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De lo nuestro | Historias Heterodoxas

Una indisposición de Jovellanos

El ilustrado asturiano sufrió una enfermedad gástrica, que recogió en sus diarios, cuando supervisaba las obras de la carretera de Castilla en Lena

Jovellanos fue un personaje único y me temo que irrepetible. El intelectual completo y sin complejos, capaz de criticar los defectos de la sociedad de su tiempo y el mal gobierno de sus dirigentes, exponiéndose a la persecución y el destierro; siempre dando ideas y lanzando propuestas bien fundamentadas que en muchos casos siguen siendo válidas para resolver problemas de actualidad. Nadie ha tenido tanto amor por Asturias ni una idea tan clara de lo que es España.

Él escribió mucho y bien y sobre él se ha escrito aún más: cientos de libros y artículos siguen ocupándose de su figura y los jovellanistas profundizan en sus ideas, pero también en los detalles más íntimos de su vida cotidiana.

Estos últimos lo tiene fácil, ya que nuestro ilustrado tuvo la buena costumbre de ir tomando notas en sus viajes no solo de los trabajos que motivaban sus desplazamientos, también de los paisajes que pudo ver; la historia y el arte de los lugares que fue conociendo; las labores, industrias y costumbres de sus gentes, sus relaciones personales; las características de los alojamientos que frecuentó; las comidas y la calidad de sus habitaciones e incluso su estado de ánimo y las afecciones que sufrió su salud.

Sobre este tema se han escrito varios trabajos; por ejemplo “Comer con Jovellanos (Su alimentación, su salud y la visión humanizada del paisajes a través del Diario)” que firmó Juan Luis Suárez Granda para el libro “Jovellanos, el valor de la razón (1811-2011)” e incluso se ha vivido una polémica entre los investigadores a la hora de determinar la causa de la enfermedad que arrastró gran parte de su vida: el saturnismo, un envenenamiento causado por la intoxicación con plomo.

Durante décadas se consideró la posibilidad de que hubiese sido envenenado por encargo de la reina consorte María Luisa de Parma, prima y esposa de Carlos IV, que intentó de esta forma proteger su relación adúltera con Manuel Godoy, ya que, según contó Ceán Bermúdez en sus Memorias, a los veinte días de haber tomado posesión como ministro de Gracia y Justicia el 23 de noviembre de 1797, se sintió mal, con cólicos tremendos, y tuvo que ser tratado con vasos de aceite de oliva que le mejoraron un poco, pero después tuvo convulsiones y a los pocos meses se le paralizó la mano derecha y perdió la vista hasta colocarse al borde la muerte en 1798.

Sin embargo, en 2016 el doctor Arturo Mohíno Cruz ganó el XVIII Premio Internacional de Investigación de la Fundación Foro Jovellanos con el trabajo “Jovellanos y el saturnismo” en el que demostró que el ilustrado ya había tenido los primeros signos de intoxicación en Asturias, seguramente por sus asiduas visitas a una fábrica de loza al estilo Bristol abierta en Gijón donde se trabajaba con plomo y que luego le repitió en la capital cuando se vivía allí la epidemia conocida como “cólico de Madrid”.

En esta página vamos a ser más prosaicos y contar una simple indisposición que sufrió en la Montaña Central cuando trabajaba en la apertura de la carretera de Castilla, porque ya saben que conocer las cosas pequeñas ayuda a comprender las grandes y además esta disculpa nos sirve para aproximarnos también a sus hábitos durante esta estancia.

Jovellanos escribió nueve Diarios, desde el 20 de agosto de 1790 hasta el 20 de enero de 1801 e hizo numerosas referencias a su paso por la Montaña Central, que era obligado para llegar hasta la Meseta. La mayor parte fueron apuntes breves, porque apenas se detenía a comer o dormir antes de seguir camino. Pero en febrero de 1792 el conde de Floridablanca, superintendente general de caminos del Reino, lo nombró subdelegado para Asturias con el objetivo de que mejorase la comunicación regional por el puerto de Pajares y para dirigir, medir e inspeccionar el diseño de este paso se alojó aquí con su equipo de ayudantes entre el jueves 14 y el viernes 29 de 1793.

Según sus escritos, empezó a sentirse mal el domingo 17, un día desapacible y ventoso en el que siguiendo su rutina se acostó después de cenar, pero anotó que había tardado en dormirse, desvelado por el chocolate que había tomado y que le hizo la noche más triste, algo que no nos extraña demasiado, porque todos sabemos que el chocolate es mal compañero del sueño.

Al día siguiente, desde la “cruel posada” en que estaba alojado en Puente Los Fierros envió a Campomanes a por vino y truchas, uno de sus platos favoritos en esta tierra, pero debido al retraso en las mediciones, los suyos llegaron tarde y tuvo que hacer la comida y la cena al mismo tiempo. Tampoco debía tener el cuerpo muy bien, ya que quiso acostarse pronto, pero no lo hizo porque al descubrir las camas se encontró con que la mejor era “insufrible por asquerosa” y tuvo que pedirle un par de colchones al cura de Buelles, un lugarcito de la feligresía. Cuando llegaron pudo preparar por fin un lecho tolerable cubierto con las sábanas que siempre llevaba en su equipaje y entonces ya pasó una buena noche, aunque la posada era “sucia, desabrigada y desprovista de todo”.

El martes 19 por la mañana el mismo cura de Buelles quiso regalarle dos cuartos de cordero y dos pollos, aunque –cosas de Jovellanos– no solo no los aceptó sino que se negó a ver al clérigo y este “se conformó, aunque con repugnancia”. También aprovechó para cambiar de alojamiento y bajó hasta Campomanes donde encontró otra posada mejor, más limpia, con ropa más aseada y mayor abrigo. Allí recibió la visita de otro cura, el párroco del lugar, que le ofreció vino y una perdiz, mientras su gente, que seguía con las mediciones, almorzaba en La Frecha.

El miércoles fue otro mal día, con lluvia y frío en aumento, por lo que mandó calafatear las ventanas de su habitación y hacer cortinas con los capotes, aunque no fue suficiente porque entre las tablas del suelo, situado sobre un portal, había tal separación que podía pasar una nuez. En cuanto a la comida no dio muchos detalles: “refresco, malilla (un juego de naipes popular en esa época), cena”.

El jueves 21 el cura de Sotiello insistió en regalarle un cordero, pero Jovellanos volvió a rechazarlo. No dejó escrito lo que comió aquel día ni los dos siguientes. Sí lo hizo el domingo 24, que pasó en casa de los Benavides, sus amigos de referencia en Pola de Lena, citados muchas veces en los Diarios: pasó la tarde de tertulia con tres párrocos y dos capellanes de la zona, merendó con ellos “dulces de caja y buenos azucarillos” y pocas horas más tarde cenó “en demasía”.

El lunes pasó buen día y lo dedicó al trabajo, pero esa noche tuvo que levantarse porque “sea el agua, sea la mudanza de alimento o acaso algún exceso, me ha descompuesto un poco”. Así y todo no dejó de sentarse a la mesa, de nuevo con los Benavides y como siempre buscó la compañía de los sacerdotes de la zona, que siempre tenían tiempo libre para la conversación y los juegos de sobremesa: “solos los de casa, los amos, el cura de Junco, don Pedro, que fue capellán y el capellán actual.

Sin embargo la descomposición no cesó: “Es suave y sin dolor, y no más que alguna incomodidad”. Y se vio obligado a guardar cama, aunque solo hasta la hora de comer, porque según vemos, Jovellanos fue de buen yantar y no guardó el ayuno: “Comida muy regalada: entre otras cosas una trucha de tres libras y media”. Ya a la tarde fue a caballo hasta Santullano para ver las obras del puente y cenó al acabar el día: “Noche desvelada sin saber por qué y molesta por la dureza y desnivel de la cama”.

El Diario sigue después sin dar más noticias sobre este episodio, que en principio podríamos relacionar con una comida en mal estado, pero si tenemos en cuenta que nunca perdió el hambre, esto no parece probable. Tal vez tengamos que buscar la causa en ese chocolate que había tomado unos días antes y tal vez otro que debió acompañar más tarde los “dulces de caja”, lo que despertó su enfermedad, porque este alimento tiene una concentración tan alta de plomo que consumido en exceso causa intoxicaciones leves incluso a quienes nunca han sufrido este problema.

A pesar de eso, el saturnismo no mató a Jovellanos: dejó este mundo el 28 de noviembre de 1811, en Puerto de Vega, según el médico que lo atendió, por una “flegmasía aguda de pulmón”. Es decir: una pulmonía.

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