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Violencia de género en los 70: “Denuncié, pero me dijeron que algo habría hecho”

Una langreana que sufrió malos tratos durante la dictadura relata su experiencia: “Me culpaban a mí y me señalaban, nadie me ayudaba”

Alicia, mujer maltratada en los setenta, se tapa la cara con las manos. | C. M. B.

Tenía poco más de veinte años. Un hijo en la tierra, otro en el vientre. Un ojo morado. Tristeza hasta en las costuras. Pidió ayuda, no se la dieron: “Vas de mosquita muerta, pero algo habrás hecho”, le respondió aquel sargento gris.

Así fue la vida de Alicia (nombre figurado), langreana maltratada en los años setenta. Accede a compartir su historia con una única condición: “Quiero dejar claro que esto es lo que viví yo, pero hace cincuenta años. Ahora sé que todo es distinto”. Sabe que las fuerzas de seguridad se vuelcan contra el maltrato machista. Y la respuesta institucional es inmediata. En los últimos años, de hecho, se han incrementado en un veinte por ciento los procedimientos de violencia de género en los juzgados de las Cuencas. Las víctimas, apuntan los expertos, denuncian más.

Alicia pasea por el parque Jovellanos. Y retrocede. Mucho antes del “hermana, yo sí te creo”. Mucho antes de que el 25 de noviembre se tiñera de morado. Mucho antes, incluso, de que la violencia de género tuviera nombre. Ahí empieza el relato de Alicia. “Me casé el Día de la Cruz y, desde entonces, la llevo a cuestas”. Traza una sonrisa cansada.

Tiene los ojos brillantes y las manos inquietas. Juega con una diadema que le aparta el pelo: “Yo te cuento por alto, tú luego pregunta lo que quieras”. Y dice que se casó enamorada, cuando aún era “muy nena”. “Al principio parecía que nos iba bien. Yo me quedé embarazada y él fue a la mili. Cuando volvió de permiso, me dio la primera paliza”. Marcas en la piel, el alma rota.

Suena a historia en blanco y negro, pero el inicio de la violencia de género durante el embarazo es aún hoy frecuente. Así lo reflejó una tesis pionera en España: “Violencia de pareja durante el embarazo en mujeres que dan a luz en hospitales de Andalucía”. La firmó Casilda Velasco y los resultados son, como poco, inquietantes. De las 779 gestantes que participaron en el estudio, un 21 por ciento aseguró haber padecido “violencia emocional”. Un 3,6 por ciento sufrieron agresiones físicas o sexuales. En tres de cada diez casos, la violencia física acontecía “muy a menudo”.

“Entonces te casabas para siempre, y el que mandaba era él. Ten en cuenta que, aunque solo hace cincuenta años de esto, todo lo que hacías requería la firma de tu marido”

Alicia - Mujer maltratada en los años 70

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“Me parece terrible, terrible…”, interviene Alicia. No solo escucha unos datos, también siente en el recuerdo. “Después de aquella primera paliza, recibí muchas más… pero no sabía qué hacer. No tenía a quién decírselo y, aunque ahora veo que era bastante adelantada a mi tiempo, reconozco que tenía miedo del qué dirán”. Volvió a casa de sus padres. Los vecinos hablaban a media voz en la escalera, ella bajaba la cabeza.

Él le pidió perdón, ella cedió. “Entonces te casabas para siempre, y el que mandaba era él. Ten en cuenta que, aunque solo hace cincuenta años de esto, todo lo que hacías requería la firma de tu marido”, explica. Tamborilea los nervios con la mano, sobre la mesa de una cafetería. Hubo una calma relativa tras el nacimiento de su primer hijo, y ella se quedó otra vez embarazada. Volvieron las palizas. “Yo nunca fui de las que callan, así que fui a denunciar al cuartel de La Felguera. Cuando el sargento me dijo que algo habría hecho yo, ya supe que tenía que buscarme la vida por mí misma”. Levanta la cabeza.

Y eso hizo. A pesar del miedo, a pesar de los dedos que la señalaban. “Busqué un trabajo, pedí ayuda a mis padres para que cuidaran a mis hijos cuando yo estuviera fuera”. El padre de los niños se desentendió de todo: “Buscaba trabajos temporales, pedía la cuenta y la gastaba en sus cosas. Iba diciendo que era soltero, era como si nosotros no existiéramos”. Alguna vez volvía a casa y pedía perdón, y rogaba. Pero Alicia ya no le podía creer.

“Ahora veo que tuve suerte de que él se desentendiera de todo. Habría sido peor que se obsesionara conmigo”. Así es ella, tiene el don de quedarse siempre con lo bueno. No lo ha perdido, a pesar de una vida que pesa mucho a la espalda: “Nunca recibí nada por ser mujer maltratada. Tampoco porque mi marido se desentendiera de nosotros, a mi ni siquiera me concedieron una vivienda de protección oficial cuando la solicité”. “Me trataron como si fuera la culpable, como que no valía nada porque no fui capaz de mantener a mi lado al hombre con el que me había casado”.

Una tarde, sonó el teléfono de casa. La llamada del final imprevisto para esta historia. “Me dijeron que había aparecido un cuerpo en la plaza del Fontán de Oviedo, y que tenía que ir a reconocerlo”. Los ojos se le apagan, le tiembla la voz: “Era él. Murió a los 33 años”.

–¿Qué sintió?

–Lloré amargamente. Era el padre de mis hijos, era mi marido. Yo le quería.

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