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El “profe” que ganó al cáncer y ahora enseña sonrisas

El maestro Darío Rodríguez, superviviente de un tumor cerebral, imparte lecciones de vida en el colegio de Campomanes: “Hay que tirar adelante”

Darío Rodríguez sonríe a la cámara mientras su amiga, Ana María, sostiene la claqueta. | C. M. B.

Toma uno. 12 de junio. Un chaval de 17 años está sentado en una sala blanca. Mensajea a un amigo, mañana tienen parrillada para celebrar el fin de curso. “Vaya verano nos espera…”, escribe. Entra en la sala un hombre de bata blanca: “Darío, tienes una masa en el cerebro…”.

Ahí, en esa sala, empezó la batalla más dura que ha librado el tinetense Darío Rodríguez. Superviviente de cáncer con sonrisa perenne. Con 26 años, se ha estrenado como docente en el colegio de Campomanes (Lena). Ha puesto en marcha un proyecto de aprendizaje-servicio: “Una sonrisa más”. Una iniciativa para que sus alumnos, más allá de números, letras y estratosferas, aprendan lo realmente importante: “Hay que vivir la vida, afrontar los problemas. Tirar siempre hacia adelante”.

Toma dos. Darío está sentado en la cama, con la bata de hospital. Un neurólogo del HUCA le mira a los ojos, serio: “Eres adulto, tienes que saber la verdad. Tienes un cáncer, es una enfermedad grave. Y ahora tienes dos opciones; rendirte y huir, o luchar y hacer todo lo posible para revertir la situación”.

Escogió lo segundo. Y, solo un día después, se sometió a una operación de ocho horas. “Yo siempre digo que lo peor fue para mi familia, que esperaba fuera. Yo estaba dormido”. Despertó de la anestesia, no veía nada. Pero supo que estaba rodeado por su gente: “Esa es la mejor medicina, el apoyo de los tuyos. Eso es lo que de verdad te da fuerzas”, afirma Darío Rodríguez. Toda su familia volcada, un grupo de amigos que se desvivían...

Toma tres. Ana Mar Álvarez, amiga de Darío Rodríguez, acaba de enterarse del diagnóstico. Sabía que su amigo llevaba tiempo ya enfermo, ni siquiera había podido ir al viaje de estudios. Su madre la recogió en Navelgas y se lo dijo. Ella llora, en la cama, y alguien llama a la puerta. “No quiero hablar”, responde.

Ahora está sentada en un banco en Campomanes, junto a su amigo. Luce el sol y acaban de visitar Santa Cristina de Lena: “Cuando le pasa esto a un amigo y eres tan joven, yo tenía 16 años entonces, no terminas de creértelo. Ves el cáncer como algo realmente lejano, que nunca te tocará a ti ni a nadie de tu entorno. Mucho menos a uno de tus mejores amigos”.

El plan “Una sonrisa más”, promovido por alumnos, impulsa la donación de médula

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Toma cuatro. Darío está a punto de terminar el tratamiento. Piensa en lo duros que han sido los últimos seis meses. De junio a octubre. La quimio, la radio, el ir y venir de batas blancas. Ha salido, todo acabará pronto. Y él tiene que cumplir una promesa: vivir la vida con una sonrisa, preocuparse solo por lo realmente importante. Se mira al espejo, decidido.

“Y así lo hizo”, sonríe Ana Mar García. Y añade: “Nosotros, sus amigos, vemos muchos cambios en Darío desde que se recuperó. Es casi imposible quedar con él, siempre está haciendo cosas… Disfruta de todo al máximo”. Fue a la PAU (Prueba de Acceso a la Universidad) y era el que más tranquilo estaba. Tenía clara ya su vocación: la enseñanza. Se ha estrenado como docente este año, tras opositar en 2019, en el colegio de Campomanes.

“Estoy muy agradecido de todos mis compañeros, con el director Alejandro Collantes a la cabeza, por todo lo que me han apoyado en mis iniciativas”. No es para menos. Darío ha llevado a las aulas su proyecto de lucha contra el cáncer. Un plan que comenzó con la Fundación “Prueba con una sonrisa”, y la publicación de un libro en el que recoge testimonios de familiares, amigos y personal sanitario (fue publicado en 2016).

Los alumnos, con su ayuda, sumaron un nuevo proyecto a la iniciativa. Lo nombraron “Una sonrisa más”, diseñaron un logo e hicieron chapas para venderlas. “Se trata de un proyecto en el que conciencian a la sociedad para apoyar la investigación contra el cáncer, la donación de médula y sangre”. También acuden a charlas de su “profe”, el que vive con una sonrisa. Y aprenden lo más grande: “Siempre les digo que no tienen que preocuparse por lo que no es importante. No es realmente importante suspender un examen, o que se te estropee la bicicleta. Lo único realmente importante es lo que no admite segundas oportunidades”.

Toma cinco. Una periodista le pide a Darío que recuerde el momento más significativo de su lucha contra el cáncer, el que más le ha marcado. “Uf, son muchos… Fueron meses largos y la verdad que lo recuerdo todo con mucha claridad, todo fue muy significativo...”, ladea la cabeza, piensa. “Creo que fue el día que fue a verme al hospital mi hermano, Sergio. Entonces era muy pequeño. Llegó a la habitación con el puño cerrado, lo abrió delante de mi cara y me dijo: ‘Toma. Te traigo un besu que me dio para ti mamá, que hoy no puede venir. No quería perderlo por el camino’”.

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