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El milagro del pueblo de las Cuencas en el que tres de cada diez habitantes son menores de 14 años

El 30% de los vecinos del pueblo lenense de Tiós tiene menos de 15 años, una tasa que triplica la media de las Cuencas: “No cambio esto por nada”

Niños en Tiós

Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis…

Poco más de veinte pequeños pasos de sus cinco años separan la casa de Pelayo González de la carpa del restaurante en sus padres. Lugar de encuentro para jugar, mascarilla y gel en ristre, con sus amigos. Él y sus dos hermanas –Triana y Rosa Daniela– son tres de los catorce niños que viven en la pequeña localidad lenense.

Una suerte de milagro para la envejecida población de las Cuencas. En Tiós hay tres niños (menores de quince años) por cada diez habitantes, los que triplica la tasa media de los valles mineros. Pasa con todos los milagros, también con este, que no hay mucha explicación: “Quizás porque es un pueblo ‘topaeru’”, coinciden las mamás.

Y es cierto. Son las cinco y media de la tarde de un viernes y niños y chavales salen de casa. El lugar de encuentro es el centro de la localidad, en el entorno del bar de Tiós. Para los pequeños hay unos juguetes y unas camas elásticas que, antes de la crisis sanitaria, usaban a discreción. Ahora, los mayores toman las medidas oportunas para que los pequeños jueguen sin riesgos: “La pandemia, el confinamiento... todo se ve distinto aquí. Se hace, dentro de lo difícil que es la situación, más llevadero”, explica Nadia González.

Es la mamá de Aidan y Eiren López, puros torbellinos adorables de cuatro y dos años: “Yo soy de Mieres, llegué a Tiós hace once años y no lo cambio por nada”, afirma ella, categórica. Los pequeños tienen pocas ganas de hablar, aunque Aidan confiesa que tiene “súper poderes” y corre por la plaza. Tranquilo, libre y vigilado sin sentir el control.

“No se puede comparar cómo se crían, cómo crecen los niños en el pueblo. Están solos, pero a la vez están vigilados siempre. Nada que ver con vivir en un piso de una ciudad”, apunta Paula Barcía

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“No se puede comparar cómo se crían, cómo crecen los niños en el pueblo. Están solos, pero a la vez están vigilados siempre. Nada que ver con vivir en un piso de una ciudad”, apunta Paula Barcía, madre de Gabriel (catorce años) y Silvia (casi diez velas sopladas) González. Aunque el “milagro” de Tiós es relativamente reciente. Cuando nació su hijo mayor, Gabriel, solo había dos niños en el pueblo: “Estaban él y otra nena”, matiza Paula Barcia. Una situación que se mantuvo hasta hace relativamente poco: “Luego empezaron a llegar familias jóvenes y asentarse. A formar familia aquí y fue cuando empezó a haber más nenos”.

Llegaron tarde para algunos servicios, como la escuela, que ya estaba cerrada y cuyo edificio ya ni siquiera existe. Los pequeños van a clase al colegio rural agrupado (CRA) de Campomanes. Dice Nadia González que, a pesar de esa falta de “comodidades”, “merece totalmente la pena vivir aquí”. Para darle la razón, se escuchan las risas de fondo de los pequeños Aidan, Eiren, Pelayo, Daniela y Triana, de entre dos y seis años. Están en un corro y la última avanza subida en un triciclo que se ha quedado sin batería. Lo empuja con ganas con las piernas, entre risas y aplausos de sus amigos. Pura alegría.

Para los más pequeños y también para los que ya son algo mayores. Se suman a la conversación las mamás de dos de las adolescentes: Nieves García y Sonia López. Estas dos familias son de siempre de Tiós, aunque la segunda se había mudado a Pola de Lena. Regresó cuando el confinamiento: “Pasarlo aquí fue una bombona de oxígeno para todos, también para Vera”. La joven, de catorce años, asiente: “Yo prefiero estar aquí, estoy más libre para ver a mis amigas”, como Sara Castro, que la escucha guardando la distancia de seguridad. “Salimos con mascarilla y con todas las normas, pero salimos más que si estuviéramos en la Pola, eso seguro. Aquí podemos pasar más tiempo juntas, especialmente durante estos meses tan difíciles”, coinciden las dos. Son estudiantes de instituto, una en Pola de Lena y otra en Mieres.

Milagro de Tiós en las Cuencas y también el concejo de Lena, donde la tasa de menores de quince años es de 0,9 por cada diez habitantes. En números redondos, el municipio de los valles mineros con más niños es Langreo: 1.390 vecinos aún no habían soplado (a fecha uno de enero de 2021), las quince velas. El porcentaje se queda en un diez por ciento, es decir un niño por cada diez habitantes. Es casi idéntica a la de Mieres (con 3.296 niños). En el resto de municipios, se mantiene por debajo de ese escaso diez por ciento. Y la media regional no es, ni de lejos, para tirar cohetes: a 1 de enero de este año, había en Asturias 103.878 niños, que suponen un 10,7% de la población total.

Los “pros” de vivir en Tiós se repiten varias veces durante la conversación. Los “contras” se paran a pensarlos: “Quizás el ‘contra’ más grande es que dependemos del coche para todo”, afirma Paula Barcia. Un problema que menguó hace unos años, cuando el Adif (Administrador de Infraestructuras) renovó por completo la carretera, que había resultado dañada por las obras de la Variante ferroviaria de Pajares.

El “efecto Variante”

¿Pudo esta faraónica obra estar relacionada con el “milagro de Tiós”? “Lo cierto es que, en este caso concreto, no. Todos los vecinos que han tenido hijos recientemente son naturales de Tiós. Al menos uno de los miembros de la pareja, salvo los padres de Pelayo, Triana y Daniela, que se trasladaron al pueblo para poner en marcha el restaurante de Tiós”, explican desde la asociación de vecinos. Aunque sin datos oficiales, reflexionan que en el valle del Huerna hay otras localidades que sí se han visto influenciadas por la llegada de trabajadores de la Variante que luego se quedaron y formaron familia. Se conoce, entre algunos vecinos de la zona, como “el efecto Variante”.

Son las seis y media de la tarde en Tiós y llega la hora de merendar. Cada uno a su casa, pero con la premisa firme de que se verán pronto: “Cuando acabemos volvemos aquí”, se dicen los pequeños. Y unos minutos más tarde, aparece Pelayo en la carpa: “Tengo que preguntar a ver si me dejan saltar en la ‘colcho’”, afirma, cinco años de seriedad.

–¿Te gustaría vivir en otro sitio que no fuera Tiós, Pelayo?

Abre mucho los ojos, como si otra respuesta fuera impensable: “No, ¿por qué?”.

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