Pocos saben que a Eric Pola le encanta jugar a cocinitas. Que rompe un huevo "Kinder" en una sartén de plástico. Que da abrazos apretados a mamá y a papá. Que a veces se enfada con su hermana, pero luego la sofoca a besos.

Pobres de los que solo ven en Eric a un niño de cinco años que apenas puede hablar. Su madre, Jéssica Fernández Silva, pelea porque el pequeño tenga un futuro mejor. Por eso quiere hacer público su caso: "Por él y por todos los que pasan por lo que él está pasando". Denuncia que el niño aún no tiene un diagnóstico: "Al principio nos dijeron que tenía autismo en grado uno, ahora que solo es un trastorno del habla. Estamos desesperados". Y que todo son trabas para su tratamiento. Sirva como ejemplo que, para acudir al logopeda, tiene que hacer un viaje en dos autobuses hasta el centro de salud del Naranco. Una hora y media de ida, lo mismo de vuelta, para treinta minutos de terapia: "Es una vergüenza que no tengamos este servicio en las Cuencas". Se estima que, solo en Mieres, hay noventa personas diagnosticadas de TEA (Trastorno del Espectro Autista).

Jéssica Fernández y su marido tenían ya una niña de seis años cuando nació Eric. "Siempre tuvo problemas de salud, al principio nos derivaron al médico de digestivo". Luego al otorrinolaringólogo, luego a neuropediatría: "Fue aquí donde nos dijeron que tenía TEA en grado 1". Otra vuelta más: a atención temprana. "Finalmente nos dijeron que era solo el habla, pero sin entrar en detalles, y que se le pasaría".

Eric empezó al colegio. "Cuando se escolarizan ya no tienen el servicio de atención temprana, eso no lo sabíamos". El niño no mejoró. Actualmente, con cinco años, "solo dice sílabas". Algunas palabras las confunde. "Nos derivaron a logopedia, pero es todo un trajín porque no hay apenas profesionales de esta especialidad en la sanidad asturiana". Solo en Oviedo (El Naranco), Gijón y Avilés (a través de una empresa externa que contrata el SESPA).

Fernández dejó de trabajar fuera de casa para dedicarse en exclusiva al pequeño. Cada martes y cada jueves, desde septiembre, hacen el viaje de tres horas para ir a la logopeda. "Le saco antes de clase, vamos en bus hasta Oviedo. Y en Oviedo cogemos otro TUA para llegar al Naranco", explica ella. Salen de Mieres a las tres de la tarde y es casi un milagro si llegan antes de las siete. "No es que me fastidie por mí, es mi deber como madre. Pero sí que me molesta por Eric y por todos los niños que están en su situación". A Eric no le gusta ver alterada su rutina, por eso hay que explicarle cada noche lo que ocurrirá al día siguiente: "Para él es duro que yo lo saque de clase. Si me olvido de decírselo, se enfada y no quiere marchar", señala la mamá de Eric.

Consultaron por una terapia privada, pero resultó inasumible: a una media de 50 euros la sesión, unos 400 al mes. "En mi casa solo tenemos el sueldo de mi marido. Yo he rechazado trabajos de tarde porque ya no tengo tiempo. Los niños merecen una sanidad que les ayude a tener el mejor presente y futuro posible, y creo que ahora no la tienen".

Una traba más en un camino que a Eric se le está haciendo difícil. "Creo que a veces se frustra porque quiere explicar algo y no lo entiendo", señala su madre, con los ojos húmedos. Ella, diagnosticada de hipotiroidismo, llevaba años sin tener síntomas. En los últimos meses, se le ha vuelto a caer el pelo y siente "mucha ansiedad". Porque después de tantas idas y venidas, después de estos cinco años de médicos, siguen sin un diagnóstico claro: "Lo único que me ha dicho la logopeda es que nunca ha visto otro caso igual".

Es la hora de volver a casa y Eric le tira de la manga. Se despide con una mano y mira, embelesado, a mamá. "Es un niño muy cariñoso, es un amor. Yo solo quiero lo mejor para él, lo que queremos todas las madres. ¿Tanto es lo que pido?". No, no lo es.