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de lo nuestro Historias Heterodoxas

Los canteros de la casa de Dios

La historia de los cuarenta trabajadores que labraron la piedra de la iglesia de San Claudio, en el poblado minero de Bustiello, y su despido, cuyo motivo es causa de discusión

El 14 de diciembre de 1890 se colocó la primera piedra del templo dedicado al mártir San Claudio en el poblado de Bustiello. Lógicamente llevaba ese nombre porque así lo quiso su homónimo don Claudio López Bru, II marqués de Comillas, que como ustedes ya sabrán se propuso –y logró– convertir a este asentamiento de nueva planta en un ejemplo práctico de la doctrina social de la Iglesia católica que en aquel momento propugnaba el papa León XII e iba a plasmarse el 15 de mayo de 1891 en la encíclica “Rerum Novarum”.

La iglesia de San Claudio estaba destinada a ser el corazón del poblado y en este empeño no se regatearon ni esfuerzos ni dinero: para explanar el terreno hubo que remover 20.000 metros cúbicos de piedras y tierra. La construcción, que llegó a conocerse en la Montaña Central como “el pequeño Vaticano” o de manera más cursi como “la Covadonga de la Industria”, porque siguió el mismo estilo de esta basílica, fue diseñada por el ingeniero Félix Parent, tuvo un coste final aproximado a las 400.000 pesetas y combinó recursos ornamentales empleados en los templos románicos y góticos con algún guiño al modernismo catalán y elementos que recuerdan constantemente el mundo de los trabajadores a los que estaba destinada.

Su planta es basilical, con tres naves, pórtico y cabecera triple, la cubierta a dos aguas con armadura de madera y teja y tampoco se escatimaron gastos ni en las vidrieras ni en el trabajo de carpintería, artesonado y pintura, que fue encargado a Mamerto Lerena. Además, las piezas principales como el púlpito y el altar mayor, y también el cáliz y la custodia salieron del taller del lenense Félix Granda y son de gran calidad. Pero lo que ahora nos interesa es la propia obra de arquitectura donde se combinó el ladrillo con bloques de piedra que miden 33 centímetros: la misma edad de Cristo en el momento de su muerte.

Según publicó el diario “La Atalaya”, los trabajos de sillería fueron encomendados al maestro Francisco Estany (o Stany). Por otra parte, tradicionalmente se ha dicho que estas piedras fueron traídas desde Serín, y resulta probable que fuese así, ya que por un lado no son propias de esta zona y por otro las canteras de este lugar gijonés se explotaban con éxito en esa época y están próximas al ferrocarril del Norte, por lo que su transporte hasta Ujo podría hacerse sin ninguna dificultad. También parece lógico que el trabajo de cantería se realizase cerca del lugar en el que fueron extraídas y llegasen hasta Bustiello preparadas para su colocación.

Esto es lo que siempre hemos aceptado, pero ahora una noticia de hemeroteca nos enseña que sí hubo canteros trabajando en la propia iglesia de San Claudio, aunque no nos da detalles sobre cuál fue su labor en la obra y por lo tanto este es un capítulo que debemos dejar abierto. Les cuento lo que tenemos.

El domingo 13 de noviembre de 1892 el periódico “El Primero de Mayo”, que era entonces el órgano quincenal del Centro de la Federación de Sociedades Obreras de Oviedo comunicaba que en “en las célebres cuencas carboníferas de Ujo, del señor marqués de Comillas” acababan de ser despedidos tres días atrás ocho canteros y se esperaba que este número siguiese aumentando ya que el motivo de la decisión no era otro que el acortamiento de los días que disminuía las horas de luz en las que se podía trabajar.

Ateniéndonos al texto, a partir de esta primera nota solo podemos probar la presencia de canteros en la Sociedad Hullera Española, pero esto no es nada nuevo ya que las obras que precisaban de estos oficiales se multiplicaban en aquel momento por el amplio territorio de la empresa.

Sin embargo, la información del siguiente número de “El Primero de Mayo” no deja lugar a dudas. Aquí leemos que estaba previsto ir despidiendo trabajadores de diez en diez y cuando llegó el día 14 estos se anticiparon y decidieron pedir la cuenta, pero enseguida se presentaron tres “guardias negros” (como se conocía a los guardias de la empresa) y el cabo de la Guardia Civil con dos números armados hasta los dientes que custodiaron a los canteros desde la obra hasta las casas en que se hospedaban, “como si fuesen criminales” para comunicarles que quedaban en la calle por ser los días pequeños.

De este párrafo obtenemos el dato de que los despedidos eran trabajadores especializados y estaban contratados en Bustiello hasta fin de obra, ya que se alojaban en casas que les daban hospedaje. Pero el texto continúa con una frase que ya resulta definitiva: “De manera que la casa de Dios, que es la obra que construían, no se puede hacer hasta que los días sean grandes”.

La publicación socialista también contó que los canteros eran unos 40 y que cuando fueron a recoger sus salarios acompañados de los guardias tuvieron que dejar en caja el 3% destinado por la empresa a los inválidos, cobrando algunos 10 reales de menos y otros 14, lo que provocó sus protestas y la intervención de la fuerza armada que los amenazó con la cárcel.

Y a continuación recogió una escena curiosa: “Una vez despedidos se dirigieron a la posada a pagar a sus respectivas patronas y uno de los canteros sacó un pañuelo y lo colocó en la regla que gastan de herramienta, en forma de bandera y la fijaron en la pared. El subdirector señor Montaves (buen pajarraco –dice el texto–) se dirigió al lugar donde tremolaba el trapo y cual general que va ganar una batalla pasó el puente y se tiró al pañuelo cogiéndole y llevando además la regla”. Después, el cantero intentó en vano recuperar su instrumento de trabajo porque se lo impidió la “guardia negra” y de esa forma salieron de Bustiello“.

El 3 de diciembre el diario conservador “El Carbayón” dio su propia versión sobre los despidos: “Ayer llamaba la atención un grupo de obreros que paseaban por algunas calles céntricas. Se nos dijo que eran obreros despedidos de un importante centro minero, donde trabajaban en varias construcciones. Parece que el director de las obras despidió a tres o cuatro canteros que ‘hacían socialismo’ y los demás compañeros se negaron a trabajar si aquellos no eran repuestos. Como el director no admitió esta imposición, quedaron todos despedidos, viniéndose a la capital en busca de trabajo”.

“El Carbayón” era la voz de los católicos asturianos y por ello trató de justificar los despidos aduciendo la actividad subversiva de los canteros, pero al mismo tiempo silenció el nombre de la empresa para proteger la imagen de su benefactor el señor marqués de Comillas. El caso es que su información tampoco nos aporta nada y las incógnitas que nos plantea este conflicto son muchas.

La fundamental está en conocer qué hacían en Bustiello nada menos que cuarenta canteros, aunque un número tan elevado parece indicar que no solo se dedicaban a encajar los sillares en la construcción, sino que pudieron tallarlos a pie de obra. También queda la duda de lo que ocurrió después y si los despedidos fueron reemplazados por otros, o para evitar malos ejemplos en los mineros de la SHE a los que se pretendía mantener aislados de influencias exteriores, se prescindió de más trabajadores eventuales y desde entonces ya se encargaron las piedras rematadas.

También queda en el aire saber si los canteros además de buscar su sustento defendían alguna idea, aunque todo indica que sí, ya que el pañuelo que causó la airada reacción de Manuel Montaves debió de ser rojo, el color con el que se identificaban en aquel momento tanto los socialistas, mayoritarios en la cuenca minera del Caudal, como los anarquistas, que tenían un grupo clandestino en las minas de Aller, y así lo prueba la difusión del periódico semanal “La Anarquía”, del que llegaron a recibirse sesenta ejemplares en Caborana en al año 1891.

El templo de San Claudio fue inaugurado en Bustiello a primera hora de la mañana el 11 de octubre de 1894 por el obispo Ramón Menéndez Vigil. En la primera ceremonia estuvieron presentes el gerente de la Sociedad Hullera don Santiago López; su director don Félix Parent y el ingeniero Manuel Montaves con otros altos cargos de la Compañía y las autoridades. Luego, mientras ellos degustaban un chocolate servido por la prestigiosa casa Trannoy de Oviedo en una larga mesa “bajo copudos castaños”, se celebraba una segunda misa para las familias de los obreros: todos eran hermanos en la misma fe, pero cada uno debía estar en su sitio. Por supuesto, los canteros no fueron invitados.

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