Hacía más de un siglo que la calma no reinaba en el valle de Cuna y Cenera un 27 de septiembre. Y es que los romeros no subieron ayer con los corderos al hombro al encuentro de San Cosme y San Damián. Los santos sanadores, patronos de farmacéuticos y médicos, optaron por recluirse pensando precisamente en la salud de sus miles de fieles. La popular romería de los Mártires mutó del tumulto a la quietud. El ejercicio de constricción fue asumido con disciplinada para evitar que el covid-19 pudiera convertir la fiesta en una penitencia.

Florina García lleva 30 años al frente de la célebre romería mierense. Su madre, de seguir con vida, ya hubiera superado ampliamente la condición de centenaria: "Me contaba que de niña ya tenía recuerdos de la celebración". Siro Gutiérrez es el otro gran valedor de los Mártires: "Hasta los años que diluvió tuvimos cantidad de gente. Es incalculable el número de personas que acuden cada año a la cita, ya que los visitantes se propagan por todo el valle. Esta claro que hablamos de miles y miles"

Calcular la asistencia a los Mártires fue ayer por primera vez una tarea factible, incluso resultó un reto sencillo. A la una de la tarde había en el entorno del santuario un total de ocho personas. Junto a Siro Gutiérrez y su nieto, en las inmediaciones recobraba el aliento un ciclista y, justo frente al templo, se sacaba fotos una familia con otros dos niños pequeños.

A esa hora, normalmente, miles de personas deberían estar comiendo o preparando el almuerzo campestre en los praos que envuelven este encantador paraje. Blanca González tuvo ayer que comer su bocadillo de tortilla en solitario. Lo hizo sentaba en un banco, sin familia ni amigos alrededor, rodeada de un silencio que más que ofrecer calma impregnó el ambiente de una triste nostalgia. Esta turonesa asentada en Gijón cumplió con una tradición que arrastra desde niña. "Me daba mucha pena no venir, ya que acudo todos los años". Ayer no faltó. "Cogí el tren por la mañana y, tras una hora larga de viaje, llegué a Santullano, desde donde subí andando". Con todo, el esfuerzo le valió la pena. "Esperaba que, al menos, el santuario estuviera abierto, aunque no dejaran pasar. Es todo un poco pesaroso, pero estaba decidida a venir y me alegro de haberlo hecho".

Las pena también asomaba al mediodía en el rostro de Florina García: "Es mucha la tristeza que sentimos. Lo sentimos por todos, por la gente, por los grupos de música, por los de los toldos, por los de la bebida, por los hosteleros...". Siro Gutiérrez subraya que hasta que pasa un contratiempo del calibre de la actual crisis sanitaria es difícil valorar la magnitud de lo que nos parece cotidiano: "Nunca me había parado a pensar la cantidad de gente que vive de las fiestas y de la riqueza que genera en el entorno una romería de la magnitud de la nuestra".

La presencia de la Guardia Civil y la Policía Local fue ayer constante en el valle de Cuna y Cenera. "La verdad es que el día nos acompañó a la hora de evitar que subiera mucha gente por su cuenta". Siro Gutiérrez y Florina García tenían constancia del interés de varios grupos en subir a comer a Insierto aún con la romería suspendida. Ahora bien, lo que más preocupaba era la posible organización de botellones con gente joven. Si bien durante los horas centrales del día la meteorología fue benigna, el día amaneció envuelto en lluvia y niebla. "Mejor así", reconocía a última hora de la mañana la organización.

El bullicio de los Mártires dio paso ayer a una jornada que tardará en olvidarse en Insierto: "Nunca jamás hubiera pensado que vería esto, con todo vacío el día de la romería", apunta Maribel Fernández, vecina de Insierto. Al menos, los santos sanadores de Mieres evitaron ayer que alguien pudiera enfermar. Durante más de un siglo han sabido divertirse, pero la vocación es la vocación.