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DE LO NUESTRO | HISTORIAS HETERODOXAS

El fantástico saurio del Fondón

El geólogo Ignacio Patac de la Escuela de Minas de Mieres halló un gran fósil de un animal que debía de medir entre ocho y nueve metros

El fantástico saurio del Fondón

Hoy les voy a contar el hallazgo de un fósil sorprendente y les confieso que lo hago con la duda de no saber lo qué sucedió con estos restos, ni si su autenticidad está aceptada por la comunidad científica internacional, aunque me gustaría que así fuese. Pero es muy difícil rastrear su pista y solo traigo el caso a esta página porque fueron avalados por Ignacio Patac y Pérez-Herce, considerado como uno de nuestros mejores geólogos y experto en el Carbonífero asturiano.

Don Ignacio, gijonés y jovellanista, directivo en diferentes empresas mineras y diputado provincial durante la Dictadura de Primo de Rivera, fue catedrático de Geología y Yacimientos en la Escuela de Facultativos de Minas de Mieres donde impartió varias asignaturas hasta su jubilación en 1944. También fundó en 1915 la Revista Industrial Minera Asturiana y lo conocieron como divulgador científico e inventor, entre otras cosas de un encendedor vertical para lámparas de mina que supuso una novedad para su época. Sus estudios sobre los carbones de la cornisa Cantábrica continúan siendo fundamentales y a él se deben por ejemplo la comprensión de la cuenca hullera submarina de Arnao en Avilés y el impulso de la explotación de La Camocha en Gijón.

Pero lo que ahora nos interesa es conocer que dedicó 50 años de su vida a reunir una magnífica colección de 3.000 fósiles del Carbonífero, que sus descendientes donaron en 2016 a la Escuela de Ingeniería de Minas, Energía y Materiales de Oviedo. Pueden suponer que solamente el trabajo de reconocimiento y clasificación de estos materiales ya convierten a Ignacio Patac en uno de los mayores especialistas en la flora y la fauna de este periodo, pero además tenemos que sumar su larga lista de publicaciones sobre el tema, premiada y reconocida después con galardones de todo tipo que recibió incluso a título póstumo.

Dicho esto, la labor del historiador debe limitarse a contar los hechos a partir de las fuentes, que en este caso son dos de los escritos de nuestro geólogo: "Hallazgo de un reptil carbonífero en Langreo" y "Los grandes reptiles de la mina del Fondón (Sama de Langreo)" firmados en Gijón en diciembre de 1933 con la inclusión de las correspondientes fotografías y dibujos que apoyaban su hipótesis.

Todo tuvo su inicio en agosto de aquel año, cuando se estaban realizando unos trabajos de explanación en la plaza de maniobras de la mina del Fondón, que Duro-Felguera tenía en propiedad en Langreo. El objetivo era colocar un ventilador junto a la bocamina de la capa "hórreo", explotada desde antiguo por La Nalona, pero al profundizar un poco aparecieron varios trozos de pizarra que llamaron la atención del jefe de la explotación y director de aquella operación don Marcelino Rodríguez.

Casi todos los que hemos nacido en la Montaña Central en el siglo XX -y supongo que también algunos de los del XXI- estamos familiarizados con el carbón y hemos visto y coleccionado en la infancia helechos, hierbas, fragmentos de troncos y otros vegetales fosilizados, pero aquel ayudante facultativo se dio cuenta de que tenía ante sus ojos algo mucho más original y tras ordenar a los trabajadores que no siguiesen adelante comunicó el hallazgo al ingeniero director de las minas don Pedro Laine.

A este también le sorprendió lo que veía y ante la posible importancia paleontológica que pudieran tener aquellos fragmentos ordenó extremar los cuidados para rescatar todos los trozos de la misma clase que fuesen apareciendo, lo que permitió reunir un buen número. Posteriormente, en un reconocimiento más detenido se dieron cuenta de que algunos de los pedazos se habían arrancado de su lecho hacía muchos años y servían de relleno en el techo de la galería que perforaba la capa "hórreo" y que otros acababan de ser destrozados por la dinamita al inicio de los trabajos que estaban desarrollándose.

De cualquier forma, y a pesar del deterioro producido por la deleznable naturaleza de la roca que los sustentaba, los fósiles fueron recogidos con todo el cuidado posible y se depositaron en la lampistería para que un experto viniese a reconocerlos.

Ya supondrán que se llamó a don Ignacio Patac y que este se apresuró a personarse en Langreo. Tras una primera observación tuvo la corazonada de que aquello podía tener una forma determinada y se propuso recolocar los fragmentos como si fuesen las piezas de un fantástico puzle, agrupándolas por el tamaño de sus formas mientras buscaba su posible encaje, en una ardua labor que aún no había finalizado cuatro meses más tarde. Pero aún así decidió hacer públicas sus conclusiones: se trataba de un gran reptil acorazado aparecido en los estratos de edad Moscoviense a unos dos metros del techo de la capa "hórreo" correspondiente al paquete llamado "María Luisa".

Como mis conocimientos de esta materia son casi nulos, he tenido que buscar la antigüedad de este periodo y me encuentro con que en la escala temporal geológica el Moscoviense es un piso del Pensilvánico, un subsistema del Carbonífero datado entre los 315 y los 307 millones de años. Muy anterior por tanto a la aparición de los dinosaurios, por lo que el descubrimiento suponía una verdadera revolución.

Patac también era consciente de esta realidad e incluyó en su trabajo la aclaración de que hasta aquel momento los reptiles fósiles más antiguos databan del Paleozoico y que en el carbonífero, tanto europeo como americano, nunca se había encontrado otra cosa más que supuestas huellas y en cualquier caso muchas veces acompañadas de huellas de olas de mar denominadas "ripplemarks".

Sin embargo, él afirmaba que los restos fósiles del Fondón pertenecían sin duda a un reptil de la época hullera, desconocido hasta entonces, que lo convertían en un ejemplar de un interés extraordinario para la ciencia paleontológica.

Entre los trozos recuperados había cuatro de gran tamaño que se ajustaban bastante bien por sus bordes fracturados y otros catorce de forma troncocónica de diferentes tamaños que describió con detalle para concluir que formaban respectivamente el cuerpo y la larga y robusta del animal. Junto a estos -siempre según su interpretación-, se hallaron unas curiosas placas sueltas triangulares y dentiformes que podían pertenecer a crestas marginales o dorsales y otros fragmentos correspondientes a trozos de huesos de las patas anteriores y posteriores e incluso impresiones de dedos o pezuñas "muy parecidas a las de Chirotherium".

Resumiendo: a pesar de no se había encontrado su cabeza, estaba claro que se trataba de una animal con forma de lagarto aplastado que debía de medir entre ocho y nueve metros con una anchura máxima en la región lumbar también cercana al metro. Presentaba en su dorso dos fosetas elípticas en las regiones dorsal y lumbar y estaba recubierto desde la cerviz hasta el extremo de la cola de gruesas placas óseas rectangulares y oblongas dispuestas en dos filas, con las patas inferiores más cortas y débiles y las posteriores muy robustas, provistas de dedos sin garras.

A requerimiento del Ateneo de Sama de Langreo, el 7 de enero de 1934 don Ignacio Patac presentó su descubrimiento al público en el teatro Llaneza de esta villa denominando a su reptil "Aetosaurius Giganteus", y el día 26 hizo lo propio ante la comunidad científica asturiana en el Paraninfo de la Universidad ovetense. Sin embargo, en el nº 1 del "Boletín de la Sociedad Española de Historia Natural" publicado tres meses después se plantearon las primeras dudas cuando Joaquín Gómez de Llarena firmó un artículo en el que consideraba a los fósiles del Fondón simplemente como "Ripplemarks carboníferos", es decir huellas de flujo y reflujo del mar.

Patac respondió criticando a Llarena porque este solo había hecho dos visitas al yacimiento e incluía en su escrito algunos errores sobre la localización exacta de los fósiles y tiró por elevación porque además de reafirmarse en su descubrimiento manifestó que cuando se reanudaron los trabajos para colocar aquel ventilador en El Fondón siguieron apareciendo fósiles de lo que él consideraba como un enorme yacimiento de vertebrados.

Tras sacar a la luz 45 metros cuadrados informó de otro fantástico descubrimiento que podía aclarar el enigmático origen de las tortugas marinas y lo bautizó como "Dermochelys Primordialis". Pero aquel yacimiento no dejaba de proporcionar fósiles, tantos que ya resultaba muy difícil interpretarlos como restos animales, así que el prestigioso geólogo optó por plegar velas y el entusiasmo inicial por incluir sus hallazgos en el catálogo de la paleontología se fue diluyendo.

Seguramente habrá más referencias a los extraordinarios fósiles del Fondón aparte de las que hizo el mismo Ignacio Patac, pero yo no las he encontrado.

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