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La familia de un fallecido de covid denuncia el robo de sus enseres en el Álvarez-Buylla

El lenense Indalecio Mazón ingresó diagnosticado de infección de orina y murió siete días más tarde: “No sabemos si alguien le agarró la mano”

La familia de un fallecido de covid denuncia el robo de sus enseres en el Álvarez-Buylla

Papá, no te preocupes. Nos vemos en un rato.

Verónica Mazón no imaginaba que estas serían las últimas palabras que le diría en persona a su padre. El lenense Indalecio Mazón de la Fuente, de 84 años, falleció siete días después de esa despedida (el día 13 de noviembre de 2020). El coronavirus le quitó todo. La vida, que peleó como solo la pelean los valientes. Una mano querida para agarrarse cuando se acabó el aire. La despedida de su familia en su funeral –todos estaban contagiados–.

Para más disgusto de sus allegados, ahora, no aparecen los enseres que le acompañaron durante la semana que permaneció ingresado en el hospital Álvarez-Buylla: “Mi padre es irremplazable, pero queremos recuperar los últimos objetos que sostuvo. No pueden robarnos esto”, clama, rota, su hija.

“Es la experiencia más amarga que me ha tocado vivir hasta ahora”, afirma Verónica, casi sin voz de tantas lágrimas. Dice que tiene demasiadas preguntas sin respuesta, a cambio de unas certezas que junta como el puzzle más triste de su vida. Su padre ingresó en el hospital de Mieres el 6 de noviembre, a las siete y media de la tarde. “Nos dijeron que tenía infección de orina. Unas horas después, que había sufrido un ictus”, explica. A medianoche se acercó a preguntar por su padre y un médico que pasaba, al escuchar el nombre de Indalecio, se volvió hacia ella: “Su padre es positivo en covid”, le dijo.

Fue como si el mundo se parara. “Era ya medianoche, así que supe que no podría cumplir mi promesa de que nos veríamos en un rato…”, apunta. Al día siguiente de su ingreso, les llamaron del hospital para informarles de que el hombre sufría una neumonía bilateral e insuficiencia cardíaca. “En otras palabras, su estado era grave. Pero nos permitieron que un familiar le llevara algunos enseres”, explica Verónica.

Unas gafas, los audífonos, el teléfono móvil, la máquina de afeitar, ropa interior y una bata. También utensilios para su aseo personal. “Todo nos parecía poco para que él se sintiera más cómodo y tranquilo en el hospital”, señala. Dos días después, les llamaron para decirles que tenían que sedarlo: “Nos dijeron que acudiera un familiar para despedirse”.

Entonces llegaron las palabras más duras que Verónica había escuchado hasta el momento. Preguntó si no podían hacer nada más por él, al otro lado de la línea la voz sonó plana: “Su padre no es candidato a UCI”. “Me quedé muda… Mi padre, que llevaba trabajando desde los seis años y que forma parte de una generación que cambió España. No me lo podía creer”. Dice que en este momento, y en otros durante este trance, sintió por parte de algunos profesionales “una falta de humanidad total”. 

Tareas de desinfección en el exterior del hospital de Mieres durante la pandemia.

La misma que vivió su hermana, Isabel, cuando preguntó a una doctora por su padre. Llevaba horas sentada en un pasillo, esperando para despedirlo. Pero la historia dio un giro inesperado: “Aún hoy no comprendo qué sucedió aquel día; pues mi padre no sólo no se estaba muriendo, sino que estaba consciente y emocionado de ver allí a mi hermana, con la que mantuvo una breve conversación”. El personal médico, ante la mejoría, desestimó la sedación. 

El lunes, día 9 de noviembre, la familia se sometió a las pruebas PCR. La madre de Verónica, sus dos hermanos –Óscar e Isabel–, ella misma y su hija Carla (de diez años) dieron positivo. Todos, incluso su marido y su cuñado –aunque eran negativos en covid, lo hicieron por precaución–, se confinaron. “Las noticias que llegaban del hospital seguían siendo esperanzadoras”. 

Hablaban con Indalecio, al que no llegaron a decirle que estaban contagiados, y él estaba animado. “Dispuesto a pelear para curarse”, dice su hija. El jueves, día 12, hablaron con él. No sabían que sería la última vez. El viernes les llamaron de tarde y les informaron de la muerte de Indalecio. “Nunca sabré si murió solo y en silencio, o alguien le sostuvo la mano hasta el final”. 

“Nos emplazan únicamente a cubrir un impreso, pero esa respuesta no me basta ni me conforma”

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Indalecio Mazón fue incinerado y despedido por amigos y familiares en Pola de Lena, en un funeral al que no pudieron asistir ni su mujer, ni sus hijos, ni la única nieta que tenía. La pequeña era “su mayor alegría y orgullo de abuelo”. “El virus me arrebató hasta ese momento”, lamenta Verónica. 

Y cuando creían que no podía ir peor, acudieron al hospital a por los enseres de su padre. Mazazo: alguien los ha robado. “Nos emplazan únicamente a cubrir un impreso, pero esa respuesta no me basta ni me conforma”, dice la hija del fallecido. 

No quiere dinero, aclara, quiere “recuperar el teléfono al que mi padre se aferró sus últimos días de vida para comunicarse con nosotros. Sus gafas y su bata. Nadie me puede privar de los últimos objetos que mi padre sostuvo en sus manos”. “Habrá quien piense qué importancia tiene un teléfono móvil o unas gafas frente a la muerte de una persona querida. Efectivamente, la vida de una persona es irremplazable. Pero eran y son las pertenencias de mi padre del que soy incapaz de despedirme”, añade. 

A Verónica la cabeza se le ha llenado de imágenes que nunca quiso haber visto. Las que veía en las noticias de “muchos mayores que el virus condenó a morir solos y alejados de los suyos”. “A todos se nos encogió el corazón al ver a sus familias rotas por la pena, la frustración y la indignación ante el drama que supone no poder despedirte de uno de los tuyos. Una realidad que entonces me parecía tan lejana… ¿Quién me iba a decir a mi que, meses más tarde, sería yo otra hija más sin oportunidad de despedirse de su padre?”. 

Quiere expresar su gratitud a los sanitarios que cuidaron de él en el hospital Álvarez-Buylla: “A pesar de las tristes circunstancias vividas, sigo creyendo en ellos”. Y a su padre, allá donde esté, le dice que nunca será una cifra: “Papá, gracias por darme tanto… todo. Siempre estarás conmigo, te quiero”. 

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