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La pequeña trampa de Pedro Duro

La correspondencia entre el fundador de Duro Felguera y su ingeniero jefe Gregorio Aurre desvela los inicios de la industria en la comarca

La pequeña trampa de Pedro Duro

En esta tierra solemos decir que la trampa “rescampla”, lo que traducido para aquellos que no entienden nuestra lengua materna quiere decir que tarde o temprano todo se acaba descubriendo. Ya lo ven, Pedro Duro jamás hubiese podido imaginar que 150 años después de haber ordenado a sus íntimos cometer una fullería para salvar sus trapos, alguien lo fuese a contar en un periódico de las cuencas mineras, pero aquí tienen hoy esta historia que el tiempo ha reducido a pequeña anécdota.

La he encontrado leyendo la correspondencia que don Pedro mantuvo con Gregorio de Aurre entre 1863 y 1874, transcrita y prologada por Alberto Rodríguez Felgueroso y publicada recientemente en el Muséu del Pueblu d´Asturies con el título “Cartas de visionario”.

Aurre, un prestigioso ingeniero con raíces bilbaínas, fue el hombre de confianza de Duro, además de servir de enlace con la competencia más cercana que representaba en el valle del Caudal el francés Numa Guilhou, ya que compaginaba su trabajo en La Felguera con el puesto de profesor de la Escuela de Capataces de Minas de Mieres, a cuyo claustro perteneció desde sus inicios y donde llegó a ocupar una cátedra en 1860, tres años antes de que Duro lo nombrase director de su empresa y de que se escribiesen estas cartas.

Por su parte, como es sabido, la figura de Pedro Duro Benito es clave en la historia de la Montaña Central a pesar de su origen riojano al que nunca renunció. Entre quienes lo apoyaron financieramente cuando creó en 1858 la Sociedad Metalúrgica de Langreo, que sería más tarde Duro y Compañía, estuvieron su hermano Julián, el banquero Vicente Bayo Duro y el armador vasco Federico Victoria de Lecea, que vendieron sus acciones en el Canal de Isabel II y en la Sociedad Española Comercial e Industrial para invertir en La Felguera: todos eran progresistas y liberales, como el ingeniero guipuzcoano Francisco Antonio Elorza, quien se sumó más tarde.

También lo era el mismo Pedro Duro, y así lo reconoció Práxedes Mateo Sagasta, presidente del Gobierno y grado 33 de la masonería, viajando primero a Asturias para la inauguración de la fábrica y después para estar presente en las exequias de su amigo.

Duro era progresista y liberal, y Sagasta, presidente del Gobierno, inauguró la fábrica

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Les digo esto para dejar sentado que nuestro empresario estuvo abierto a mejorar las condiciones de sus trabajadores, sabedor de que así se guardaba mejor la paz social, lo que también le venía bien a sus ganancias.

Es verdad que estableció un sistema de protección social pionero en España, con caja de socorros incluida, y que siempre se preocupó de que estuviesen bien pagados, aunque debemos matizar que lo hizo midiendo lo que hacía en cada momento, como se lee en una de las cartas a Aurre: “Me tenía usted dicho que estaban bajos algunos jornales de los altos hornos y no veo dificultad en que usted los suba alguna cosa siempre que en general no pasen del 10%. También será preciso aumentar algo a los obreros de los talleres que no estén a contrata, como carboneros, maquinistas, alimentadores y fogoneros. Vaya usted sin embargo con prudencia pues ya sabe que por mucho que se haga nunca han de quedar contentos”.

Y es que la época que le tocó vivir estuvo marcada por las primeras movilizaciones del movimiento obrero. La Asociación Internacional de Trabajadores, o Primera Internacional, se fundó en Londres en 1864 y llegó a España en 1868, pero en la Montaña Central ya se habían registrado episodios anteriores que no se pueden relacionar con las influencias políticas de la época como el carlismo o los movimientos republicanos. Así, en una fecha tan temprana como 1858 los metalúrgicos de Mieres ya se movilizaron solicitando un aumento salarial por medio de un comité de negociación cuyos siete miembros acabaron en prisión.

Para conocer cuál era la situación real de los obreros españoles en aquel momento, se creó una Comisión de Información Parlamentaria que envió a las empresas un “Interrogatorio acerca del estado de las clases obreras” compuesto por 21 preguntas que se interesaban por cuestiones como las condiciones de trabajo, las retribuciones, la alimentación de las familias de los trabajadores, su instrucción, las enfermedades más comunes o la existencia de servicios religiosos en las fábricas.

La respuesta de la Sociedad Metalúrgica Duro y Cía fue firmada el 30 de octubre de 1869 por el propio Pedro Duro, el director Gregorio de Aurre y el subdirector Federico Bayo, quienes añadieron un informe voluntario recogiendo los detalles de su industria y, satisfechos por sus resultados, decidieron repartirlo entre el personal unos meses más tarde, ya en pleno reinado de Amadeo I.

El 18 de diciembre de 1871 don Pedro escribió desde Madrid a Aurre: “Don Numa (Guilhou) que acaba de llegar aquí me dice que en Mieres se habían presentado algunos síntomas internacionalistas; esté usted a la vista y procuren parar el golpe. Como me dice usted en la última que para hoy estarían concluidos los folletos, le remito una nota con los nombres que se me han ocurrido y ustedes adicionarán los que faltan. Interésese para que repartan más pronto los de los obreros por si hay algo de efecto con trabajos internacionalistas”.

Estuvo abierto a mejorar las condiciones de los trabajadores, lo que venía bien a sus ganancias

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Dos días más tarde, el periódico “La Correspondencia” publicó un suelto con las respuestas a aquel cuestionario, pero el industrial advirtió un error al leer que en él se anotaba que, aparte de 3 extranjeros, todos los demás obreros de su fábrica eran asturianos. Entonces volvió a escribir a su ingeniero-director expresándole su alarma porque “como usted no ignora hay 8 por lo menos en el taller de cilindros que no son asturianos y 4 ó 6 en el de pudelaje, y como esto lo saben todos y está al alcance de los más torpes nos podrán decir que faltamos a la verdad en lo demás, lo mismo que faltamos en esto”.

Según él, el origen de la confusión no estaba claro, pero “no encuentro otro medio que echar el muerto a los cajistas de la imprenta diciendo que imprimieron involuntariamente algunas frases, y para que en todo tiempo lo podamos hacer creer, es preciso recoger las cuartillas y rehacer lo que trata de esto y añadir después de las palabras 3 extranjeros, 10 forasteros, siendo naturales del país el resto de los obreros”.

A renglón seguido, don Pedro dio también a su ingeniero director las instrucciones para completar el fraude, desde la forma de sustituir la hoja sin que se notase, a la orden de hacer creer a los obreros y empleados que pudiesen conocer el cambiazo que el culpable había sido el cajista, y le mandó frenar la publicación en otros periódicos que ya lo tenían en sus redacciones. Pero todo indica que esta maniobra llegó tarde, porque los ejemplares que se conservan de la respuesta a este Interrogatorio mantienen la cifra de los tres extranjeros, sin ninguna aclaración más.

De cualquier forma, este documento es hoy una magnífica fuente para conocer la andadura de la empresa de La Felguera por la variedad de datos y cifras que aporta. También porque en él podemos leer párrafos tan curiosos como este: “No se ha conocido hasta el día el menor síntoma de huelga y no tengo noticia de que haya en ella ningún adepto a la Internacional. Por el contrario la buena inteligencia que nunca ha cesado de reinar en mis relaciones con los operarios de este establecimiento y las pruebas de simpatía que en alguna ocasión he recibido de su parte, me dan el derecho de creer que todos ellos reconocen perfectamente que al cuidar de sus intereses, la fábrica no olvida nunca los de todos los que le prestan su trabajo”.

Un año más tarde, en otra de las cartas a Gregorio de Aurre fechada el 9 de diciembre de 1872, vemos que la cosa ya no estaba tan clara: “Ya tengo a usted dicho que me pasen un telegrama si ocurre algo grave para ponerme en camino, pero no por eso dejen ustedes de ejercer mucha vigilancia con los propagandistas y despedir también a los que estén seguros que soliviantan a los demás”.

Pero nada podía parar el curso de la historia: La primera huelga general de la Montaña Central motivada por la demanda de doblar la mísera paga que se cobraba en los tajos y que entonces era de 6 reales se declaró en mayo de 1873. En La Felguera y Sama de Langreo fue secundada por 2.000 trabajadores, mientras que en Mieres apenas pararon unos 200 mineros, ya que viéndole las orejas al lobo, Numa Guilhou supo reaccionar con rapidez y accedió enseguida a aquella petición.

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