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De lo nuestro | Historias heterodoxas

Las contradicciones del general Latorre

El particular sentido de la justicia del militar, de ideas carlistas, mientras dirigió la represión contra los republicanos asturianos en la Guerra Civil

Las contradicciones del general Latorre

En las últimas semanas de la guerra civil, la segunda y la tercera brigadas navarras, mandadas por el general Muñoz Grandes, tomaron el puerto de Tarna abriendo el camino al Ejército franquista para la derrota final de las tropas republicanas en el oriente de Asturias. Al frente de la tercera brigada -que no participó en la represión porque fue trasladada muy pronto- iba el entonces coronel Rafael Latorre Roca, quien fue nombrado Gobernador Militar de esta región el 16 de noviembre de 1937.

Latorre reemplazó al coronel Pablo Martín Alonso, quien a su vez había ostentado ese cargo desde que había llegado por occidente al mando de las columnas gallegas para romper el cerco de Oviedo y se mantuvo en el puesto hasta diciembre de 1938. En ese tiempo mantuvo la costumbre de dejar por escrito sus experiencias, reseñando en cada caso sus opiniones sobre el comportamiento de quienes le rodearon.

Se trataba de un militar católico practicante, dicen que lector habitual de Jaime Balmes, y partidario de la doctrina social de la Iglesia, lo que lo aproximó en su juventud al tradicionalismo. Precisamente sus discrepancias con la política republicana hacia la Iglesia le habían hecho frenar su carrera para acogerse a la Ley Azaña que permitía adelantar el retiro, pero tras el 18 de julio pidió el reingresó voluntario en las tropas sublevadas en Navarra –por supuesto carlistas– y tras combatir en el País Vasco y encargarse de los presos que llegaban hasta el penal de Santoña asumió en Asturias la responsabilidad de perseguir a aquellos que se negaron a rendirse y siguieron luchando en los montes.

Cuando salió de aquí, fue gobernador militar de Teruel desde febrero a septiembre de 1939 y jefe de Artillería en Cataluña entre otros destinos que le facilitaron el ascenso a general y finalmente fue nombrado delegado del gobierno en la Confederación Hidrográfica del Duero.

Rafael Latorre Roca escribió a lo largo de su vida artículos para “El Pensamiento Navarro”, “La Nueva España”, “La Vanguardia” o “La Nueva Rioja”, entre otros periódicos, y luego los fue publicando en una serie de libros titulados “Problemas de España”. Cuando falleció, en Logroño el 5 de noviembre de 1968, dejó en su testamento como albaceas a los párrocos de San Antolín de Ibias y del pueblo leonés de Villameca y al ciudadano ovetense José Fernández Álvarez.

Hace pocos años, el profesor de la Universidad Pompeu Fabra y la Universitat Oberta de Barcelona Jaume Claret Miranda, destacado discípulo de Josep Fontana, quien dirigió su tesis sobre la represión franquista en la Universidad española, se dirigió a la familia de José Fernández Álvarez y obtuvo su autorización para acceder a la colección de manuscritos de Latorre que se guardan en su casa de Oviedo. Con ellos pudo editar las memorias del general bajo el título “Ganar la guerra, perder la paz”, un libro sorprendente e imprescindible para conocer los entresijos de lo que sucedió en Asturias tras la caída del Frente Norte.

En estos escritos encontramos la contradicción de un hombre fiel a Francisco Franco, que mientras se responsabilizaba de los primeros fusilamientos con sentencia de juicio-farsa que se iniciaron en Gijón y Oviedo respectivamente los días 8 y 22 de noviembre de 1937, no tuvo inconveniente en criticar con dureza los “paseos” y las barbaridades que decidieron por su cuenta los falangistas y aplicó la mano dura con sus subordinados cuando estos se excedieron con los vencidos. Es algo que nos resulta muy difícil de comprender en nuestros días y seguramente solo puede explicarse por un sentido de la disciplina militar que este personaje seguía por encima de cualquier otra consideración.

Al margen de las conclusiones que cada cual pueda sacar sobre este comportamiento, lo que ahora nos interesa es conocer algunos casos concretos relacionados con la Montaña Central que él recogió en sus cuadernos.

Rafael Latorre cuenta como una tarde, cuando se encontraba en el concejo de Aller, recibió la noticia de que en un bosque de Mieres se había encontrado el cadáver de una mujer que había desaparecido de Ujo el día anterior. Pronto supuso que se trataba de una ejecución al margen de cualquier orden y se dirigió inmediatamente hasta el cuartel de la Guardia Civil de aquella localidad donde interrogó a su oficial sobre su posible conocimiento de los hechos, sin encontrar ninguna respuesta. Inmediatamente formó a toda la fuerza y les hizo la misma pregunta con el mismo resultado negativo, por lo que les mandó salir a la calle para aclarar los rumores que corrían sobre el caso.

No tardó en presentarse el oficial con la noticia de que en efecto una mujer de Ujo, maestra y comunista, había desaparecido sin dejar rastro, por lo el coronel hizo que condujesen a su familia hasta el cuartel. Según su relato, entre lágrimas y lamentos de un dramatismo aterrador, la madre y la hermana de la muerta le dieron a entender que los guardias tenían algo que ver en el suceso, por lo que el gobernador militar instó a su jefe para que antes de las ocho de la mañana del día siguiente le presentase a los culpables, con la amenaza de inculpar a todo el cuartel de no ser así.

El oficial le explicó entonces que “dicha víctima era una de las comunistas más activas de Ujo y que durante la dominación enemiga en dicho pueblo había hecho muchas delaciones y maltratado a las personas que no eran de su ideología”. Y en este punto Latorre deja claro cuál fue la línea que explica su comportamiento mientras estuvo al frente del Gobierno militar de Asturias: “…respondí que de ello debió dar, a su tiempo, cuenta oficial para proceder en consecuencia por la vía judicial ya que, en ningún momento, nadie debe tomarse la justicia por su mano, porque no hay mayor enseñanza ni autoridad que las fundamentadas en el ejemplo vivo y constante de los superiores y en este caso se vislumbraba abuso de fuerza”.

Nos preguntamos si hay alguna posibilidad de que Rafael Latorre desconociese cómo se aplicaba en aquel momento la justicia militar o si daba por buenas aquellas parodias judiciales que llevaban hasta el paredón a los detenidos sin que hubiesen tenido posibilidad de defenderse. Lo cierto es que según su relato se dirigió entonces hasta Mieres para ver al responsable de Orden Público de la zona, un comandante de Asalto, al que le dio el mismo plazo que al jefe de Ujo, de manera que a las ocho de la mañana ya tenía en su poder el informe sobre el suceso y los nombres de los dos guardias civiles culpables del asesinato, que fueron juzgados y condenados a reclusión perpetua en el penal del Puerto de Santa María.

Intervino en casos de corrupción que trajo implícitos el franquismo, como la detención en Lena de unos chantajistas que exigían dinero a personas de pasado republicano

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Un segundo caso ocurrió en Figaredo. Aquí los ejecutores cubrieron un cadáver con cantos rodados a la orilla del río Caudal, pero por estar mal tapado o porque las piedras se movieron, un pie quedó a la vista y unos transeúntes dieron aviso a la policía. Se siguió entonces el mismo procedimiento de Ujo hasta encontrar a los culpables que resultaron ser dos falangistas disfrazados de guardias civiles que habían sacado de su casa a un desgraciado para “pasearlo”. También fueron juzgados y condenados.

Según Latorre Roca, en su mandato no tuvo noticia de más sucesos de esta gravedad, lo que vuelve a plantearnos la duda de si verdaderamente no se enteraba de que esta era la realidad de cada día en la Asturias de los vencidos o simplemente trató de justificarse así en sus escritos.

Sin embargo sí es cierto que intervino frenando los casos de corrupción que trajo implícito el franquismo: detuvo en Pola de Lena y otras localidades a chantajistas que exigían dinero con coacciones a personas con pasado republicano a cambio de no denunciarlas; persiguió la malversación de fondos que practicaban algunos delegados de Auxilio Social y paralizó la expedición de certificados falsos con conductas favorables por los que los falangistas cobraban elevadas sumas.

Incluso, ya en los años 40, denunció el escándalo del obispo de Oviedo Benjamín Arriba Castro, un desalmado que llegaría a cardenal, quien se paseaba por la ciudad en un magnífico auto y se quedó con el dinero destinado para la construcción de diez mil viviendas para obreros –nada menos- mientras él vivía como un auténtico rajá con cinco monjas encargadas de su cuidado.

Lo cierto es que en las memorias del general Latorre Roca nos encontramos con una visión original que hasta ahora no conocíamos sobre este desgraciado periodo de nuestra historia, mostrándonos que aunque nos hiciesen creer que todo estaba “atado y bien atado”, alguna hebra se había quedado fuera del nudo.

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