Son los que más están sufriendo esta crisis. Y, por qué no decirlo, también los que menos han protestado. Hace más de cincuenta días que los vecinos más veteranos se tuvieron que confinar para evitar la crisis del coronavirus, que golpea con más fuerza a los mayores de setenta años. Pero también ha llegado su hora para salir a la calle. En Mieres ayer lo facilitaron aún más, cerrando al tráfico la calle Manuel Llaneza para no colapsar el casco urbano. No hubo aglomeraciones. Los mayores salieron con mucha prudencia, la mayoría con mascarilla y guantes, pero sin perder el optimismo: "Si salimos de la posguerra, saldremos de esta".

Lo dice Onofre Fernández, 89 años cumplidos. Pasea despacio apoyado en su bastón, con la mascarilla. "No sé cuánto llevaba encerrau en casa", dice, con gracia, este vecino de Mieres que es natural de Collanzo (Aller). Dejó de salir antes del decreto del estado de alarma porque "empezó a llover, hacía mal tiempo". Ayer estrenó paseo por el entorno de la plaza de abastos.

Por la misma calle pasearon Gregorio Pacheco y Laly Picazo: "Nos hace muy bien salir", dice él. Y ella matiza: "Fue un aburrimientu, fía". Menos mal que el pasillo de su casa es muy largo y pudieron seguir caminando por la casa durante los cincuenta días de la estricta cuarentena. Ahora tienen mucho más espacio, ayer en Mieres todo para los peatones: la calle Manuel Llaneza, y otras perpendiculares, estuvieron cerradas al tráfico para evitar aglomeraciones. No las hubo.

A la hora de los más veteranos, de hecho, la calle central del casco urbano estaba prácticamente vacía: "Venimos de dar una vuelta y se está muy a gusto", apuntó José Antonio García. Para los que no caigan: el escultor que firma sus obras como "Llonguera". Aquí la anécdota: justo ayer sopló las setenta velas y cambió de franja horaria para las salidas. Su pareja, María del Carmen Campo, afirma que lo que peor llevan es el uso de la mascarilla: "Se hace muy raro e incómodo, hasta que nos acostumbremos". Su secreto durante la cuarentena: una casa grande en Requejo y llevarse lo mejor posible. "De reñir, nada", apuntó él.

Paseos con calma y ganas de respirar aire fresco. Una imagen que se repitió en otras localidades de las Cuencas. Como en el banco en el que se sentó Antonio Casielles para leer LA NUEVA ESPAÑA. Tiene ochenta y nueve años. En la misma franja horaria pasean las personas con cuidador, como un vecino invidente que salió con su madre -de noventa años- y su perro guía.

En la plaza repicaron las campanas al mediodía, la hora para volver a casa de los mayores de 70 años. Pero la vida siguió, aunque sin grandes aglomeraciones. Muchos tuvieron trajín por el día de la madre, como los repartidores de flores que sorprendieron a más de una vecina: "Es un Día de la Madre distinto, pero igual de emocionante que siempre", aseguró una de las mamás veteranas de las Cuencas que recogió con todas las medidas de seguridad un ramo que le enviaron sus hijos. El año que viene, seguro que lo celebrarán juntos.