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De Lo Nuestro | Historias Heterodoxas

Un maltratador en Carabanzo

El caso de los vecinos de la localidad lenense que salieron en defensa de la señora Amalia Faes ante los abusos de su marido, en 1932

Un maltratador en Carabanzo

Cuando el historiador saca a la luz las malas acciones de algún personaje tiene que asumir el riesgo de que le acusen de revolver injustificadamente donde no debe, aunque lo que cuente esté ya a punto de cumplir el siglo. Esto no sucede si el nombre que se cita fue importante, porque entonces todos asumen que lo que se está haciendo es simplemente investigación histórica. Por ello me veo obligado a justificar que el caso que traigo hoy a esta página también sirve para conocer como fue aquel periodo de transición en el que ya bien entrado el siglo XX aún se mantenían en Asturias algunos de los vicios del caciquismo.

Situémonos entonces en Carabanzo, donde los Faes, que permanecieron ajenos a los cambios de la industrialización, como tantas otras familias de nuestra aristocracia rural, eran aún los dueños y señores de la mayor parte de las tierras del pueblo y vivían de los beneficios que les proporcionaban sus colonos.

El 19 de julio de 1932 el diario socialista "Avance" contó el altercado que había sucedido allí cuatro días antes cuando los aldeanos defendieron a su señora doña Amalia Faes de los abusos de su marido, llegando incluso a agredirle cuando éste intentaba alejar para siempre a la señora de su pueblo.

Amalia Faes era hija única del arquitecto Ramón Coya de Faes y Estefanía Bernaldo de Quirós, y heredera de las muchas propiedades que estos poseían en la zona del Sella. Se había casado en primeras nupcias con José Valdés y Armada, barón de Covadonga, quien falleció en 1928, y residía en el palacio familiar en el lugar de Coviella, aunque también pasaba largas temporadas en la otra residencia de Carabanzo.

La mujer, tras enviudar, contrajo segundas nupcias con un individuo natural de Sobrepiedra, otro pueblo de Cangas de Onís, llamado Salvador Covián Tarapiella, quien era conocido por haber protagonizado allí numerosos pleitos que le habían enemistado con los vecinos de la zona. Este hombre era dueño de una central eléctrica en Coviella y fue autorizado por el Gobierno Civil en marzo de 1929 para instalar dos líneas eléctricas que abastecían a muchos pueblos de su concejo y del vecino de Parres, pero sus enfrentamientos tanto con los particulares como con el Ayuntamiento eran constantes.

Según escribió Francisco Rozada Martínez, cronista oficial de Parres, pocos meses después de la concesión, en noviembre de 1929, varios vecinos de Santianes del Terrón, Valdeladuerna, Las Caserías de Pandeaguilar, Romillín y Arenas presentaron en el Ayuntamiento una instancia de protesta contra él porque había mandado quitar el cable de una barca en el pozo de Lladuengo, que existía allí desde tiempo inmemorial, dejándolos sin comunicación con Arriondas y los otros pueblos de la margen derecha del Sella donde se abastecían de las cosas más necesarias. Sin embargo, la mayoría de los vecinos de Santianes no se atrevieron a firmar la instancia por temor a las represalias de Covián, ya que eran colonos suyos.

El alcalde de Parres le pasó el informe de protesta al de Cangas para que la hiciese llegar a la Casa de Faes en Coviella, añadiendo que el cable de acero había sido colocado por la Corporación parraguesa y que siendo un servicio público tenía la obligación de mantenerlo, rogándole que en el plazo de 48 horas restableciese el cable como estaba, o de lo contrario se tomarían las providencias del caso. Afirma don Francisco Rozada que en las actas municipales ya no se vuelve a hablar de este tema en los días ni semanas siguientes, de donde se deduce que el cable sería repuesto de nuevo, y se plantea la misma duda que nos surge a nosotros sobre los motivos que pudo haber tenido el propietario para dañar de esa manera a las familias que trabajaban para él.

Pero parece que esta era la tónica del personaje, quien no tardó en verse implicado en otros conflictos de todo tipo, unas veces vinculados a los asuntos de la Hidroeléctrica de Coviella y otras a disputas por supuestos derechos de pesca en los ríos Sella y Piloña o acciones en las que parecía perseguir el choque frontal con sus paisanos. Así sucedió cuando cerró con alambre de púas una finca de su propiedad que lindaba con la capilla de Sta. Catalina en Cuadroveña, sin tener en consideración que los días de fiesta religiosa acudía hasta allí un gran número de feligreses que de esa forma tuvieron que quedarse en la carretera.

Cuando Salvador Covían llegó a Carabanzo, no tardó en buscarse nuevos enemigos. Contra la voluntad de doña Amalia subió las rentas de sus colonos un cincuenta por ciento y después ordenó talar todos los árboles frutales de su propiedad que eran aprovechados por las familias del lugar. Pero lo que hizo saltar la chispa fueron los rumores de que no respetaba a la señora, querida por todos, y pretendía llevársela definitivamente con él hasta su tierra, al pueblo de Coviella alejándola definitivamente de la montaña lenense.

En la tarde del día 15, viernes, corrió el rumor de que ya se iba a producir la salida y todo el pueblo, hombres mujeres y niños, se concentró en la plazuela que se abría frente al palacio esperando acontecimientos. Por fin, sobre las ocho y media, la pareja salió para subir a un coche que él tenía dispuesto para la marcha, pero la mujer al ver a las gentes comenzó a pedir auxilio provocando una respuesta inmediata, ya que los vecinos sin pararse a pensar en las consecuencias se lanzaron sobre su marido, golpeándolo hasta que lograron alejarlo de allí entre los insultos de todos.

Siendo rigurosos, debemos decir que nos resulta muy difícil calificar estos hechos por lo insólito, ya que no es fácil encontrar en el siglo XX casos en los que los colonos se hayan jugado el tipo por defender a sus amos, y mucho menos inmiscuyéndose en las cuestiones de su vida privada. Lo habitual es que estos motines se originen por cuestiones de subsistencia y nunca para defender a los poderosos, pero en este caso la información viene avalada por el diario "Avance", órgano socialista y muy poco dado a dejar en buen lugar a personas de clase alta como lo era doña Amalia Faes.

Salvador Covían Tarapiella debió de ser un hombre imposible, mal ciudadano y maltratador. No había pasado mucho tiempo desde el tumulto de Carabanzo cuando volvió a aparecer en la prensa envuelto en un suceso desagradable: fue detenido por haber golpeado en la calle en la calle Martínez Marina de Oviedo a otro hombre llamado Dionisio Muñoz de la Espada. Seguramente quiso desahogar así su ira porque acababa de presentar una denuncia en el juzgado contra su esposa Amalia porque esta había abandonado sin su autorización el domicilio conyugal.

Desde este momento su biografía puede seguirse por los boletines oficiales donde su nombre aparece siempre unido a todo tipo de denuncias y multas, hasta el punto de que en julio de 1934 para hacer frente a tanto gasto el matrimonio tuvo que subastar una de las enormes fincas que tenía en Coviella, valorada en más de 520.800 pesetas de la época, y en noviembre del mismo año también les fueron embargadas la fábrica de luz eléctrica de Coviella junto a una casa y un molino para poder pagar otro pleito perdido.

Según el cronista Francisco Rozada, Salvador Covián acabó marchándose a vivir a Madrid y en 1935 estaba allí con sus padres y hermanos en la calle Pontejos, dedicado a la actividad de agente comercial. Nosotros seguimos encontrando su nombre en los informes de los juzgados españoles hasta bien entrados los años 40. Por su parte doña Amalia Faes pudo quedarse en Coviella hasta que en plena guerra civil, el 7 de septiembre de 1937, fue asesinada en El Escobal -según me contaron una vez en el mismo Carabanzo- por haber pronunciado una frase inoportuna celebrando anticipadamente la inminente entrada de las tropas franquistas a la localidad.

El palacio de los Faes en la Montaña Central no tardó en caer en la ruina y por una de esas bromas que tiene el destino, hará unos treinta años, tras un pequeño derrumbe en su parte trasera, unos niños encontraron allí un puchero con monedas de oro que nunca fueron recuperadas. Al parecer eran del siglo XVII, lo que quiere decir que ya estaban escondidas allí cuando Salvador Covián durmió en sus habitaciones sin sospechar nada. Podemos suponer el paradero de esas piezas, pero estén donde estén nos queda la pequeña satisfacción de saber que por lo menos no acabaron en manos del maltratador.

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