Mi bisabuelo Ricardo trabajó en la mina de La Camocha y en otras. Entonces, si las condiciones que te habían ofrecido no se cumplían o la cosa no iba como esperabas, cogías la pica y el hacho y te ibas a otra mina. Había cientos en toda Asturias. Mi abuelo José entró a los catorce años en el socavón Santa Bárbara. En la dovela central del arco de piedra de la bocamina hay dos mazas cruzadas; un año, 1910; y unas iniciales, D. F., las de Duro Felguera, la mayor empresa minera de la región antes de la creación de Hunosa. La tercera generación, mi padre, siguió con el mismo trabajo, pero en su caso en las minas de la montaña central leonesa.

Muchas personas pueden contar la historia de las cuencas mineras asturianas así: desandando los pasos de sus bisabuelos, abuelos y padres. Algunos lo pueden hacer desandando sus propios pasos. Otros siguen haciendo esa historia, como los mineros y algunas mineras que resisten en el pozo Nicolasa. Y lo que desde luego nos gustaría a todos es poder contar a dónde nos llevará esa historia, qué será de las cuencas mineras cuando no haya en ellas ninguna mina.

Estamos en el borde mismo de ese futuro, pero no alcanzamos a verlo.

El carbón fue el desarrollo de los pueblos de las cuencas mineras asturianas y también tiene su regusto amargo. Los muertos, eso lo primero. Los accidentados, los enfermos. Y además los fracasos y fraudes de algunos proyectos financiados con fondos Miner: Venturo XXI, Alas Aluminium, Diasa Pharma y unos cuantos más. También el caso Camocha. Y el “caso Villa”. Y el “caso Hulla”.

No todo son miserias, hay cosas que se han hecho bien. Algunas empresas financiadas con fondos Miner han seguido adelante. También el Centro para Personas con Discapacidades Neurológicas de Barros está siendo utilizado al menos para la atención a enfermos de coronavirus. Y avanza la recuperación del patrimonio, con algunos proyectos interesantes en los últimos años como el Ecomuseo Minero Valle de Samuño, aunque todavía queda mucho por hacer.

Durante los años en los que estuve viajando por las cuencas mineras españolas para escribir “Hijos del carbón” comprobé que no sólo la historia y el sentimiento se parecían en todas las regiones mineras, también los problemas. El principal es, y no descubro la pólvora al decirlo, la falta de previsión en la diversificación del empleo. Eso es lo que ha hecho que al cierre de las minas y de las térmicas haya seguido, en muchos de los territorios, un páramo laboral. Con todo lo que conlleva: paro y, finalmente, despoblación. No es fácil cambiar esa situación.

Para retener población o incrementarla tiene que haber trabajo. En muchos casos, un tejido de empresas medianas y pequeñas es más resistente que la gran empresa llegada a golpe de subvención y que a veces, en unos años, desaparece. Lo he visto en los polígonos de las cuencas mineras asturianas, y también en los de otras: en Sabero, en el Bierzo, en la comarca del Berguedà, en As Pontes.

Estamos además iniciando una transición energética que podría traer oportunidades, pero es bueno recordar los errores cometidos. Un ejemplo lo he encontrado en la cuenca minera de Puertollano. En ella, con el impulso a las renovables en la primera década de este siglo, se abrieron dos grandes empresas de placas y módulos fotovoltaicos. Unos setecientos trabajadores que pocos años después volvieron a quedarse en la calle. En el sector de las llamadas “energías verdes” se están haciendo nuevas promesas, ojalá se cumplan.

Pero la principal energía verde está muy cerca: el campo. En las cuencas mineras, la agricultura y la ganadería se vieron desplazadas por el trabajo en la mina. Hay posibilidades también en este sector y algunos territorios mineros lo están aprovechando. Por ejemplo las cuencas del Ebro y el Segre, con sus miles de hectáreas de melocotoneros, cerezos y otros frutales. En las cuencas mineras de la Montaña Palentina, la ganadería extensiva también ayuda a fijar población en pequeños pueblos que de otra forma estarían vacíos.

Las voces que todavía cuentan la historia de las cuencas mineras asturianas se alternan con las nuevas que ya están en otros rumbos, o debieran. Conviene escuchar y valorar esas voces, y a la vez saber cantar otras tonadas.