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De lo nuestro | Historias Heterodoxas

Una conferencia de Unamuno en Mieres

La charla impartida el 27 de agosto de 1904 por el prestigioso intelectual, un acto organizado por el Centro Socialista de la ciudad

Don Miguel de Unamuno está de moda. En los últimos años se han ocupado de él numerosos artículos, libros, documentales e incluso una película de éxito dirigida por Alejandro Amenábar. Como la vida es así de extraña, las facetas académica y literaria de quien fue uno de intelectuales más destacados del siglo XX español han pasado a un segundo plano y lo que ahora se recuerda y se discute son su comportamiento y sus palabras en la conferencia que pronunció el 12 de octubre de 1936 en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca.

Siempre me ha parecido extraño que ningún testigo haya podido recordar lo que pasó aquel día confirmando si dijo exactamente dirigiéndose al fundador de la Legión el famoso “venceréis pero no convenceréis” o algo parecido. Todavía en los años 90 yo tuve numerosas conservaciones con protagonistas de la Revolución de Octubre o de la Guerra Civil que me contaban con detalle sus experiencias de juventud, por lo que me parece raro que entre todos los asistentes a aquel acto de Salamanca se perdiese la memoria de lo ocurrido.

Pero hoy no voy a hablar de aquel Unamuno que fue capaz de sembrar la polémica –como diría Cervantes– cuando ya tenía un pie puesto en el estribo, sino del profesor que con cuarenta años cumplidos se había ganado las simpatías del movimiento obrero.

Viajemos entonces hasta 1904, para encontrarnos con el catedrático de Griego e Historia de la Lengua que llevaba tres años siendo rector de la Universidad de Salamanca y se debatía entre el reencuentro con la fe católica que había perdido en su juventud y el socialismo que la había sustituido como creencia llevándole a militar en el PSOE entre 1894 y 1897.

A pesar de que ya gozaba de un gran prestigio en los ambientes populares, sus mejores obras estaban por publicar. Su primer libro, “En torno al casticismo”, había salido de la imprenta en 1895 y en él defendía la tesis de que el país debía buscar su lugar en Europa sin perder su esencia: sin pretenderlo tuvo un carácter casi profético puesto que tres años más tarde España perdió sus colonias y esta idea fue aceptada por el grupo de intelectuales más interesante que ha dado nuestra historia, la llamada “Generación del 98”.

En pleno verano de aquel 1904 Unamuno estuvo unos días en Gijón y aprovechó para dar dos conferencias, una en Mieres, invitado por el Centro Socialista el día 27 de agosto, y otra en la villa marinera, el día 28, a instancias de la Sociedad Local de Federaciones Obreras.

La de Mieres fue al atardecer, ante una multitud dispuesta a escuchar su disertación sobre las huelgas. Un tema muy delicado que el rector abordó defendiendo este derecho con unos argumentos que hoy le situarían en la picota. Y es triste que esto sea así en pleno siglo XXI, donde se ha recortado bruscamente la libertad de expresión tanto por la actitud reaccionaria de algunos jueces como por la censura sobre “lo incorrecto” que impulsan algunos sectores de la izquierda revisionista y afecta a los medios de expresión, a los espectáculos e incluso a la literatura clásica.

Unamuno comparó aquella tarde las huelgas con la guerra de Cuba, argumentando que aquellos que habían arrastrado a los jóvenes para que perdiesen su vida contra la amenaza de los yanquis no tenían ninguna justificación para condenar la huelga contra los intereses de un patrono. De igual manera que el militar se defiende con la espada –dijo–, o el periodista con la tinta, la mejor arma del obrero es cruzarse de brazos, porque es más eficaz la inteligencia que los puños.

El profesor criticó el pensamiento comúnmente aceptado de que el mundo del trabajo se basa en un contrato entre patronos y obreros que no debe derogarse por medios coercitivos, ya que –dijo– quien no es dueño ni de la tierra que pisa no puede estar en igualdad de condiciones con quien lo tiene todo.

Entre sus afirmaciones encontramos alguna que en aquel momento todavía era muy difícil sostener y ahora es un dogma sindical: las huelgas son a un tiempo causa y efecto del progreso industrial, porque cada huelga ganada por los obreros incita al patrono a mejorar los medios de producir, buscando con ello recuperar la ganancia que se le fue por otro lado. Y en este sentido puso el ejemplo de Castilla, donde en aquel momento casi no se empleaba maquinaría agrícola: la razón estaba en que la mano de obra era baratísima y costaba menos de lo que supondría el interés del capital para pagar las máquinas.

Antes de cerrar con unos párrafos del Quijote, Unamuno dio un consejo práctico a los socialistas mierenses, calificando de disparate las huelgas generales, ya que suponían arriesgar la vida de todo un ejército sin ninguna posibilidad de triunfo porque se requería mucha disciplina y astucia y en aquel momento aún no se contaba con la suficiente organización para controlar un movimiento de esa envergadura. Según el diario “El Noroeste”, la concurrencia le aplaudió estrepitosamente.

Y debió de ser verdad que el pensador se encontró bien en Mieres, porque a la mañana siguiente prolongó su estancia unas horas y la conferencia que estaba anunciada para las once en Gijón tuvo que retrasarse hasta las cuatro de la tarde, e incluso allí, en el coliseo municipal lleno de público, empezó diciendo que prefería más hablar en los centros obreros, porque en los teatros se hacía comedia y él venía a otra cosa.

Tanto los diarios “El Noreste” como “El Comercio” informaron a sus lectores del éxito de esta visita. Otra cosa fue “El Popular”, preferido de los conservadores, que calificó la visita de fiasco. Unamuno, que no era un ateo al uso, resultaba mucho más peligroso para la religión porque conocía bien el cristianismo y razonaba sus dudas haciéndolas públicas; por ello, la publicación intentaba desacreditarlo poniéndolo en ridículo, empleando la misma estrategia que aún siguen actualmente algunos comentaristas de radio y televisión cuando no tienen argumentos serios con los que fundamentar sus posiciones contra un opositor político.

Para ellos, Unamuno podía ser “un número obligado de las ferias de Valdepeñas, Cabra o Leganés”, y criticaban su locuacidad y la facilidad que tenía para exponer sus ideas: “Salió de Gijón hablando; llegó a Mieres hablando; habló en Mieres y regresó hablando a Gijón”.

Además no habían visto por ninguna parte el entusiasmo por la presencia del orador que contaban los otros dos diarios regionales, y, aunque había sido recibido por la plana mayor del anticlericalismo, los obreros no habían acudido en masa. De hecho mantenían que en Gijón el acto más concurrido había sido el banquete en su honor, a veinticinco perronas por cabeza, porque “una cosa es banquetear y apurar las copas del espumoso champagne y otra muy distinta tomar a hechos y en serio los dislates y quimeras de cerebros desequilibrados e imaginaciones neuróticas”.

Con lo de banquetear, el periodista se refería a una cena que le habían ofrecido el día 24 en el conocido café Dindurra, después de la entrega de premios del Certamen Científico Literario, que había sido el motivo principal de aquella estancia en Asturias.

No me resisto a contarles cuál fue el menú de aquella velada, que me ha pasado el cronista gijonés Luismi Piñera: anchoas, salchichas, mantequilla, aceitunas, consomé real, cóctel de tomate, vol au vent de palomas, guisantes a la francesa, gelatina de ave trufada, filete de carne, ensalada, bomba de hielo, pasteles, fruta variada y queso; y para acompañar, vinos Anselmo del Valle, blanco Diamante, oporto, champagne Cordón Rouge, licores, café y habanos.

Desconozco dónde estuvo alojado Unamuno la noche del 27 de agosto que pasó en Mieres, y tampoco sé si cenó con sus anfitriones o los obreros pudieron seguir conversando con él tras la conferencia, porque la prensa no dio más detalles; pero, de una u otra forma, es seguro que la mesa fue más humilde que la de Gijón. Lo que sí les he contado en otra ocasión es que al menos desde 1902 el rector de la Universidad de Salamanca se escribía con Aniceto Sela, catedrático de la Universidad de Oviedo. En el archivo de doña Margarita Sela Cueto se guarda la contestación de Unamuno a una carta de ese año en la que le contaba sus impresiones personales sobre el libro “Amor y pedagogía”, que acababa de salir al mercado editorial.

Seguramente fue don Aniceto quien hizo de intermediario entre el Centro Obrero y el orador para confirmar aquella conferencia en Mieres y tal vez lo alojó en su casa de Santullano, pero no tengo datos para poder asegurarlo.

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