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Juan Alonso, el mártir asturiano que prefirió morir a dejar solos a los indígenas

El viernes se celebrará en Guatemala la ceremonia de beatificación del sacerdote allerano, asesinado por los militares en febrero de 1981

Juan Alonso con su caballo

El próximo viernes, día 23, se celebrará en Santa Cruz de El Quiché (noroeste de Guatemala) la ceremonia de beatificación del asturiano Juan Alonso Fernández, asesinado el 15 de febrero de 1981 por el ejército. El papa Francisco firmó en enero del año pasado el decreto que reconoce el “martirio” de Alonso, dos compañeros españoles del Sagrado Corazón de Jesús y otros siete laicos entre 1980 y 1991. Entre ellos, un niño de 12 años. Se espera que miles de indígenas rindan homenaje a las víctimas de la barbarie.

Arcadio Alonso, hermano de Juan Alonso, ha publicado el libro “Tierra de nuestras tierras”, por cuyas páginas emocionadas y emocionantes fluye la vida de un hombre entregado a la causa de defender a los más débiles. Como el autor señala, Alonso, nacido en Cuérigo (Aller) el 29 de noviembre de 1933, hizo suyo un lema de San Pablo: “Jesucristo no fue ‘sí’ y ‘no’, sino que en él sólo hubo ‘sí’”. En su caso, el sí a su vocación, siempre al lado de las comunidades indígenas aunque estuviera amenazado de muerte. “Le llamaban el padre Naí, ‘sí’ en griego. En él siempre hubo sí”. Y así lo escribió con su sangre. Sus superiores le dijeron que se retirara pero se negó: los indígenas lo necesitaban. “Ellos se acuerdan perfectamente de lo que hizo por ellos. Lo llevan en su corazón”. Alonso desarrolló su labor pastoral en la parte norte de El Quiché, lugar al que llegó en 1960, el mismo año de su ordenación. De 1963 a 1965 fue misionero en Indonesia. A su regreso a Guatemala, fundó la parroquia de Santa María Regina en Lancetillo.

Un homenaje a Juan Alonso

Cuatro días antes de su muerte, el misionero, al que luego dedicarían tres himnos en su honor, dejaba claro que “mi vida corre peligro, pero por miedo jamás negaré mi presencia”. Aquel 15 de febrero de 1981 fue detenido por unidades militares en el paraje llamado “La Barranca” cuando iba en su moto a Cunén a celebrar la eucaristía. Fue torturado durante horas y asesinado de tres tiros en la cabeza.

"Señora’, le escribía la gente sencilla, ‘su hijo no ha muerto, es tierra de nuestra tierra’, como he titulado el libro"

Arcadio Alonso - Hermano del misionero

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Cuando ocurrió la tragedia, la madre del padre Juan recibió innumerables muestras de condolencia. Arcadio Alonso lo recuerda emocionado: “‘Señora’, le escribía la gente sencilla, ‘su hijo no ha muerto, es tierra de nuestra tierra’, como he titulado el libro. Para los mayas, la tierra es la identidad de sus antepasados. Decir eso es como decir que mi hermano era algo suyo. Aplicó con ellos la ‘inculturización’ del cristianismo”. Recordemos: tras el Concilio Vaticano II en 1968 se celebró en Medellín un congreso de obispos para hacer lo mismo que el Vaticano pero no con mentalidad occidental sino latinoamericana. Surge el germen de la Teología de la liberación.

Una idea clara: el Evangelio no debe transmitirse desde la cultura occidental, imponiéndolo. Su hermano, que estuvo en Guatemala y antes de Indonesia, “conocía bien otras religiones como la budista o la musulmana. Aquel hombre que era capaz de ir diez horas a caballo por la angosta selva se preguntó: ¿qué hago yo? Vivir con ellos, se respondió, compartir su vida y su trabajo, identificarse, entrar en su cultura, sin imponer nada. Son otros valores de trabajo, de relacionarse con la familia, con la Naturaleza… Escucharles, aprender de ellos. Promover los valores positivos de la religiosidad. Y el indígena se dio cuenta de que mi hermano se había identificado con esos valores como si fueran propios. Era necesario cambiar las estructuras mentales, no solo las políticas”.

¿Qué encontrará el lector del libro? Arcadio Alonso evoca el ejemplo de la Madre Coraje del dramaturgo Bertolt Brecht, que decidió irse al frente con su hijo para luchar contra los nazis. “Es significativo que las mayores alabanzas sean de gente no creyente que comparten con Juan sus valores”.

"Mi vida peligra; pero, por miedo, jamás negaré mi presencia"

Valores curtidos en tiempos de violencia y opresión en una América aplastada por dictaduras militares: “La solidaridad en un mundo común que se comparte. Le regalé ‘La peste’, de Camus, ¿la conoce? En la novela llega la peste y dos personas de creencias antagónicas, el doctor y el cura, se ponen de acuerdo. Al final se ven en la distancia, se acercan y se abrazan. Porque hay algo más importante que ‘tu blasfemia y tu plegaria’, y es el amor por el hombre”.

Años terribles entre 1978 y 1984. En 1978 había sido asesinado en Nicaragua el misionero asturiano Gaspar García Laviana. Y en Guatemala, dos años después, quemaron la embajada de España en Guatemala, donde se habían refugiado 22 campesinos, entre ellos el padre de Rigoberta Menchú. Todos murieron quemados, incluso el embajador estuvo a punto de perecer. A partir de ese año se endureció la represión. Cuarenta mil indígenas asesinados. Incluso el Papa hizo un viaje privado ante la situación dramática, recuerda Arcadio Alonso, “y fue la única vez en la que se negó a dar la mano al dirigente de un país, ni respondió a su discurso de bienvenida”.

Un homenaje a Alonso en su Cuérigo natal.

El pájaro quetzal es el ave nacional de Guatemala. Dicen que no puede vivir en cautividad, se niega a comer y a beber, y muere. Es un símbolo de la libertad en la que Juan Alonso Fernández creía sí o sí, libertad propia y libertad de esos indígenas que cogieron puñados de tierra de la primera tumba en la que fue enterrado, a los que había intentado luchar contra el fatalismo para que no aceptaran la opresión como algo inevitable: “No hay amos, se puede luchar, hay derechos que defender”. Su hermano afirma que jamás tuvo un arma. Su voluntad era otra: “Os acompañaré en la vida y en la muerte”. Y así lo hizo el padre “Naí”. El padre “Sí”.

El legado asturiano en aquellos años de plomo y sangre no se quedó solo en Alonso. En 1979, el obispo de Oviedo, Gabino Díaz Merchán, y Luis Legaspi, delegado de misiones, llegaron a un acuerdo con la diócesis de El Quiché para que enviar misioneros voluntarios ovetenses allí a establecer un equipo estable de sacerdotes. El 4 de mayo de 1980, patrullas armadas ametrallaron la casa parroquial de Uspantán en la que vivían los sacerdotes asturianos Marcelino Montoto, José A. Álvarez y César Rodríguez, que fueron enviados a la ciudad de Santa Cruz y, finalmente, de regreso a España.

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