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El apoyo a las víctimas y la coordinación de profesionales: las claves para luchar contra el abuso sexual en niños

Expertos de distintos ámbitos exponen en Langreo las pautas para mejorar los procedimientos legales y ayudar a los denunciantes

Una niña abraza un osito de peluche. | Thinkstock / PIM

“Ven, no te asustes, es solo un juego”.

Lo impensable. Una realidad que incomoda, pero que urge abordar: la violencia sexual en la infancia y la adolescencia. Sobre esta problemática versaron los II Encuentros Formativos para Profesionales, organizados por la Casa de la Mujer de Langreo. Expertos de distintos ámbitos pusieron en común su experiencia con un firme objetivo: ayudar a las víctimas. Las jornadas sacaron a la luz cifras alarmantes. El 73 por ciento de los casos se dan en el “entorno cercano” de los menores. Además, solo un 30 por ciento de los abusos denunciados pueden ser constatados con una exploración física. El procedimiento para los que denuncian es muy duro y largo. “Un infierno”, apuntan los profesionales. Aunque está previsto que mejore con la reciente implantación de la Ley de Protección Integral a la Infancia y Adolescencia, que entró en vigor el pasado viernes.

De poco sirve legislar, avisaron los expertos, si las intervenciones no se fundamentan sobre dos pilares fundamentales: la protección de la víctima por encima de todo y la coordinación de los profesionales durante la totalidad del proceso. Desde la información por parte del menor de los hechos hasta el final del juicio.

“Mamá, a veces tengo que jugar a un juego que no me gusta”.

Así de duro. Los pequeños que sufren violencia sexual, en el caso de llegar a confesarlo, suelen sincerarse con su madre. “Ellas también se ven cuestionadas en todo momento, sufren durante el procedimiento. Por ver a sus hijos en esta situación tan difícil y por tener que justificar cada paso que dan”, afirma Elena Ocejo, directora del Centro Asesor de la Mujer de Langreo. Son los menores, sin duda, los que llevan el peso más grande a la espalda. La psicóloga Yolanda Martín, especializada en atención a la infancia, explica que el camino es largo hasta que denuncian: “Muchos ni siquiera se atreven, o no lo hacen hasta que son adultos”.

El acercamiento de los agresores es muy medido. Tienen “una primera fase” en la que “se van ganando la confianza de la víctima”. Luego, el abuso se disfraza de juego, de ayuda. “Cuando temen que la víctima cuente lo que está ocurriendo, llega la coacción. Llegan a amenazarlos con que les puede pasar algo a ellos o a su familia”.

“Me sentaba en su regazo y sentía que estaba incómoda, aunque no sabía por qué. Ahora que soy adulta, entiendo lo que ocurría”.

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Pasa el tiempo. Y puede producirse en la víctima un efecto conocido como “vampirización”. Esos juegos, que desagradan al menor, también le producen sensaciones físicas placenteras. Más culpa, más desconcierto. No saben poner nombre a lo que está ocurriendo. Cada vez es más frecuente que se atrevan a contarlo. Piden ayuda a una persona de su máxima confianza. Y empieza el proceso.

“Eso que estás diciendo es muy grave, ¿Estás seguro de que ha ocurrido?”

Denunciar los hechos es muy difícil. Más aún si los profesionales que escuchan al menor no disponen de la formación necesaria para que no se sienta cuestionado: “Hay que tener mucho cuidado con la presión que se ejerce sobre las víctimas. Además de la redacción de las denuncias. Una expresión como ‘la madre refiere que...’ puede ser motivo de archivo”, señala la abogada Leticia de la Hoz Calvo. También es fundamental el apoyo del entorno. Prácticamente imprescindible para que el menor no se retracte antes de llegar al juicio.

“El relato de la víctima no es creíble”.

Esta afirmación es la que mantiene la defensa en la mayoría de los juicios por abuso a menores. Y es porque el relato de la víctima es la prueba clave en sede judicial: “Son delitos que se producen en el ámbito privado, no hay testigos. El relato debe ser válido y creíble”, apunta De la Hoz. La nueva ley, en vigor desde el viernes, propone una “prueba preconstituida”. Se trata de una grabación, realizada en un entorno que el menor reconozca como seguro, en la que se recoge el relato de los hechos. Esa única grabación para todo el proceso

“Me sentaba en su regazo y sentía que estaba incómoda, aunque no sabía por qué. Ahora que soy adulta, entiendo lo que ocurría”.

La “prueba preconstituida” tiene un defecto: no permite añadir los detalles que van surgiendo de las declaraciones posteriores de la víctima. Yolanda Martín ve en consulta que los recuerdos no siempre aparecen de forma ordenada. Entre las consecuencias psicológicas que más se repiten están el aislamiento, la ansiedad y la depresión. También la creación de un mundo de fantasía: “Es una forma de escapar del infierno”. La psicóloga siempre les dice que tienen que seguir creyendo. La vida, cuando todo pase, será mejor.

“Sufres mucho por un daño que ha causado una persona. Ahora tienes a otras personas, a tu lado, que lo intentan reparar”.

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