya quince años que estas Historias Heterodoxas se vienen publicando ininterrumpidamente, y en este tiempo ya me he ocupado en diferentes ocasiones de las pestes y epidemias que han sacudido la Montaña Central, pero creo que no sobra recordarlas en esta hora. En 2005, se empezó a hablar de la llamada "gripe aviar", que transmitían las gallinas, otra mutación que aún no había llegado a España y que los catastrofistas preveían con unas consecuencias parecidas a la de 1918 -la más grave que hemos sufrido nunca-. Yo escribí entonces que leyendo el Apocalipsis los pollos no aparecen por ninguna parte anunciando la destrucción, así que debíamos estar tranquilos. Sin embargo, unos meses después llegó el virus y aunque no fue una plaga bíblica, sí hizo de las suyas.

También nos visitó en la primavera de 2009 la llamada gripe A, y aunque la alarma no tuvo nada que ver con lo que estamos viviendo ahora, recuerdo que los geles desinfectantes empezaron a colocarse en los establecimientos públicos y que en los institutos había dosificadores junto a las puertas de las aulas: una minucia, que entonces nos asustaba un poco y ahora nos hace reír si lo comparamos con las precauciones que estamos tomando.

Cuentan los anales que entre las epidemias de que se tiene memoria una de las peores fue la que comenzó en Egipto en el año 541, siendo emperador Justiniano, y que con una media de 10.000 víctimas diarias, acabó con la cuarta parte de los habitantes del mediterráneo oriental. Otra igualmente nefasta se extendió en 1348 matando a 20 millones de europeos en seis años. La Peste Negra, que de eso se trataba, siguió repitiéndose cada cierto tiempo, y una vez controlada esta enfermedad, la viruela, el tifus y el cólera la reemplazaron con honores. Hasta que llegó la gripe y en 1918 sumó 50 millones de muertos a los que la raza humana ya estaba añadiendo por propia iniciativa en los campos de batalla de la Guerra Mundial.

Estas epidemias llegaron también a nuestras cuencas mineras, pero resulta muy difícil dar alguna información o cifras medianamente ajustadas a las consecuencias que tuvieron para nuestro reducido territorio hasta fechas recientes.

Así sabemos que en 1572 el Conceyón de Lena sufrió con una intensidad especial una "enfermedad de tabardillo" -identificada por el doctor José Tolivar Faes con un tifus exantemático-, que había entrado desde Galicia y se extendió por toda Asturias transmitida por la multitud de transeúntes y mendigos que con una absoluta falta de higiene recorrían los pueblos llevando consigo un amplio catálogo de liendres, chinches, pulgas y otros animalillos portadores de las enfermedades más diversas.

El mal se repitió en abril de 1598 y todo indica que acabó nada menos que con dos tercios de la población de Asturias, y es que durante siglos las enfermedades contagiosas asociadas a la falta de higiene formaron parte del paisaje de esta tierra.

En 1831 Langreo quedó diezmado por lo que entonces se llamó "azote morboso o fiebre pestosa", aunque seguramente se trató también del tifus, que encuentra su ambiente propicio entre la suciedad y el hacinamiento, dos condiciones que empezaban a vivirse en aquel valle del Nalón situado en la pre-industrialización. El desastre fue tan grande que el párroco de Carrio pidió ayuda médica y económica a la Diputación Provincial, y esta ordenó a la Junta Directiva del Real Hospicio que se encargase de recoger temporalmente a los numerosos mendigos que recorrían las aldeas pidiendo limosna y extendiendo el contagio.

Cuando los historiadores tenemos que aproximar el número de víctimas de esta clase de epidemias lo tenemos difícil, porque los registros parroquiales solo recogen una pequeña parte de la realidad. Eran muy frecuentes los casos de quienes se desplazaban buscando seguridad en las viviendas de familiares de los concejos próximos llevando el mal con ellos, y si los muertos eran demasiados se enterraban en tumbas sin ninguna señal que las identificase o se habilitaban fosas comunes en el exterior de las poblaciones sin que se inscribiese su defunción.

El morbo de 1831 se extendió hasta Oviedo, aunque ya con menor intensidad, en 1882 paseó su guadaña por Sobrescobio y suponemos que también fue alguna variante tifoidea la que volvió a registrarse en Langreo en 1906 y que la prensa calificó como una epidemia "desconocida para la ciencia médica".

Otra enfermedad que hizo temblar a la humanidad durante siglos hasta que la medicina pudo con ella fue la viruela. Con un terrible porcentaje de fallecimientos y unas secuelas que los supervivientes llevaban de por vida. En 1888 un brote de este mal extremadamente contagioso, que se presentaba con hemorragias cutáneas, afectaba a las mucosas de todo el cuerpo y mataba atacando los pulmones, el corazón o el cerebro, asoló el pueblo minero de Boo, en el concejo de Aller, causando 70 muertos. Demasiados para el cementerio del pueblo y el de Moreda, que se quedaron pequeños, de manera que muchos cadáveres tuvieron que esperar amontonados varios días mientras se les preparaba una sepultura adecuada.

En una de las minas de la zona llamada la Esperanza se iba a registrar poco después, el 2 de enero de 1889, el accidente más cruento de la minería asturiana. Mi amigo y compañero Guillermo Fernández Lorenzo -a quien quiero felicitar desde aquí por el homenaje que le rinde ahora su tierra- publicó hace años al tratar este suceso un resumen de la correspondencia que se cruzaron entonces los ingenieros Manuel Montaves y Félix Parent, entre Asturias y Madrid y que nos da algún dato interesante.

"Al paso que vamos, en Boo o naturales de allí, sólo van a quedar los viejos", le decía Montaves a su colega, y Félix Parent, analizando el caso desde un punto de vista social, daba una de las claves para que el contagio fuese tan fácil: "El agotar tanto en Boo es debido, como Vd. bien dice, al mal género de vida y poca higiene de aquel vecindario. Una cosa es sospechar como vive aquella gente, y otra es ver donde están tirados los que son atacados. Era mucha la aglomeración de gente y vino lo que era de temer".

Pero sin duda, tanto por su extensión como también por su proximidad en el tiempo, es imposible hablar de epidemias sin referirnos a la de 1918, cuyo origen todavía sigue discutiéndose, y que además de su gravedad presentó unas características peculiares: comenzaba como una gripe acompañada por la aparición de manchas de color caoba en los pómulos y causaba la muerte tres días más tarde por ahogamiento dejando en los cadáveres un color característico debido a la cianosis o falta de oxigeno, que hizo que en algunos lugares se la conociese como "la muerte púrpura". También, a diferencia del mal que estamos viviendo ahora, se cebó con los adultos fuertes y sin patologías previas, que tenían entre los 15 y los 35 años.

Cuando escribo esto, estamos en plena cuarentena y la plaga se llama coronavirus o COVID-19, según gustos. No sabemos cuándo ni cómo irá perdiendo fuerza, pero lo hará, y dentro de unos meses seguramente la mayoría lo recordaremos como una anécdota en nuestras vidas, aunque otros nunca podrán olvidar que este drama les llevó a algún ser querido. Si yo tengo la suerte de estar entre los primeros y el tiempo me respeta, les prometo contar la historia de estos días para que quienes vienen detrás sepan, como sabemos nosotros ahora, que nuestra sociedad tiene los pies de barro y cuando pensamos que lo tenemos en orden, el bicho más insignificante puede llegar para recordarnos que la humanidad solo es como una gota de lluvia en una tempestad.

De momento, paciencia. Igual que nuestros mayores pudieron con situaciones similares, nosotros también lo haremos. Decía don Pío Baroja que todas hieren y la última mata, y como esta no parece la última, llevémoslo con paciencia y cruzando los dedos.

Compartir el artículo

stats