La gestión de la salud es uno de los pilares sobre los que se apoya el Estado del bienestar, y para las Cuencas, que vivieron el impacto de las consecuencias de la minería, lo es aún más si cabe. Tenemos entre manos una región con una población envejecida que se sitúa en las posiciones de cabeza de las estadísticas española y europea. Como referencia, Asturias tiene más del doble de gente mayor de 65 años que menores de 16. Esto no es sólo un problema demográfico, sino un desafío para la gestión de la salud nada fácil de atajar.

Las sociedades envejecidas acarrean un problema de gasto muy elevado, ya que a medida que envejecemos, este aumenta exponencialmente. La media anual de gasto per cápita en salud para los mayores de 65 años se estima en casi ocho veces más que para los grupos de edad inferiores. En unos años, y si la tendencia demográfica continua como hasta ahora, podríamos encontramos en una situación insostenible, con cada vez más gente mayor debido al aumento de esperanza de vida, y la marcha de la gente joven a regiones más prósperas. Esto, sumado a los altos costes de gestión de salud en este grupo poblacional, perjudicará a la calidad de los servicios proporcionados. También puede que decidamos priorizar la salud por encima de todo, pero los recursos son limitados, así que será a costa de penalizar otros sectores o infraestructuras que sufrirán unos necesarios recortes en inversión.

No sería de extrañar que la evolución de la situación lleve a Asturias, y sobre todo a las Cuencas, a un cambio de paradigma en el que la sanidad pública comience a perder ese lustre del que goza y cada vez más gente se plantee el adherirse a seguros privados. Estos podrían dejar de percibirse como un lujo para pasar a ser una necesidad entre aquellos en búsqueda de servicios de calidad y que no quieran o puedan permitirse esperar meses a ser atendidos en el sector público. Esta tendencia no es anecdótica, en el 2018 un tercio del gasto español en salud ya salía directamente de nuestros bolsillos (además de lo que ya pagamos a través de nuestros impuestos).

A su vez, vivimos lo que parece ser un año excepcional por el impacto de una epidemia que nos ha hecho ser conscientes de nuestras vulnerabilidades. Gracias a las infraestructuras existentes y, por qué no decirlo, a una buena toma de decisiones en determinados periodos, nuestro sistema ha demostrado una buena capacidad de resiliencia. Esto, sin embargo, no nos puede hacer caer en la complacencia. Esta situación, que no deja de ser dramática, no es más que una pequeña muesca en términos de morbilidad y mortalidad cuando lo comparamos con el verdadero problema al que nos enfrentaremos en los próximos años: la epidemia de enfermedades crónicas que se ha enraizado en nuestra sociedad. Cánceres, diabetes, enfermedades cardiovasculares, de pulmón, enfermedades mentales... se han disparado en las últimas décadas entre nosotros. Estas enfermedades crónicas son las causantes del 70% de los fallecimientos anuales globalmente y la tendencia no va a revertirse. La razón es porque la raíz del problema está en nuestro estilo de vida actual, nuestra alimentación, el ruido, o la polución, por mencionar algunas de las causas.

En nuestro imaginario esto no nos preocupa, lo hemos asumido como una realidad con la que convivir y porque para eso está la ciencia que, a través de nuevas terapias, hace que nuestra esperanza de vida siga aumentando. ¿Pero, a qué coste? Y, sobre todo ¿podrá soportarlo a medio plazo una región como la nuestra, que evoluciona inexorablemente hacia una pirámide poblacional invertida?

Me gustaría pintar un panorama más positivo para las Cuencas, pero sólo siendo realistas podremos actuar a tiempo. Hay maneras de mitigar (que no evitar) el impacto de lo que está por venir, pero sólo si empezamos ya a trabajar en ello. Debemos desarrollar campañas de educación en salud en los colegios, incentivar un estilo de vida activo, penalizar la compra de productos no saludables, transformación de la actividad industrial… Las Cuencas tienen los mimbres para poder aplicar estas estrategias, disfrutamos de un entorno privilegiado para la actividad al aire libre y acceso a productos de la huerta y de origen animal de primera calidad.

Los resultados no se verán mañana, sino en un par de décadas. Esto implicaría un pacto social y político para navegar en una misma dirección hasta cumplir objetivos a largo plazo. ¿Pero si no nos ponemos de acuerdo ni tan siquiera en esto, en qué lo vamos a hacer?