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DE LO NUESTRO | HISTORIAS HETERODOXAS

Tal como éramos en 1885

Las diferencias entre la forma de vida actual y la de hace más de un siglo, recogida en el "Diccionario Riera", una enciclopedia de la época

Tal como éramos en 1885

El "Diccionario geográfico, estadístico, histórico, biográfico, postal, municipal, militar, marítimo y eclesiástico de España y sus posesiones de Ultramar", dirigido por Pablo Riera y Sans, se publicó entre 1881 y 1887 en once tomos, más otro de añadidos y cumplió perfectamente con lo prometido en su larguísimo título. Antes que él hubo otros, sobre todo el muy conocido de Pascual Madoz, criticado por Riera, quien dijo que aunque se había hecho con una protección extraordinaria del Gobierno y algunos particulares que le proporcionaron todos los recursos necesarios, treinta años después ya era completamente inútil porque los acontecimientos políticos habían cambiado las instituciones, las industrias y hasta el mapa del país.

A nosotros nos parece que en la opinión de Riera hubo algo de envidia o tal vez de inquina, ya que Madoz había sido el artífice de la desamortización liberal y él era católico practicante, pero la realidad es que la obra que dirigió don Pascual sigue vendiéndose y consultándose actualmente mucho más que la de don Pablo, como una fuente fundamental para conocer como era nuestra sociedad en el siglo XIX. Aunque en esto también debió de influir el error de Riera, quien se equivocó al hacer su diccionario como una obra de consulta general siguiendo el orden alfabético para todo el país, mientras Madoz prefirió la agrupación por provincias, lo que resulta más cómodo de consultar.

En fin, como del Diccionario de Madoz ya se escrito mucho, hoy quiero centrarme solo en el de Riera para extractarles algunas curiosidades que recogieron sus colaboradores en la Montaña Central asturiana, porque sirven para que nos hagamos una idea de los cambios que estaba produciendo la industrialización en la forma de vida de nuestros antepasados.

Como ya escribió don Armado Palacio Valdés en "La aldea perdida", hasta entonces nuestras cuencas eran una especie de Arcadia donde las familias apenas viajaban y disfrutaban de la tranquilidad rural, manteniéndose de lo que obtenían de su propio esfuerzo. Ya saben: conejos, gallinas, ovejas, cabras, cerdos, vacas, mulas y caballos entre otros animales de cría doméstica, junto a cereales, legumbres, lino, cáñamo, castañas, nueces, avellanas, frutales, y por supuesto manzana con la que elaboraban buena sidra; gozando al mismo tiempo de caza de pelo y pluma, pesca abundante y un clima generalmente sano, a pesar de la constante humedad que todos conocemos de sobra.

En cuanto a la demografía, el diccionario Riera tomó los datos del nomenclátor de 1873 y del censo de 1877, que presentan muy pocas variaciones. De ellos resulta que el ayuntamiento más poblado entonces era Langreo con 12.832 habitantes y 1.575 edificios, 17 habitados temporalmente y 41 inhabitados. Le seguía Mieres con 12.636 habitantes y 2.656 edificios, de los que 22 se usaban temporalmente y 430 estaban inhabitados. Después Pola de Lena con 11.657 habitantes y 2.773 edificios, de ellos 55 habitados temporalmente y 745 inhabitados; Aller con 9.646 habitantes y 4.189 edificios entre habitados e inhabitados; Laviana con 8.315 habitantes y 1.547 edificios; Caso 5.624 habitantes y 1.383 edificios; San Martín del Rey Aurelio con 5.512 habitantes y 986 edificios; y por último Sobrescobio con 1.589 habitantes y 1.025 edificios, de ellos 16 habitados temporalmente y 596 inhabitados.

Nos llama la atención la elevada media que obtenemos al hacer la división entre habitantes y edificios y también algunas características particulares, como la mucha población que alcanzaba entonces Caso o el gran número de viviendas que ya no estaban en uso en Sobrescobio. Y en cuanto a las viviendas debemos anotar que se contaban no solo las casas sino también todos aquellos lugares que las gentes transformaban en sus hogares. Así, en el partido judicial de Lena que incluía a los ayuntamientos de Lena, Mieres, Quirós y Riosa, con un total de 31.608 habitantes, existían 5.081 casas de un piso, 713 de dos, 96 de tres, solamente 2 de más tres y otros 1.637 albergues repartidos entre barracas, chozas y -sorpréndase- cuevas.

Por seguir con este partido judicial como ejemplo, del total de sus habitantes únicamente sabían leer y escribir 8.078, mientras que 3.425 solo leían y 20.105 eran totalmente analfabetos; aunque las diferencias eran muy grandes entre las villas y aldeas, ya que todas las capitales de concejo y algunos pueblos grandes contaban con escuelas de niños y niñas pagadas por los ayuntamientos. En este aspecto los lugares privilegiados eran Mieres y Langreo.

En el primer caso se sostenían con fondos del municipio 18 escuelas para los dos sexos, más otras dos costeadas por particulares más la Escuela estatal en donde se hacían los estudios necesarios para obtener el título de capataz de minas, hornos y máquinas. Por su parte, en Langreo estaban abiertas doce escuelas de niños y seis de niñas, más otras dos, una para cada sexo, sostenidas por la empresa Duro y compañía, que también sumaba su propio hospital a los montepíos de las diferentes sociedades mineras.

Aunque ya hemos dicho que casi todos los vecinos se dedicaban a la agricultura y la ganadería, en Mieres y Langreo, muchas familias ya vivían del salario que obtenían en los hornos y la minería, manteniendo a la vez sus pequeñas huertas.

En Mieres se señala la existencia de una fábrica para la obtención de hierro laminado -la de los Guilhou- , con los correspondientes talleres para la construcción de puentes y toda clase de hierros fundidos. También minas de carbón y cinabrio y dos fábricas para la calcinación de este, con un considerable número de empleados, y además fábricas de curtidos, de tejas y ladrillos. Mientras Langreo está considerado como un centro industrial de gran importancia con minas de hulla, fábricas de fundición de hierro, de cock, de ladrillos y de camas de hierro.

En Lena se consignan fundiciones de hierro y abundantes minas de carbón de piedra, azogue, hierro y otras materias, de las que unas estaban en explotación y otras abandonadas, y en Aller se sumaban yacimientos de otros minerales como plata, cobre, plomo y antimonio. En muchos lugares había fábricas de tejas y ladrillos, de harinas, de manteca de vaca y de jabón, junto a un buen número de telares de lienzos ordinarios. Y con ellos por todas partes molinos harineros que aprovechaban la corriente de los ríos más importantes.

Entre las profesiones se citan médicos, cirujanos, farmacéuticos, veterinarios, ingenieros y técnicos de minas, abogados, notarios y tratantes en granos, caldos y harinas, agentes de transportes y todos los oficios mecánicos que atendían a las necesidades del vecindario.

En las zonas urbanas también estaban abiertos muchos negocios dedicados a la alimentación: panaderos, pastelerías, salchicherías y almacenistas de frutos coloniales, y bastantes establecimientos en los que se podían encontrar los más diversos artículos, mientras que el ocio se atendía bien en los lagares, tabernas, restaurantes y cafés, algunos con juego de billar, y eran importantes las casas de huéspedes para atender a los viajantes de comercio y a los industriales que se acercaban para negociar con las fábricas. El informante de Mieres reseñaba la existencia de dos buenos casinos y el de Langreo precisaba que allí los hospedajes variaban entre las dos y tres pesetas diarias.

Existían prácticamente los mismos mercados semanales de la actualidad y en varios pueblos el vecindario se encontraba perfectamente surtido de aguas para el consumo doméstico mientras que en todos abundaban las fuentes, que en algunos casos tenían fama por sus beneficios medicinales. Salvo en los lugares principales, las calles empedradas eran pocas, de modo que lo reseñado para San Martín del Rey Aurelio puede considerarse una norma casi general: "Las calles son estrechas, tortuosas y mal empedradas, las plazas irregulares y en las mismas condiciones y unas y otras no tan limpias como fuera de desear".

También eran una constante en todas las comarcas las malas comunicaciones y la regular conservación de los caminos, otra vez con la excepción de las dos capitales fabriles: Langreo estaba bien enlazada con Gijón por vía férrea y con carreteras provinciales que llevaban por un lado esta ciudad y por el otro a Campo Caso y por Mieres cruzaba la carretera de primer orden Adanero a Gijón y estaba abriéndose otra de tercera hacia Riosa, mientras que a partir de 1884 el ferrocarril pudo pasar por fin el puerto de Pajares para llegar hasta León y enlazar con las líneas nacionales.

Después de consultar el "Diccionario Riera", uno tiene la impresión de que tras haber pasado por el sueño de la industrialización la Montaña Central está realizando ya el viaje de retorno a los orígenes y, aunque las cosas ya no vayan a ser exactamente como antes, porque el progreso ha mejorado la vida de todos, en muchos aspectos nuestros pueblos cada vez están más cerca de 1885 que de 1985.

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