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Juan Fernández | Ingeniero de Minas langreano jubilado, trabajó en Cuba y el Sáhara

“Trabajé de ingeniero en el Sáhara tras la ‘Marcha verde’; fue divertido pese al riesgo”

“Fue una aventura; me tocó reparar una cinta transportadora de fosfatos de cien kilómetros que era objetivo de los guerrilleros del Frente Polisario”

El ingeniero Juan Fernández, en el puerto de Las Palmas.

La “Marcha verde”, que supuso la invasión del Sáhara español por Marruecos, cumple ahora 45 años. Fue un momento histórico que vivió de cerca el ingeniero de Minas Juan Fernández (Langreo, 1947) cuando trabajaba para el Instituto Nacional de Industria (INI) en el Sáhara Occidental. Establecido desde aquella época en Las Palmas de Gran Canaria, el langreano pasó a formar su propia empresa de ingeniería, desarrollando un buen número de obras tanto en las islas como en la península. También tuvo una aventura empresarial en Cuba, donde llegó incluso a trabajar en la exportación de ron. Jubilado desde el año 2012, todavía sigue ayudando a sus hijos en labores de asesoramiento para su empresa y tampoco olvida la “tierrina”, a la que suele acudir varias veces al año. Fernández nació en una casa en la calle Dorado de Sama, localidad de la que guarda gran un gran recuerdo, sobre todo en su niñez: “el río Nalón bajaba negro, de eso me acuerdo perfectamente”.

–¿Cómo acabó trabajando en el Sáhara?

–Estaba trabajando en talleres y el INI me ofreció en febrero de 1976 ir a Fosfatos de Bucraa, en el Sáhara, que explotaba los yacimientos de fosfatos. Como aventura fue estupenda, teníamos una cinta transportadora de 100 kilómetros de largo que transportaba el fosfato hasta la costa y estaba inutilizada, había que repararla y me tocó la rifa a mí. La verdad que era un trabajo muy divertido, con sus riesgos, ya que la cinta era el objetivo preferente de los guerrilleros del Frente Polisario. En 1980, Marruecos no acababa de controlar al Polisario, así que el INI se marchó de allí y yo me quedé en Canarias por mi propia cuenta. De todos modos, ya vivía allí, iba el lunes al Sáhara y volvía el viernes.

–Llegó apenas tres meses después de la invasión del Sáhara español, cuando el conflicto estaba todavía candente, ¿cómo lo recuerda?

–Cuando llegué, eran todo soldados marroquíes porque ya se estaba haciendo el cambio. Fue interesante porque todos los soldados hablaban español. El rey de Marruecos, Hasan II, quería tener buena relación con España y muchos habían estudiado en la academia militar de Zaragoza, así que no tuve problemas con ellos.

–Y comenzó su vida en Canarias.

–Al principio fui gerente de una empresa informática y me metí en el tema de la ingeniería de corrosión con una multinacional hasta que en 1992 que monté mi propia empresa de ingeniería de corrosión. Después, en el año 2000 monté una empresa para hacer túneles. También inicié una delegación de Duro Felguera cuando estaba Juan Carlos Torre.

"Ahora ya hay bastantes más ingenieros que entonces"

Juan Fernández - Ingeniero de Minas

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–¿Había muchos ingenieros de Minas allí?

–Pues entonces había muy pocos ingenieros, sobre todo de minas como yo. Había gente que había trabajado en el INI, teníamos un grupo. Ahora ya hay bastantes más ingenieros que entonces. Dentro de la versatilidad de la carrera, no tenían muy claro el concepto de ingeniero de Minas, me preguntaban que en qué mina trabajaba en Canarias.

–¿Ha realizado muchas obras en todo este tiempo?

–Pues sí, la verdad. Tenía una empresa que subcontrataba para las compañías grandes como ACS o Dragados. Hice bastantes túneles y galerías. Y también hacía la dirección facultativa. Entre las obras, por citar algunas, cuatro de los ocho túneles de la autopista de Las Palmas a Mogán, el túnel de la carretera del Norte o el de Valverde, en la isla de Hierro. Pero también hemos trabajado en la península, por ejemplo el túnel de Roda de Bará o el de Viella, en Cataluña. También en Barbate. Pero llegó la crisis y pararon las obras. Dejé la empresa en 2011 y en 2012 fue la catástrofe económica y se paró todo.

–También trabajó en Cuba.

–Con el tema de ingeniería de corrosión tuve una oficina durante catorce años en La Habana. En 1983 venían barcos cubanos a repararse en los astilleros de Las Palmas y como llevaba el tema de corrosión, querían una empresa capitalista para que les viera el barco. Con eso me hice amigo del capitán, me dijo que fuera a Cuba. Yo lo único que sabía entonces de allí es que había puros y mandaba Fidel Castro. Iba por allí cada mes o mes y medio, y estuve hasta que cayó el telón de acero. Se quedaron sin dinero y no tenían inversiones, así que me volví en 1996.

–¿Solo se dedicó a la ingeniería en Cuba?

–También trabajé con ron Arecha en exportación, con un socio cubano. Eso duró un año y medio porque Fidel le dio a otro la exclusiva de exportación.

–¿Cómo era la Cuba de entonces?

–En aquella época los cubanos tenían todas las restricciones del mundo. Pero para los extranjeros era como un paraíso. Era la misma Cuba de siempre respecto al carácter de la gente, pero ellos lo pasaron muy mal. También estaba empezando el turismo, el “boom” fue a principios de los 90, pero nada que ver con la Cuba de hoy, aunque yo no he vuelto desde que me marché en 1996.

–¿Viene mucho por Asturias?

–La última vez que estuve fue en agosto y no me pilló el cierre de milagro. Estoy esperando a ver si nos desconfinan, sobre todo ahora que tenemos vuelos directos porque suelo venir a Asturias cada dos meses. Vengo a ver a la familia. Tengo primos aquí y también voy a ver a mi hermano que está en Santander.

–¿Nunca ha pensado en volver de forma permanente?

–Cuando llegué a Canarias era porque me quería marchar a América. Trabajar en Las Palmas en el INI era formarte en minería de forma fuerte, pero me enamoré un poco de Canarias. Se vive muy bien, es un paraíso y ya me quité la espinita sobre lo de América con mi aventura en Cuba.

–¿Tiene relación con otros asturianos en Canarias?

–Claro que nos juntamos los asturianos, somos un grupo variopinto de amigos con dos jueces, dos notarios, un empresario del puerto y un capitán de la Armada, entre otros. Nos juntamos para comer, no faltan ni los callos ni la fabada. Solemos hacerlo una vez al mes.

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