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"Ninguneadas", sin vida ni rezo en comunidad: así es el día a día de las últimas religiosas de la residencia Canuto Hevia de Lena

La gestión destina la vivienda de las religiosas a posibles pacientes covid y las mantiene aisladas: "Quieren deshacerse de ellas"

Una hermana de la Sagrada Familia besa a una residente, en una imagen de archivo

Era un año convulso en Asturias: el 1934. Mientras se encendía una mecha que terminó en revolución, tres jóvenes hermanas de la congregación Sagrada Familia de Urgell llegaban a Pola de Lena con un objetivo. Poner en marcha “un asilo” -entonces no había otra palabra para su definición- de ancianos en el concejo. Tanto los terrenos como la aportación económica para el proyecto los había legado Canuto Hevia.

Y de esa imagen idílica de monjas con toca, a una actualidad menos esperanzadora: las tres hermanas de la Sagrada Familia que están en la residencia se sienten “ninguneadas” por la dirección. Aseguran que son tratadas más como residentes que como la figura de apoyo y consuelo que tantos años fueron para los usuarios. Ni de lejos, añaden, se las reconoce como hermanas de la entidad fundadora.

No se les permite ayudar a los auxiliares en labores de cuidado, ni siquiera reunirse para la oración. “Ponen de excusa a la pandemia, pero lo que quieren es terminar con su presencia en el centro”, apuntaron ayer fuentes cercanas a las religiosas.

“Nos consta que los cuidados y precauciones que tuvieron fueron todos los posibles”, afirman las religiosas

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Hay una realidad incuestionable. La residencia Canuto Hevia ha sufrido con dureza la crisis sanitaria del covid-19. Durante la segunda ola, fue el centro de personas mayores más golpeado en la región (hasta un 80 por ciento de los residentes estuvo contagiado). Y esto, reconocen las religiosas, ocurrió a pesar del trabajo del patronato -que actualmente sustenta la gestión, encabezado por el Ayuntamiento de Lena- y de toda la plantilla: “Nos consta que los cuidados y precauciones que tuvieron fueron todos los posibles”, apuntan.

Pero no hubo tanto cuidado, afirman, con ellas. “Desde el principio, las religiosas que viven en la residencia, que la han fundado y que aportan sus servicios de cuidado y atención a los ancianos, han visto afectada su vida de comunidad y su ámbito y modo de vivir en el centro”, explicaron en un escrito. Ya en la primera ola, les dijeron que tendrían que abandonar parte de su vivienda (en el quinto piso de la residencia) para albergar a posibles pacientes de covid-19.

“Las razones eran sanitarias en cumplimiento de las normas de la Consejería de Sanidad, al no contar con más espacio que ese”. “Porque dedicar otros espacios en otras plantas le supondría a la residencia prescindir del alojamiento de más ancianos y eso -económicamente- la residencia no se lo podía permitir”, señalan. Entonces había seis religiosas, y se les “comunicó” desde la dirección que tres tendrían que irse.

La decisión generó polémica en el concejo. La noticia corrió por las redes sociales. Hubo muchos apoyos para las hermanas de la Sagrada Familia y la dirección y la Junta del Patronato respondieron con un comunicado. Afirmaron entonces que había un “reconocimiento mutuo y colaboración” entre la Congregación y la Fundación -de la que ahora las hermanas no forman parte-. Esgrimieron que las razones del traslado eran de fuerza mayor y que la búsqueda de otra solución acarrearía el desembolso de 100 euros a cada residente para que la actividad pudiera continuar.

La entrada a la residencia Canuto Hevia.

“Solo que, más tarde, cuando la segunda ola sembró de huecos las diferentes plantas de la residencia (a causa de los que desgraciadamente fallecieron) y el número de residentes disminuyó, la residencia siguió adelante. Seguro que con sacrificios, pero continuó. Lo que era imposible se volvió posible. No había otra salida y, al final, tuvo que haberla. Así se escribe la historia y se desmoronan los argumentos incontestables”, destacan en la Hermandad.

Lamentan que la dirección tildara de “provisional” el traslado de aquellas primeras tres residentes: “Sabían que no iban a volver”, aseguran. Y la vida de las tres que quedaron ha cambiado. No se les ha devuelto la quinta planta de la residencia, su casa.

A pesar de que, lamentablemente, ahora hay muchas habitaciones vacías. También se han percatado de la “disposición sin permiso” de algunos de los objetos de la congregación, como cuadros. Se les ha restringido su labor como religiosas, que incluye el rezo y su vida en comunidad. Incluso ahora, cuando todos los residentes y trabajadores están ya inmunizados. Lo que más echan de menos, después de tanto tiempo, es el pasar tiempo con los residentes. El no coger su mano. Ser sus cuidadoras de salud física. Y, sobre todo, de sentir espiritual.

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