La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

De Lo Nuestro | Historias Heterodoxas

El resucitado de Annual

Un desaprensivo suplantó la identidad de un mierense muerto en el Rif

El resucitado de Annual

El 22 de julio de 1921 España sufrió una terrible derrota militar en la que perdieron la vida alrededor de diez mil soldados españoles y centenares de rifeños integrados en nuestro ejército colonial, aunque muchos entre estos últimos a la hora de la verdad se cambiaron de bando. El episodio se enmarcó en la guerra del Rif y es conocido como el Desastre de Annual, porque tuvo por escenario esta localidad situada entre Melilla y la bahía de Alhucemas

No hace falta que les diga que la mayor parte de los muertos fueron jóvenes de familia humilde, mientras que los generales apenas mancharon sus botas. Aunque ahora esos historiadores que aprovechan cualquier resquicio para intentar reescribir nuestro pasado en apoyo de su ideología reivindican la figura del máximo responsable, el general Manuel Fernández Silvestre e incluso afirman que se suicidó por honor en el campo de batalla, olvidando que no existieron testigos de este hecho y ni siquiera llegó a encontrarse su cadáver.

La verdad es que la masacre hubiera podido evitarse con otras órdenes. Sin embargo, los mandos nunca pagaron por su error, porque en 1924 el dictador Miguel Primo de Rivera echó tierra sobre el asunto y el rey les concedió la amnistía.

Si nuestros generales destacaron por su torpeza, los jefes de las kábilas unificadas en torno a Abd el-Krim, lo hicieron por su salvajismo y las barbaridades que cometieron desde el primer momento con quienes se rindieron: castraciones, destripamientos y todas las barbaridades que ustedes se puedan imaginar nos muestran lo fina que es la línea que separa a los humanos de las fieras.

Se ha escrito mucho sobre ello, pero menos sobre lo ocurrido con los prisioneros: 658, casi todos soldados y con ellos un puñado de civiles, que fueron sometidos a trabajos forzosos en las peores condiciones de humillación, palizas y maltrato, entre el hambre y toda clase de enfermedades infecciosas, mientras se ponía precio a su vida. Se pidieron 4.000.000 de pesetas más los gastos de su repatriación a la península y de postre la libertad de los rifeños que los españoles habían logrado detener.

Como las autoridades se resistieron al pago, Abd el-Krim para animar el regateo ordenó dar publicidad a las torturas e intensificarlas, de modo que la mitad de los cautivos murieron antes de ser liberados. Finalmente, en enero de 1923 pudieron volver a sus hogares 357, aunque otros permanecieron en las celdas hasta el verano de 1926, cuando la rendición de la república del Rif puso un punto y seguido en la guerra colonial.

El recuerdo del desastre permaneció durante décadas en la memoria nacional, sobre todo en aquellas familias que habían perdido allí alguno de sus miembros, y las mentiras y medias verdades que se difundieron desde las altas instancias para ocultar la magnitud de lo sucedido alimentaron bulos de todo tipo.

Solo así se explica lo ocurrido en la Montaña Central, en una fecha ya tan avanzada como 1934, cuando se presentó en su supuesto domicilio un individuo que había sido dado por muerto en aquellos combates, manifestando que acababa de salir de la prisión marroquí y nadie cayó en la cuenta de que hacía ya demasiado tiempo desde la liberación de los últimos cautivos.

El hombre, llamó a la puerta de la que debía ser su casa en el barrio de Requejo y se abrazó a una sorprendida mujer llamada Dolores llamándola madre, identificándose también ante sus dos hermanos, como José Ramón Magdalena, soldado del regimiento de Badajoz Nº 31 y prisionero de la morisma tras haber sido capturado el 10 de agosto de 1923 en la operación de Gorgues. Desde entonces había sufrido tantas penalidades que a nadie le podía extrañar que su aspecto se hubiese deteriorado y no fuese el mismo que cuando partió hacia África. Sin embargo, él aseguraba ser aquel Ramón que faltaba de Mieres hacía ya 13 años y mostraba como prueba una medalla regalada por su hermana y el escapulario que don Valeriano Miranda, el más querido de los párrocos de San Juan le había impuesto en su día.

Pero ni el personaje ni la historia que contaba acababan de convencer a quienes le habían enterrado hacía más de una década. Era verdad que su piel podía estar quemada por mil soles y su rostro envejecido y deformado por las calamidades, pero su cuerpo parecía más ancho y su estatura no se correspondía; además tampoco lo reconocían sus amigos de siempre y cuando intentaban comparar con él los recuerdos de sus vivencias pasadas se contradecía frecuentemente.

Cuando el caso salió en la prensa, lo citaron en el juzgado de Oviedo por si se trataba del mismo timador que ya había intentado la suplantación en otros lugares, pero aún así los reporteros insistieron en prolongar las dudas porque le estaban sacando un buen rendimiento en sus páginas.

Hasta que alguien leyó la historia en Avilés y decidió aclararlo todo. Se trataba de Aquilino Garrido Díaz quien había estado en África cuando la hecatombe de Annual y pertenecía como José Ramón Magdalena a la desgraciada quinta del 21. Él lo había conocido y compartido su destino en el mismo regimiento.

Aquilino era un hombre fuerte, de un metro setenta centímetros, aspecto noble y mirada limpia. Hay cosas que es imposible olvidar cuando se han vivido y a preguntas de los periodistas narró lo sucedido en la posición de Gorgues el 31 de agosto de 1924, un año más tarde de la fecha citada por el impostor.

Según su relato, aquel día, bajo el sol abrasador a las once y veinte de la mañana un alférez de protección de línea salió de su tienda con el semblante demacrado por la fiebre y transmitió sus órdenes de marcha a un sargento y dos cabos, quienes se encargaron a su vez de hacerlas llegar a la tropa: una sección de 47 hombres entre los que había cuatro asturianos: José López, de Salas; un muchacho llamado Ricardo, del Naranco en Oviedo; el mismo Aquilino, de Avilés y José Ramón Magdalena, de Mieres.

El destacamento fue aniquilado en una explanada por un ataque inesperado que cayó como un rayo de muerte, aunque la casualidad hizo que solo se salvasen tres de los asturianos, pero entre ellos no estuvo el de Mieres. José López resultó herido en la cara y el pecho y murió a manos del enemigo; Ricardo también recibió un disparo en un pie y aunque pudo llegar tras una odisea desesperada hasta el blocao de Dar-Kay, fue hecho prisionero y también falleció en el cautiverio. Solo sobrevivió Aquilino y al recordarlo sus ojos azules se llenaban de lágrimas.

El de Avilés también fue herido y encarcelado, sin embargo pudo resistir a la prisión y contó a los periodistas como fue su vida en aquel infierno. Un lugar preparado a solo un par de kilómetros del lugar de la matanza hasta donde fueron llegando en los días siguientes soldados del regimiento de San Quintín y del Tercio, pero ninguno más del regimiento de Badajoz por lo que podía asegurar que el mierense José Ramón Magdalena no salió nunca de aquel combate.

Tampoco reconoció al suplantador y casi es mejor que nunca llegara a saber cómo fueron a parar a sus manos la medalla y el escapulario que aportó como prueba de su falsa identidad porque es sabido que para los rebeldes de Abd el-Krim resultaba habitual la profanación de los cadáveres españoles a los que dejaban pudrirse sin sepultura o llegaban a desenterrar si sus compañeros de armas les habían dado tierra para arrancarles sin ningún escrúpulo el oro de sus dentaduras.

La historia del supuesto resucitado llegó en un momento delicado para el Ejército español y por ello no salió de Asturias. El presidente Manuel Azaña había considerado que las fuerzas armadas de la República española debían ser modernas y cercanas al pueblo y las estaba cambiando para disgusto de muchos. Reguló el servicio obligatorio disminuyendo la presencia en el norte de África, cerró la Academia Militar de Zaragoza e hizo que los 168 generales que había en 1930 bajasen a 84 en 1936. No es un secreto que esto le trajo muchos enemigos y fue uno de los motivos que empujaron a la sublevación del 18 de julio y la guerra civil. En aquel contexto no era conveniente resucitar el fantasma de Annual.

Por otra parte la pista del suplantador se perdió para siempre, pero en Mieres, la familia de José Ramón Magdalena pudo encargar por fin una misa por el alma del difunto.

Compartir el artículo

stats